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Un desquite de alto voltaje
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Un desquite de alto voltaje

El Woody Allen más ingenioso y mordaz se divertía a finales de los sesenta publicando relatos satíricos en las revistas literarias de mayor prestigio donde ironizaba sobre la actualidad cultural

Viernes, 24 de mayo 2024, 07:26

Mucho antes de ser un cineasta idolatrado en medio mundo y más bien ignorado en su país, y mucho antes todavía de que la cultura de la cancelación intentara aplicarle sus métodos estalinistas, Woody Allen era un joven escritor con una pluma afiladísima.

De hecho, a Allan –así se llama realmente, Allan Stewart Konigsberg–, debía de gustarle mucho escribir, porque con quince años ya era uno de los autores mejor pagados de Estados Unidos, al menos proporcionalmente: escribía chistes para humoristas como Sid Caesar. Tras llamar la atención de genios de la época como Bob Hope o Groucho Marx, fichó por el canal de televisión NBC y sería uno de los guionistas estrella del programa 'Tonight Show' y del 'Show de Ed Sullivan', hasta que se hartó de escribir para los demás, se fabricó su personaje de antihéroe y se lanzó a defenderlo por los bares de monologuistas del Manhattan de la época.

Pero los chistes de la 'stand up comedy' debían de resultarle una distancia demasiado corta, así que en la década de los sesenta se dedicó a escribir relatos que publicaba en las revistas como Evergreen Review, Panorama o, sobre todo, en el celebérrimo The New Yorker, la publicación literaria por excelencia.

Espíritu paródico

Pero, ¿de qué habla un humorista cuando quiere sonar serio? Sobre todo, uno como Allen, que había abandonado la carrera académica en cuanto asomó por la universidad, pero sin embargo estaba al tanto de todo lo que se cocía en los ambientes intelectuales, desde las corrientes filosóficas hasta el cine de Bergman.

Como el Quijote con las novelas de caballería, el joven Allen arremete contra los géneros y subgéneros de moda en los sesenta, y lo hace de la manera más cervantina posible: con sutiles parodias, que terminan por convertirse en reducciones al absurdo.

Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

  • Autor: Woody Allen

  • . Editorial: Tusquets Editores, 1974.

  • Páginas: 136.

Eso sucede, por ejemplo, en 'Las memorias de Schmeed', que tiene la forma de un texto autobiográfico donde un barbero alemán relata sus peripecias bajo el régimen nazi, en el que llegaría a ser peluquero personal de Hitler. Con muchísimo humor negro, Allen parodia un libro de éxito en las décadas anteriores, las memorias de Felix Kersten, el fisioterapeuta de Heinrich Himmler y otros jerarcas. Claro que, mientras Kersten se vanagloria de su intervención benéfica en la política de estado –llegó a autodefinirse como salvador de todos los holandeses, al convencer a Himmler de que abandonase un presunto plan para deportar a todos a Europa del Este–, el Schmeed de Allen pronostica cambio de dictador porque Goering se estaba dejando bigote, «y solo puede haber un bigote entre los líderes del Reich».

Con los temas trascendentes será todavía más corrosivo, como en el aforismo: «No sólo no hay Dios, sino que ¡intenta a ver si consigues un electricista en fin de semana!».

La mano del traductor

En 1971, y ya iniciada su carrera como director de cine, Allen reunió estos relatos, escribió tres más y los publicó, en la editorial de moda de la época, Random House, bajo el título 'Getting even', que en castellano significaría «resarciéndose».

Por algún motivo muy difícil de desentrañar –como solía ocurrir, por cierto, con muchas películas– el título del libro en la edición española no tiene absolutamente nada que ver con el original. Aquí apareció en 1974, pero la entonces incipiente editorial Tusquets lo llamó 'Cómo acabar de una vez por todas con la cultura'. Pero ambas ediciones no solo difieren en el título, sino que a cada relato le precede un antetítulo, y todos empiezan por «Para acabar con…», más el elemento con el que se quiere acabar: la crítica freudiana, el psicoanálisis, las memorias de guerra, las biografías… Todo el arsenal 'cultureta' de los años sesenta, y con algún desvío sociopolítico, como la mafia y hasta las revoluciones latinoamericanas.

De esta manera, lo que era una recopilación de relatos breves –aunque no estrictamente en forma de cuento, porque hay desde escenas teatrales hasta falsos ensayos académicos, pasando por listas de la lavandería– acabó convertido en un conjunto con unidad de sentido, como si se tratara de una crítica global a todo el sistema cultural norteamericano.

Probablemente, detrás de esa gran metamorfosis estuvo Marcelo Covián, un poeta argentino que llegó a España en los años setenta y que acabaría siendo editor del sello Ariel, y que entre otras cosas se dedicó a traducir a grandes clásicos como D.H. Lawrence, y a grandes malditos como Bakunin. Con Allen no sabemos cómo sería el flechazo, pero el caso es que le cogió el aire a la perfección, de manera que el neurótico antihéroe y sus obsesiones, luego omnipresentes en su cine, son ya perfectamente reconocibles en este primer libro que, como si siguiera la estela del falso documental 'Toma el dinero y corre', toma aquí la forma de una suerte de manual de autoayuda.

Toda una 'guía de desmontaje' de un universo cultural entonces efervescente, y que el cineasta conocía a la perfección. Sus parodias demoledoras son, desde luego, la crítica más mordaz a los excesos de una élite cultural que se negaba a asumir que, con los cambios culturales de aquella década, lo culto y lo popular iban a terminar por igualarse. Allen supo verlo antes. Y, sobre todo, contarlo; de la manera más divertida posible, además.

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