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No es que sea relevante para degustar la lectura de estos poemas, pero la contraportada del libro informa de que hubo una primera edición de este 'Museo secreto' que se publicó en Caracas en 2012, aunque la edición actual incluye más poemas y, además, está ilustrada por veinte dibujos de línea definida alusivos cuyo autor es Paco Montañés. Por lo tanto, y teniendo en cuenta que la edición venezolana no se distribuyó en nuestro país, podemos considerar que estamos ante un libro inédito.
El volumen se abre con el poema 'Pórtico', que no es otra cosa que una declaración de intenciones, expresada, muy en la línea de la ... poesía de Jesús Munárriz, con presión rítmica y con un humor desmitificador marca de la casa que reclama esa combinación de técnica y genio o, lo que es lo mismo, inteligencia e intuición, como premisas necesarias para acceder al verdadero arte, entendido este en su acepción más general, esa «creación gozosa entre el juego y el fuego» que Munárriz reclama. Una gran parte de estos poemas son écfrasis, recreaciones poéticas de esculturas o pinturas con las que el artista pretende acceder a la belleza, inmortalizarla –«Ella no está, ya no está, ya se ha ido, / pero su cuerpo continúa latiendo / entre mis dedos que la palpan y la sueñan», escribe en el poema 'Encovada'– y dejarla expuesta a la mirada del provenir: «La observan nuestros ojos / muchos siglos después / interrogando / a ese cuerpo sin velos, / queriendo penetrar / en su secreto, / averiguar su gracia» ('La desconocida de Charroux').
Autor: Jesús Munarriz.
Editorial: Poesía Hiperión.
Páginas: 94.
Precio: 12,95 euros.
La mitología clásica proporciona la materia prima de muchos de estos poemas, pero Jesús Munárriz, lejos de idealizar la belleza y de colocarla en un pedestal inaccesible, de considerarla como algo propio de la divinidad, la humaniza para saborearla. En estos poemas, el erotismo está a flor de piel ―–aunque esa piel sea mármol pentélico, de Carrara o de tela con pigmentos al óleo–, no es preciso recurrir a la interpretación de símbolos más o menos oscuros, apropiados quizá para otro tipo de exégesis, basta fijarnos en la identificación entre el campo léxico y el campo semántico para comprobarlo. Aquí prima por encima de todo la sensualidad, como vemos en estos versos surgidos de la contemplación de una obra de Tintoretto: «¿A quién muestras tu seno, a quién ofreces, / hermosa veneciana, / tu desbordante plenitud, la imantadora / belleza de tus pechos? / ¿Qué te hace descubrir, como por obediencia, / tu secreto esplendor, esos frutos de carne / generosos, / que las aréolas alegran y condecoran los pezones, / esas rosas turgentes, en sazón, / que engalanan las perlas de un collar, / tal vez su precio?». Uno de los tópicos que se recrean es el de la mirada furtiva, cuya representación mitológica recae en Acteón. En el caso del poema de Munárriz, no es un cazador que se topa inoportunamente con la desnudez de la diosa y es castigado por su osadía, sino un espía que observa a través del ojo de una cerradura los cuerpos «efervescentes, sudorosos, / entrelazados, machihembrados» de los amantes sin ser descubierto.
El artista y la modelo, objeto de innumerables representaciones pictóricas, de ensayos, narraciones, de películas como las dirigidas por Fernando Trueba o Jacques Rivette, o de poemas como el de Gioconda Belli 'La mujer y el pintor' en nuestro idioma y 'Standing Female Nude' de Carol Ann Duffy, 'Woman Ironing'de U. A. Fanthorpe y 'The Sitter' de Wendy Cope en inglés, por citar solo unos ejemplos es tratado también en el magnífico 'El pintor y la modelo' de Munárriz, que finaliza con estos contundentes encabalgamientos: «Nada has hecho / por merecerla, ya lo sé, / solo existir, pero deslumbra / tu hermosura. Lo que pretendo / es cogerla y perpetuarla. Mi mano hará que tu esplendor/ provoque asombro y admiración, / cuando ni tú ni yo existamos, / y en ello estoy. Es mi tarea», e, incluso, el titulado 'Desnudo', que reincide en el tema, pero desde otro ángulo, esta vez quien reflexiona es la propia modelo. Muchos son los artistas, sobre todo pintores, homenajeados en estos versos que desvelan ese museo secreto que alberga las imágenes más queridas del poeta. El objetivo de Munárriz es cantar la felicidad erótica, recreándose en la descripción de unos cuerpos que no son la expresión del pecado, sino imagen del deseo o mejor, de la intersección entre realidad y deseo. Quien quiera ver solo lujuria, está en su derecho, pero deber tener en cuenta que, como escribió Longino, «El lenguaje sublime conduce a los que leen no a la persuasión sino al éxtasis». Belleza y sexo están aquí, en la mirada del poeta, íntimamente relacionados, como entonces, cuando el mundo era algo más que una pantalla de plasma, una pantalla que expone un mundo alterativo. Por fortuna, esta perspectiva crea un contraste virtuoso con los acontecimientos modernos que demuestra, una vez más, la coherencia de su escritura a lo largo de toda la trayectoria de nuestro poeta.
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