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'Dominique lo ha pillado'
Pensamiento

'Dominique lo ha pillado'

Cine, identificación, caos y transformación, a propósito de la película 'Mandíbulas' de Quentin Dupieux

Begoña Cacho, María Jesús Cabrero y Rafael Manrique

Santander

Viernes, 11 de octubre 2024, 07:16

«Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer»

David Foster Wallace

Los dos personajes del filme 'Mandíbulas' (2020) de Quentin Dupieux descubren que sus disparatados y caóticos desvelos por Dominique, la mosca gigante que han estado entrenando, por fin han dado sus frutos y la mosca ha comprendido lo que quieren de ella. ¡Lo ha pillado!

Tras el asombro inicial, tanto la crítica y como el público se rindieron a un filme aparentemente desquiciado. La película entronca con 'Dos tontos muy tontos', de los hermanos Farrelly y con 'El Gran Lebowski', de los Coen. Y con perspectivas que llegan hasta la Grecia Clásica. Son claros en el guion del filme los ecos de Séneca o Diógenes. También nos recuerda, de forma remota, la historia que Franz Kafka relata en 'La metamorfosis'. Todo ello en la óptica gamberra de una comedia alocada e imposible, pero con gran coherencia narrativa. Se nos plantea como irrumpe en la anodina e insulsa vida de Manu y Jean Gap, dos pícaros decididamente idiotas, un acontecimiento extraordinario que obliga a tomar una posición: en el maletero del coche, ruinoso y robado, ha aparecido una mosca gigante. Este atrevido planteamiento de Dupieux, directo, irónico y desconcertante, tras su paso por el festival de Venecia adquirió mayor atractivo por tratarse de una película original, divertidamente absurda y con estructura de road movie. El director construye una historia sorprendente centrada en el diseño de un plan estrambótico para entrenar a Dominique, una mosca gigante, y utilizarla en sus robos, como si fuera un dron impredecible.

Dupieux maneja bien sus recursos. Logra que al final, los espectadores admitamos de forma lúdica la propuesta que el cine nos hace sobre identificación, pasión y transformación personal.

El cine es un medio artístico, intenso y ambiguo. Amigable y peligroso. Los grupos de poder desean, en términos de Timothy Snyder, que «tu cuerpo se ablande en una silla y tus emociones se diluyan en una pantalla» y de esa manera, adquirir la identidad que dichos grupos proponen. Similar a un líquido que adopta la forma de la vasija que lo contiene. El cine siempre ha sido una poderosa fuente de identificación que a menudo resulta beneficiosa y creativa. Uno ve un filme y con frecuencia piensa, ¿qué haría yo en ese caso? Bien temiendo que lo que uno piensa ocurra o, por el contrario, deseándolo. En otras ocasiones, como Foster Wallace sugiere en su libro, uno puede estar contemplando algo divertido, pero tan excesivo que no deseamos que eso mismo nos ocurra a nosotros. O, por el contrario, deseándolo en un grado tan elevado que nos empeñemos en obtenerlo.

El cine mantiene la capacidad de moldear pensamiento y proporcionar acogida a la vez que otras instituciones: la escuela, la religión o la familia la están perdiendo. ¿Y si me encontrara en una situación similar? Se nos propone esa reflexión y nos muestran las decisiones adoptadas por los personajes. Unas de ellas nos inspiran, otras nos horrorizan, y puede que alguna nos divierta. En todo caso este filme supone una escuela vicaria de acción. Tal vez esa identificación suceda por razones puramente psicológicas o por la actividad de las ya famosas neuronas espejo que permiten ponernos realmente en el lugar del otro.

El cine nos hace pensar y dudar acerca de lo que es la realidad y de cómo responderíamos nosotros ante ella

El fenómeno de absorción se aprecia con mayor claridad en las comedias que en los dramas. No es fácil responder a la pregunta de como se comportaría una persona si fuera Nemo en 'Matrix', pero quizá sea más fácil la respuesta ante la presencia de una mosca gigante. Se puede llamar a la policía, al Seprona o a Protección Civil. O largarse lo más rápidamente posible del lugar. O bien asustarse o bien asquearse. Es muy probable que ninguno respondiéramos de igual modo que los protagonistas del filme de Dupieux: entrenar a la mosca para que aporte comida o, ya en un nivel avanzado, que vuele hasta un banco y lo robe. Ya dijo Albert Einstein que no hay nadie más imaginativo que un imbécil.

Los personajes se enfrentan a algo extraordinario y sorprenden con su respuesta, loca si se quiere, pero coherente y eficaz. Esa actitud desarma a cualquier espectador. Simultáneamente, los dos amigos se ocupan amorosamente el uno del otro y del cuidado de la mosca que muestra ser más consciente y talentosa que ellos. Y que acaba siendo extrañamente adorable. Al final de la película tenemos la impresión de que han construido una sólida relación entre los tres. Viven instalados en un presente continuo en el que tienen que dar respuestas tácticas. Ninguna estrategia, ninguna noción de realidad o de responsabilidad por sus decisiones. Algunos críticos han objetado la falta de realismo del argumento. Están en lo cierto, al igual que si lo aplican a 'Alien', 'Matrix', 'ET', 'Wall-e', 'Superman', 'La guerra de las Galaxias', 'Mad Max', 'La vida de Brian' o 'Amanece que no es poco'. No perdamos de vista que el cine no es el territorio del realismo, sino el territorio de la imaginación, de la ficción, de la inteligencia, de la estética, de la emoción, de la palabra y de la imagen. No es casualidad que todo el filme esté rodado en colores desvaídos que logran introducirnos con eficacia en la extrañeza y atemporalidad de sus planteamientos. En su posición no comprometida ni transcendental los personajes consiguen sus objetivos por azar o de rebote. Se trata, sin duda, de dos perdedores, pero son amigos leales y su conducta amoral, mezquina y torpe resulta eficaz. No tanto por su gestión sino por un cúmulo de casualidades que les favorecen… aunque no se las merezcan. Al final logran provocar simpatía y ternura y llegamos a considerar que es posible un plan como el que ellos persiguen. La propia existencia de la mosca y su entrenamiento nos llega a parecer algo natural. Tal es la eficacia del cine, capaz de hacernos pensar y dudar acerca de lo que es la realidad y de cómo responderíamos nosotros ante ella. Después de todo, lo que ellos quieren es tener una vida mejor. ¿Quién no? ¿Y si hubiéramos encontrado la mosca cualquiera de nosotros? ¿Y si la hubiera encontrado Foster Wallace? Llegamos a considerar útil y divertido su optimismo dócil, de inmediato presente, sin reflexión y sin agobio. En caso de que el plan no funcione, se abandona y se comienza otro. No deja de ser significativo que el único personaje sensato sea Agnes, una de las amigas que encuentran en el camino, y que, sin embargo, acaba hospitalizada en un psiquiátrico. Por el contrario, Manu y Jean Gap afirman en varios momentos lo que a cualquiera le gustaría decir: «estamos bien aquí», algo insólito en está época en la que tantos se declaran víctimas de algo.

En el reciente festival de cine de San Sebastián, Pedro Almodóvar hablaba de un cine que de forma gozosa vampiriza emocionalmente. Simultáneamente Albert Serra afirmaba que el cine le interesa estéticamente, no emocionalmente. No sabemos que opinarían de 'Mandíbulas'. Ni racional, ni vampírico pero un tanto cautivador, con un plano final lanzando una cómplice mirada al público. Reconociéndonos, invitándonos a pertenecer a la propia historia.

¡Toro!

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