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David Matos / Unsplash
Exocerebro, el cerebro en las afueras
SOTILEZA

Exocerebro, el cerebro en las afueras

La consciencia, el lenguaje y el uso de herramientas ha permitido la superviviencia de los seres humanos en un entorno muy hostil.

Viernes, 6 de octubre 2023

¿Puede la consciencia conocer la consciencia? No piensen que es un juego de palabras, se refiere al dilema fundamental en la comprensión de la mente humana. Tras el esfuerzo dedicado durante una década al cerebro (1990-2000) el neurocientífico Stevan Harnad concluyó que se había avanzado en algunos aspectos del funcionamiento neuronal, pero no en el problema de la consciencia. El antropólogo Roger Bartra plantea una forma interesante de entender la mente y la consciencia humanas. Propone la existencia de prótesis extrasomáticas vinculadas al cerebro que constituyen una red cultural y social con la que vivimos y pensamos. Lo denomina exocerebro.

La idea de un cerebro externo fue esbozada por Santiago Ramón y Cajal que al observar la extraordinaria y precisa selectividad de la retina, la consideró como «un cerebro simple, colocado fuera del cráneo». Bartra recupera esta idea para aludir a los circuitos extrasomáticos de carácter simbólico. La consciencia, el lenguaje, los símbolos y el uso de herramientas han permitido la supervivencia de los seres humanos en un mundo muy hostil. Las incapacidades del sistema cerebral serían compensadas por funcionalidades y capacidades culturales. Para Bartra la conciencia surgiría gracias a la capacidad cerebral de situar la continuación de sus procesos internos en elementos del exterior, situados en las afueras. No es algo extraño. Estamos rodeados de prótesis que nos ayudan a memorizar, a calcular e incluso a codificar nuestras emociones. Este diario es una de ellas. A la chapuza evolutiva de superponer tres sistemas cerebrales, reptílico, límbico y neocortical, añade el exocerebro. Esto supone que regiones del cerebro humano adquieren una dependencia de sistemas simbólicos constituidos y transmitidos por mecanismos culturales acoplados al endocerebro. No nacemos sabiendo nombrar, ni sabiendo desear. Se aprende. Juntos, endocerebro y exocerebro, producen aprendizaje y cultura. Uno de esos dispositivos simbólicos es el cine o internet. Otro, la literatura.

Michael Tomasello, por ejemplo, sostiene que los seis millones de años que separan los primeros seres humanos de los grandes simios, no constituyen un tiempo suficiente para que la evolución biológica pueda crear nuestras habilidades cognitivas. Cree que el único mecanismo que puede explicarlo sería la transmisión social y cultural. Stephen Jay Gould, por el contrario, opina que sí ha habido tiempo suficiente. La transformación del homo erectus en homo sapiens fue un proceso que muy probablemente ocurrió en África entre doscientos cincuenta mil y cien mil años atrás. En algún grupo relativamente aislado de erectus se produjeron rápidos cambios en la estructura y el tamaño de su sistema nervioso central y de los sistemas fonadores que permitieron la articulación del habla y la aparición del lenguaje. El ser humano moderno había nacido.

Capacidad adaptativa

Cuando su supervivencia estuvo amenazada utilizó de forma novedosa recursos que ya se hallaban en su cerebro. Por ejemplo, se vio obligado a marcar los objetos, los espacios y los instrumentos que usaba. Estas marcas hechas de voces, colores o figuras, eran prótesis semánticas que les permitían realizar nuevas y difíciles tareas. Iba así creándose un sistema externo de apoyo y sustitución garante de una gran capacidad adaptativa. El salto evolutivo no tuvo un carácter puramente cultural sino también biológico. Tomasello ha dicho que «la conclusión ineluctable es que los seres humanos individuales poseen una capacidad biológicamente heredada para vivir culturalmente». O en palabras más pesimistas de Bartra «adolecen de una incapacidad genéticamente heredada para vivir naturalmente».

Las exigencias del mundo exterior y la plasticidad neuronal impulsan un proceso de cableado de nuevas redes. Noam Chomsky se equivocaba al afirmar que el desarrollo del lenguaje esté determinado por la maduración de circuitos neuronales innatos. Se trata más bien de una interacción en la que el tejido de redes cerebrales impulsa el aprendizaje, el cual a su vez determina el crecimiento de mapas neuronales, una idea de la que Lev Vigotsky, que falleció en 1934, fue precursor.

Comprender el exocerebro exige tener en cuenta las neuronas espejo. Fueron estudiadas por Giacomo Rizzolatti, en una región cerebral de los monos, existente también en los humanos. Tienen como función específica representar o reflejar acciones de otros individuos. Los monos reconocen las acciones realizadas por otros debido a que el patrón neural en las áreas prefrontales se activa igualmente durante la observación de una acción cuando otros la realizan. La activación neuronal necesaria para el control de la propia mano y la activación neuronal para interpretar una acción similar en otro individuo, son semejantes. De ahí su nombre, neuronas espejo. Estos grupos neuronales no son externos, pero se activan a través de la observación de las conductas de otros individuos. Amplían nuestra capacidad cognitiva de tener experiencias sin estar implicados en ellas. Según Bartra hay otras realidades neurocognitivas que se relacionan con la importancia del sistema exocerebral. El autismo podría ser entendido como una carencia del mismo. Una teoría interesante pero lejos de estar comprobada.

El cerebro como un cangrejo

El filósofo Paul Ricoeur se resistía, de forma un tanto necia, en su polémica con el neurólogo Jean-Pierre Changeux, a aceptar que la neurobiología fuera fundamental para entender la relación del cerebro con la conciencia y los sentimientos. Pero una de las afirmaciones de Ricoeur: «…la consciencia está, desde siempre, fuera de ella misma» tiene interés si la vinculamos con las neuronas espejo. Quizá haya que explorar la idea de que no exista una separación tan tajante entre espacio neural interior y circuitos culturales externos. Un camino fascinante que abrió Gerald Edelman y discípulos tan importantes como Antonio Damasio. Rodolfo Llinás, en su libro sobre la consciencia, recuerda una atrevida hipótesis evolucionista según la cual los vertebrados pueden ser vistos como crustáceos pero con una distribución inversa: con el esqueleto en el interior y la parte blanda, en el exterior. Esto no sucede con el cerebro que más parece más un cangrejo cubierto por el exoesqueleto. Habría ocurrido algo similar a lo que les sucede a los cangrejos ermitaños que para resguardar su desnudez, como Diógenes con el tonel, buscan un exoesqueleto en la concha vacía de algún caracol. De manera análoga, la masa encefálica de los humanos ha buscado fuera del endeble cráneo que la oculta un exocerebro artificial de orden cultural y social que, aunque expuesto a la intemperie, le proporciona una sólida estructura simbólica en la que apoyarse.

Gerald Edelman y Rodney Porter afirmaron que la memoria neuronal no tiene un carácter representacional. No codifica la realidad. El cerebro funcionaría como lo hace el sistema inmunológico: los anticuerpos no son representaciones de peligrosos antígenos, sino moléculas con la capacidad intrínseca de acoplarse a ellos y bloquearlos. Ambos, ciegos al exterior funcionan con sus propias reglas y así protegen el organismo que los alberga. El sistema inmunológico formaría parte del sistema general de la memoria humana. Incluso algunos sostienen que junto con el sistema nervioso forman un asombroso complejo unificado de identidad y conocimiento. Estas ideas sin duda contribuirán al esclarecimiento del mayor interrogante que tenemos: ¿es el cerebro capaz de entenderse a sí mismo?

«… las delicadas y elegantes neuronas, las misteriosas mariposas del alma, cuyo batir de alas quien sabe si esclarecerá algún día el secreto de la vida mental».

Santiago Ramón y Cajal

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