Borrar
El término 'cántabro' aparece en diferentes manifestaciones artísticas e históricas. DM
Emiliano el taumaturgo y Leovigildo el demiurgo
Episodios regionales

Emiliano el taumaturgo y Leovigildo el demiurgo

La 'destrucción de Cantabria', que el obispo Braulio narra en su 'Vida de San Millán', refleja de forma distorsionada por la transmisión oral y la intención teológico-política la toma de Amaya por el rey visigodo

Viernes, 17 de mayo 2024, 07:25

Aemilianus fue un hombre extraordinario. Usted lo conocerá por el nombre algo soso que acabó teniendo en castellano medieval: San Millán (sí, el de la Cogolla). Pero en aquel tiempo Millán no era sino Emiliano, el pastor hecho ermitaño. Experimentaba revelaciones y exhibía poderes curativos. Tras su formación inicial con un anacoreta de Haro, Félix, vivió en la hoy 'Rioja' de cueva en cueva, acumulando prestigio. Aunque la Iglesia trató de domesticarle dentro de su jerarquía, nunca fue dócil y llegó a rumorearse que cohabitaba con mujeres. Se contó que había vivido 101 años: desde el 472, cuatro años antes de que los hérulos destronaran al último emperador romano de Roma, hasta el 573, reinando aquí el visigodo Leovigildo y en Constantinopla el emperador Justino el Joven. La vida de Emiliano recubre así el final de la Hispania romana y el caos germánico del que acabó surgiendo una primera España.

Los poderes de Supermillán se manifestaban a la usanza antigua: visiones anticipatorias, acciones terapéuticas, prodigios bioquímicos (con el vino, un clásico). Era 'obrar maravillas', definición de la palabra 'taumaturgia'. Sus curaciones emulaban a las del Jesús bíblico: devolver la vista a los ciegos, expulsar demonios y, atención, resucitar a una niña de cuatro años. Esto debió de alarmar seriamente al episcopado y es seguro que el taumaturgo tendría problemas con el clero.

Al escribir 'Cantabriam', el cronista Juan de Biclaro y el hagiógrafo de Zaragoza ayudaron a preservar el nombre de la 'provincia'

Pasadas siete décadas de la muerte del matusalénico Emiliano en el monasterio de Suso, un obispo de Zaragoza, Braulio, de la élite neuronal del reino y conectado estrechamente con Isidoro de Sevilla, escribió en latín, sobre el 640, su 'Vida de San Emiliano', relato que reciclará medio milenio después Gonzalo de Berceo con un castellano en pañales literarios. Braulio pretendía influir en el país en momento delicado, tras varios reyes godos inestables, normas incumplidas de concilios toledanos y una presión brutal del Papa para catolizar a todo quisque. El Emiliano que nos presenta Braulio simboliza el retorno al origen taumatúrgico y bienhechor del cristianismo. Seis siglos después de la Pasión, se estaban perdiendo algunos principios. Por eso dice escribir «para consuelo de las miserias presentes». También compuso un himno a este santo.

La biografía menciona tres hechos de Emiliano que tienen que ver con aquella Cantabria del siglo VI. Uno es la curación, mediante rezo, de una mujer paralítica 'a finibus Amayae adducta', es decir, traída desde los términos de Amaya, el viejo promontorio-capital de los cántabros en las loras. Otro es la sanación, patente a todos los 'cántabros', del senador Nepociano y su mujer, antes endemoniados. Y el otro, principal, es 'destrucción de Cantabria'. Y es que Emiliano, ya centenario, había vislumbrado en Cuaresma otra de sus revelaciones: el 'excidium Cantabriae'. Para evitarlo, convoca al senado cántabro en el día de Pascua. Llegado allí, los acusa de todo tipo de crímenes y exhorta a hacer penitencia. Ellos le escuchaban con reverencia, porque era, asegura Braulio, «quasi unus de Domino Nostro Jesu Christi discipulis», es decir, casi uno de los apóstoles. Esta era mucha categoría y prefigura el culto a San Millán (como el indicado para Valderredible por Kaplan) y su futuro papel bélico-apostólico mancomunado con Santiago tras la batalla de Simancas de 939. Pero siempre hay escépticos. El senador Abundancio dijo que Emiliano chocheaba. Este replicó que pronto comprobaría la veracidad de su vaticinio. Y así cuenta Braulio cómo Leovigildo acabó luego con este y con los demás, usando «perjurio y engaño».

¿Qué podemos colegir de esta historia? Primero, que los nombres Amaya y Cantabria eran corrientemente conocidos en la España visigótica. Segundo, que estaban cerca de La Rioja occidental, pues cabe trasladar a una paralítica o al propio taumaturgo para sus admoniciones. Tercero, que los 'cántabros' eran cristianos, pues se dejan convocar en Pascua y atienden al cuasi-apóstol. Y cuarto: que esta historia puede ser fruto de una transmisión, distorsionada por la rumorología de la tradición oral y/o el objetivo político, del acontecimiento real del control por Leovigildo, en el siglo anterior, del área de los cántabros.

El cronicón de Juan de Biclaro, coetáneo del conquistador godo, narra en los hechos del año 574: «En estos días, el rey Leovigildo entra en Cantabria y mata a los usurpadores de la provincia, ocupa Amaya, se apodera de las riquezas de aquellos y pone la provincia bajo control». Esta descripción cuadra bien con la muy posterior narración brauliana, aunque por el camino algunos datos se hayan vuelto imprecisos. Leovigildo aparece en Braulio como el instrumento de Dios para castigar a los impíos, pero él mismo no es elogiado, ya que fue un rey arriano que intentó que todos los hispanos fuesen arrianos también (esto es, rechazaran el dogma de la Trinidad y asumieran que el Hijo no es coeterno con el Padre). En cambio, Biclaro sí alabó los logros de este rey, verdadero demiurgo de la fabricación de un reino panhispánico independiente.

Cuando a mediados del siglo XI el rey Sancho el Mayor de Pamplona, cuyo dominio efectivo se extendía por León, Castilla y Aragón, hizo trasladar solemnemente los restos de Emiliano de Suso a Yuso, se encargó un arca-relicario de gran lujo, con finas telas, oro, pedrería y unas tablillas de marfil que representaban escenas de la vida de San Millán. Una tablilla muestra esta secuencia narrativa: arriba, Emiliano con su báculo en forma de cruz tau, advierte a los cántabros; abajo, un Leovigildo ecuestre con un espadón toma de los cabellos al que parece ser Abundancio. Un tapiz que reproduce en tamaño mural esta lámina medieval adorna desde 2007 el patio central del Parlamento de Cantabria.

No incurre usted en herejía historiográfica si duda de que esa 'Cantabria' de la hagiografía sea lo que hoy entendemos por Cantabria. Hay quien la sitúa en una colina frente a Logroño. Y muchos prefieren no pronunciarse ante lo nebuloso de las fuentes. Pero no parece irrazonable interpretar el relato de Braulio como un eco siglo VII del control visigótico de la Cantabria antigua en el siglo VI. La 'destrucción de Cantabria' pudo ser una hipérbole por la expugnación de Amaya, transformando evento político en parábola moral. Al escribir 'Cantabriam', Biclaro y Braulio ayudaron a preservar el nombre, y además Biclaro lo categorizó como 'provincia', quizá en sentido más geográfico que jurídico.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes Emiliano el taumaturgo y Leovigildo el demiurgo