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León Molina (Cuba, 1959), afincado en España desde niño, es no solo uno de los más prestigiosos expertos en el haiku –tanto por sus ensayos sobre el género como por su práctica–, sino un excelente aforista –mucho hay de aforístico en estos poemas, como vemos en estos ejemplos: «Porque solo se puede vivir / cuando se vive el doble», «Todas las piezas del olvido / son parte de las manchas grises / que dan un rostro al personaje»–― y, además, un poeta con una extensa obra que reunió en el volumen 'Esperando a los pájaros del sur. Poesía reunida de los años 2004-2016' (2017), obra que se ha visto incrementada con el título 'Micromicón' (2018). Supone, por tanto, 'Puntal del aire' su regreso a la poesía más discursiva y a sus motivos habituales, entre los que privilegia el contacto con la naturaleza, acaso el lugar ideal para perderse –«Para saber dónde/ se está hay que saber perderse», escribe en el poema 'Hoy'–o para encontrarse con uno mismo, aunque dude de su propia identidad– «Soy un hombre final, / el último de los que he sido», afirma en el poema 'Pájaro negro' (los pájaros, las aves son otro de las grandes devociones de León Molina) y en el titulado 'Soy' la duda se convierte en multiplicidad: «Soy una cambiante diversidad / de personas que nacen / y personas que mueren». La vinculación de Molina con la naturaleza no es ningún secreto y por eso sus poemas están plagados de referencias a espacios rurales, a los elementos naturales o a ritmos estacionales. Su forma de mirar refleja esa convivencia y el respeto a una forma de vida que, poco a poco, lamentablemente se va extinguiendo. Y esa mirada la que construye un paisaje que para otros esconde sus atributos, como vemos en estos versos: «Otros ojos mirarán desde aquí / cuando yo ya no esté. / Frente a ellos estará mi mirada / que ayudó a construir este paisaje».
Título Puntal del aire
Autor León Molina
Editorial Trea
Páginas 84
Precio 13 euros
La segunda sección del libro se titula 'Arjé' –término griego que significa principio, fundamento o comienzo. Para los griegos significaba el elemento primordial del que está compuesto y deriva toda la realidad material– y está integrado por cuatro poemas, tres de los cuales remiten a los elementales naturales que explican, según los filósofos presocráticos, todos los fenómenos, el agua, el fuego y el aire –falta la tierra–―que se complementan con el titulado 'Áperion', término que para los pitagóricos designa un principio sin forma, sin límite y que, junto con su contrario, el límite, constituye la base de todo lo existente. En dicho poema el poeta aparece como un médium que interpreta los mensajes del mundo: «Sólo escuché la voz del mundo en su decirse / y en su voz encontré la mía».
Un tono más coloquial se aprecia en los poemas que conforman la tercera sección, 'El velo y el arpa', que apuntan hacia una visión de la pasión y del paso del tiempo con cierta ironía: «Es tu última singladura / y vas a vender caro tu pellejo». Como se ve, es esta una dicción muy alejada de los versos anteriores, en la que la mirada quiere ver en la naturaleza un símbolo de lo que permanece, de lo intemporal. Aquí la mirada del espectador contempla la belleza como algo inaccesible y efímero y el triunfo momentáneo le hace decir: «me río de mí del imbécil / que besaría ahora mismo a esa chica / treinta años más joven». Pese al tono sarcástico, o quizá por eso, estos versos reflejan la inexorabilidad del paso del tiempo, lo que no supone, por supuesto, la renuncia al placer y al gozo, no solo a través del recuerdo, sino del presente porque ha aprendido a ser una criatura en el tiempo.
Otra visión, más claudicante, presentan los poemas de la cuarta y última sección, 'El crujido'. «La tristeza del mundo / es el mundo y nuestra tristeza / tan solo ideas vaporosas / de paso por el corazón», sin embargo, ese paso parece convertirse en una estancia prolongada bañada por la tibia luz de la soledad, de hecho, en otro poema escribe: «Esta tarde mi corazón / es como un anciano / que salió de casa y no ha vuelto». La sombra de la muerte se alarga gracias a la luz mortecina del crepúsculo y quien escribe –«Escribir es casi estar muerto»–― reconoce que vive «en la sombra y sombra soy», sin embargo, pese a la carga nostálgica y desalentada de muchos de estos poemas, pese a considerar la escritura como una muerte serena (Valerio Magrelli dixit), los propios poemas, principalmente los de las dos primeras secciones, desmienten ese vaticinio y auguran una nueva comunión con la naturaleza, consigo mismo.
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