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Esplendor y bruma
Su nombre es democracia (2)

Esplendor y bruma

Tras décadas de desarrollo democrático surgen las señalesque anuncian su declive: la demagogia y la polarización

Viernes, 1 de marzo 2024, 07:27

La democracia nace en Atenas en el 507 a. C., pero el término «democracia» lo acuñan sus adversarios. Mientras 'arkhé' («monarquía», «oligarquía») hace referencia al poder institucional legítimo o, simplemente, al poder político, 'krátos' alude al dominio, a la superioridad que se obtiene tras derrotar a un rival. Para los oligarcas, 'demokratía' es el poder del 'démos', el pueblo o, más bien, una parte de él que se impone a la otra y desgarra lo que antes estaba unido (bajo el poder oligárquico o tiránico, evidentemente). Al evitar el término 'demokratía', los demócratas asumen la fantasía de la ciudad una e indivisible que defienden los oligarcas, y aceptan implícitamente que han introducido el conflicto en la polis. Pero todo cambia con Pericles.

Pericles, creador de consenso

A Efialtes le sucede como líder demócrata Pericles, un aristócrata que dirige Atenas durante más de treinta años gracias a su capacidad para generar consenso en la Asamblea. En 'Historia de la guerra del Peloponeso', Tucídides afirma que Pericles «tenía a la multitud en su mano, aun en libertad». Y en tanto «guía del pueblo» (significado neutro original de «demagogo») se caracteriza por su independencia respecto a los habitantes de Atenas: en su desempeño no hubo sumisión de naturaleza emotiva.

Ya al final de su vida, en el vibrante discurso que pronuncia en honor a los caídos en el primer año de la guerra contra los espartanos (que comenzó en el 431 a. C.), Pericles emplea el término «democracia» con indisimulado orgullo: «Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia».

Como imperio, Atenas exporta la constitución democrática a sus ciudades aliadas/súbditas. Y los tributos que cobra a esas ciudades sirven para financiar grandes obras públicas (el Partenón en la Acrópolis, por ejemplo) y para consolidar la democracia. Aunque formalmente todos los ciudadanos están habilitados para participar en política, casi ningún pobre se puede permitir abandonar su trabajo para asistir a las reuniones. Pericles solventa la situación al introducir una paga, equivalente a un jornal, por tomar parte en los tres órganos de gobierno democrático. La paga, que Atenas puede costear gracias a su política imperialista, se convierte en el procedimiento democrático por excelencia, pues no premia la productividad, sino la función cívica.

Después de la introducción de la paga, Pericles restringe la condición de ciudadano a los hijos legítimos de padre y madre atenienses. Así reduce el número de ciudadanos (que a mediados del siglo V a. C. son unos 60.000, menos del 10% de la población) y los aísla aún más del resto de habitantes desprovistos de derechos políticos: mujeres, extranjeros residentes (personas libres que en su mayoría viven del comercio) y esclavos (cuyo único derecho es que no pueden ser asesinados impunemente). Las mujeres no pueden participar en la vida de la ciudad y sus derechos se circunscriben al ámbito doméstico, donde tienen una doble función: el mantenimiento del patrimonio gracias a una buena gestión, y su transmisión por medio de la procreación. La reforma de la ciudadanía revaloriza el papel de las mujeres sin concederles ningún derecho político.

La ideología democrática

Si se exceptúan los cargos de cuya gestión experta dependen la seguridad e incluso la supervivencia de la ciudad (administración del ejército, de la asistencia pública, etc.), que se eligen por votación, a los órganos de gobierno se accede mayoritariamente por sorteo. Gracias a que la política no está profesionalizada, a la paga y al sorteo, los ciudadanos pobres adquieren la igualdad de derechos (isonomía) para tener las mismas oportunidades políticas (isegoría). Y a la libertad privada para vivir como quieran (siempre que respeten las leyes y los derechos de los demás), añaden la libertad política para participar en el gobierno de la ciudad.

El fundamento teórico de la igualdad política lo desarrollan los grandes pensadores de la época: los sofistas. El más prestigioso, Protágoras, considera que la convivencia en la ciudad es lo que hace surgir en los hombres el sentido moral y el de la justicia, de los que dependen la capacidad para el juicio político autónomo. Y a esas cualidades para la vida en común, se suma la capacidad para adquirir virtud por medio de la experiencia y la educación. Los oligarcas acusan a los demócratas de imponer la igualdad por encima de todo, pero Mogens H. Hansen explica en 'La democracia ateniense en la época de Demóstenes' (Capitán Swing, 2022) que en la práctica política democrática la igualdad normativa no es incompatible con la desigualdad natural, social o económica: aunque sean diferentes en inteligencia, elocuencia, riqueza o poder, todos los ciudadanos deben tener las mismas oportunidades para participar en política e idéntica protección legal.

Según el historiador Jacob Burckhardt, los griegos son pesimistas en su concepción del mundo, pero optimistas en su temperamento. Sin embargo, el proyecto democrático liderado por Pericles, en sincronía con las ideas de su amigo Protágoras, es excepcional por ser completamente optimista. En el célebre discurso fúnebre de Pericles se pone de manifiesto la aspiración de promover la realización plena del hombre, tanto física como intelectual. Y el optimismo se entrelaza con la confianza en la buena conducta de los demás: por eso Pericles defiende la integración de los extranjeros en la democrática Atenas, mientras que en la oligárquica Esparta la norma son las expulsiones. No es casual que los espartanos tengan un santuario dedicado al Miedo, al que rinden culto, pues, como recuerda Plutarco, creen «que con el miedo el Estado se mantendrá más unido». Una herramienta, el miedo, que los enemigos de la democracia nunca han dejado de utilizar.

Tucídides destaca otro rasgo esencial de la ideología democrática en Pericles: es «transparentemente incorruptible» en materia de dinero. La transparencia o rendición de cuentas, algo completamente ajeno a la oligarquía y a la tiranía, es obligatoria, pública y periódica en la democracia. El orador Andócides refiere que el afán de control público de la acción política es tal que los administradores que malversan recursos del erario pueden ser despojados de sus derechos ciudadanos.

Una importante medida vinculada con la rendición de cuentas es la «denuncia de ilegalidad» ('graphè paranómon'), que permite a un ciudadano apelar al Tribunal contra una ley aprobada en la Asamblea que considera inconstitucional. Si el Tribunal anula la ley, se castiga al orador que la propuso en la Asamblea, y si se mantiene la ley, se castiga al denunciante (con multas que pueden convertirle en deudor permanente de la ciudad). Esa «denuncia de ilegalidad» es una defensa contra los oradores que pueden manipular a la Asamblea, y, por tanto, un baluarte de la constitución democrática. Ese papel del Tribunal se conserva en las constituciones modernas: el Tribunal Supremo de EE UU tiene el poder de examinar y rechazar las leyes del Congreso desde 1803. Y hoy muchas batallas legislativas en los parlamentos desembocan en los tribunales constitucionales.

Crisis y populismo

Los nuevos líderes demócratas que suceden a Pericles, fallecido en el 430 a. C., no promueven cambios drásticos ideológicos o institucionales. Pero en una Atenas tensada por la guerra del Peloponeso y los conflictos internos, la pugna entre los dos grupos sociales opuestos, demócratas y oligarcas, intensifica más si cabe la división de la ciudad. En ese contexto surgen los políticos que buscan el favor popular (los demagogos, en el sentido negativo actual). Aristóteles subraya la impulsividad y arrogancia de algunos líderes, y destaca que el demócrata Cleón «fue el primero que dio voces y profirió insultos en la tribuna». Un modelo que no ha dejado de perfeccionarse, como el que ilustra un suceso narrado por Plutarco: Alcibíades, discípulo de Sócrates, le cortó en público el rabo a su perro para que los atenienses, ofuscados con la maniobra, se olvidaran de su inagotable oportunismo político.

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