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Dirigida por los poetas Jordi Doce y Álvaro Valverde, la colección 'Voces sin tiempo' de la Fundación Ortega Muñoz nos ofrece, de la mano del también poeta José Ángel Cilleruelo, autor del prólogo y de la traducción, una antología del poeta portugués Carlos de Oliveira, nacido en Belem, Brasil, en 1921 y fallecido en Lisboa, su lugar de residencia durante la mayor parte de su vida, en 1981. Oliveira combinó la poesía – 'Micropaisaje' (1987), 'Entre dos memorias' (2009) son dos de sus libros traducidos a nuestro idioma. Reunió su obra completa bajo el título 'Trabalho Poético'–― con la narrativa ―–'Una abeja en la lluvia' (2009) y 'Finisterra. Paisaje y poblamiento' (2010) traducidas al español–, y la crítica literaria –'El aprendiz de hechicero' (1971), aun no traducido, recoge una gran parte de sus artículos y colaboraciones literarias–―.
Titulo La piel del paisaje. Antología poética
Autor Carlos de Oliveira
Editorial Edición bilingüe. Traducción de José Ángel Cilleruelo. Fundación Ortega Muñoz.
Páginas y precio 192 páginas. 12,00 euros.
El paisaje –esta es una antología cuyo núcleo temático es precisamente la naturaleza― rural–, el de la región de Gándara, lugar agreste –«Yermo sin el ... asomo de una brisa»–―en el que el poeta pasó su infancia y al que regresaba con frecuencia, ha sido determinante para elaborar un concepto de poesía ligado a la tierra y sus ciclos naturales, pero también a sus gentes, campesinos silenciosos y resignados que sobreviven miserablemente soportando unas duras condiciones de vida. Se confronta así en su poesía la exuberancia de la naturaleza– ―nació, como hemos dicho, en Belem, ciudad portuaria que da acceso en la región de bajo Amazonas― –renovada con la precariedad vital de quienes a ella someten su forma de vida, acaso por eso se alterna en sus poemas la sobriedad y la contención expresiva y formal con poemas de más aliento narrativo escritos generalmente en prosa. En ambos casos hay que reseñar, en palabras de Cilleruelo, «la capacidad de cohesionar la representación de la naturaleza con una visión crítica de la sociedad, con un pensamiento amoroso, con una memoria personal del espacio y del tiempo, con una proyección cósmica de la realidad, y con una acentuada conciencia de la propia escritura», conciencia que se manifiesta en el rigor con el que elabora la escritura, en la búsqueda de la palabra exacta: «Las palabras / resplandecen / en el bosque del sueño / y su rumor / de corzas perseguidas / ágil y esquivo / como el viento / habla de amor / y soledad: / quien os hiera / no hiere en vano, / palabras». La fusión perfecta entre la escritura y la naturaleza la podemos observar en el poema 'Árbol', divido en ocho secciones, que reflexiona sobre la idea de cómo las raíces del árbol «invaden el poema / y estallan / monstruosas / buscando algo / que habita / estratos más profundos». Fue Oliveira un poeta inconformista con su propia obra, de tal manera que sometió a sus poemas y a la propia estructura de la obra a revisiones constantes que modifican su lectura y la actualizan, porque pensaba, y esta es una idea que goza de muchos adeptos, pero provoca también el rechazo de otros tantos, que el poema debía ser fiel a las transformaciones sufridas por el autor a lo largo del tiempo, lo que implica, suponemos, que el poema sea reescrito incesantemente.
La vertiente social, salvo raras ocasiones –«son los señores de la guerra y sus cañones, / fraguas en Wall Street, los Vulcanos temibles», por ejemplo― – no se aborda de forma directa, sino insertada en la descripción del paisaje, como en esa «muerte / en flor / de los campesinos» o en «Los campesinos, destinados a las sepulturas a ras, a los estratos de muertos sobre muertos, utilizan el pino, los adobes (materiales perecederos), construyen casas en el barro, manejan herramientas tan rudimentarias como el arado de madera». 'La piel del paisajista' incluye los dos homenajes que Oliveira tributó a la Soria machadiana y a la Guernica bombardeada durante nuestra Guerra Civil pintada por Picasso: «hélices, vibraciones, percuten los cimientos; / el fuego, ahora veloz, los agrieta, destruye / toda la arquitectura; / las paredes resecas se desploman / no obstante, su dibujo / sobrevive en el aire». Como nos recuerda Cilleruelo, el propio poeta afirma que su «punto de partida, como novelista y poeta, es la realidad que [le] rodea» y de esa realidad forman parte también acontecimientos, que si no vividos en propia carne, sí han configurado su forma de ver el mundo. La visión que Carlos de Oliveira posee de la naturaleza es la de quien se siente en comunión con ella, no la de quien la observa desde el exterior y después la analiza.
En el caso de nuestro poeta, la impronta que su contacto con ella desde su infancia ha dejado en él se ha mezclado con su sangre, de tal forma que siente sus alteraciones como si fuera parte de ella, como lo es un árbol, una piedra, un rumiante o un campesino.
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Ana del Castillo
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