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Detalle invertido del cartel de Rodchenko con la actriz Lilia Brik EFE
La explosión inánime del arte contemporáneo
Creación

La explosión inánime del arte contemporáneo

El genial impulso de las vanguardias ha desaparecido y ante la expansión de la producción artística resulta difícil orientarse

Rafael Manrique

Santander

Viernes, 24 de enero 2025, 07:18

Si hemos de aceptar la teoría del Big Bang, y por ahora debemos hacerlo, aquel punto de extrema densidad se expandió en el origen de los tiempos de forma caótica y sin estructura alguna. Muy poco tiempo después se formaron algunas configuraciones y regularidades que, poco a poco, y tras unos catorce mil millones de años se han convertido, junto a otras realidades, en las personas que están leyendo este artículo. El tiempo, recién surgido a partir de aquel acontecimiento, pasó y pasó. Hubo destrucciones, cataclismos y creaciones. Parece una adecuada metáfora a la situación del arte desde los últimos años del siglo XIX hasta hoy. Lo artístico, entendido como la creación de pintura, escultura, teatro, novela, poesía, fotografía, música, ensayo, al igual que en el Big Bang, está en fase expansiva. Provoca obras maravillosas y muchas necedades. Estar cerca de ello es placentero, pero tiene su peligro intelectual y económico.

En la cabeza de los artistas la obra de arte se hace realidad inmaterial. Y ahí va a permanecer. Se forma un hiato insalvable entre su mente y su plasmación en una obra. Georg Baselitz decía que no existe una comunicación real con ninguna clase de público. Andy Warhol añadía que «un artista es alguien que produce cosas que la gente no necesita, pero que él piensa –por alguna razón– que sería una buena idea proporcionárselas». Los artistas no afirman, ni ofrecen un mensaje ni expresan una opinión. Quienes efectúan estas tareas son otros. Su arte no ayuda a nadie. Ninguna situación social o personal determinará el producto final que siempre será un arcano. Con el arte, con la cultura no se asaltan los cielos, pero en ocasiones facilitan el camino a los infiernos. A veces, señala Ruhrberg Schneckenburger, la distancia entre la ambición filosófica y teórica de una obra de arte y la banalidad de su plasmación llega a ser de tales dimensiones que alcanza el absurdo. Al iniciarse el siglo XXI, el influjo que ejercieron los denominados críticos culturales franceses y norteamericanos iba decayendo. Utilizar la opinión de Jean Baudrillard, Michel Foucault o Guy Debord para justificar cualquier estupidez publicada en un catálogo de exposición, empieza a resultar apestosa. Hoy se apuesta por desechar un arte que resulte incomprensible a pesar del intento del autor por ilustrarnos. Un pequeño número de críticos se han atrevido a expresar que el emperador está desnudo. Algunas de las afirmaciones de Marcel Duchamp fueron perjudiciales, a pesar de ser un gran teórico del arte. Su urinario, una irónica genialidad conceptual, convenció al público, artistas y críticos de que bastaba con llevar cualquier ocurrencia a una galería para que se convirtiera en arte. Se equivocaba con esa imaginativa boutade.

Si todo es arte, nada lo es

Todo tipo de arte, de producción cultural podríamos afirmar, ha explotado en todas las direcciones. La llegada de internet, las plataformas multimedia y las redes sociales lo han acelerado. El acceso fácil a tecnología de calidad, también. Cualquiera, por ejemplo, puede hacer una foto o publicar un libro. ¿Es esto un progreso democrático y antielitista? No lo es. A lo artístico se le exige un contenido, un pensamiento, una técnica. Proviene de una necesidad personal, de una carencia. No necesariamente de un deseo. Y menos de una operación de mercado. Si todo es arte, nada lo es. Decía un profesor norteamericano, burlándose del constructivismo, que si la verdad no existe y está construida socialmente, eso implica que no merece la pena aprender nada. E = mc3 es una fórmula imaginativa pero inútil.

Las exposiciones y bienales no ayudan. Con frecuencia se convierten en un almacén lujoso en el que las obras se superponen

El arte consiste en un producto intelectual y solo desde ahí puede ser entendido. Y si no lo es, estaremos hablando solo de un producto de consumo o de decoración. 'Las Meninas', de Diego Velázquez; 'Membrillero', de Antonio López o 'La comulgante', de María Blanchard son obras maestras de la pintura. No son obras pedagógicas o militantes. Trabajos específicamente creados con la finalidad de ser anticolonialistas, queer, libertarios, progresistas o neoclásicos suelen resultar patéticos. O arrogantes, como algunas de las muestras organizadas con estos fines por centros como el Pompidou de Paris, la Bienal de Venecia. La Documenta de Kassel llegó a entronizar como gran artista a un cocinero famoso.

Observar una y mil veces

El inmenso y genial impulso de las vanguardias ha desaparecido y ante la explosión de la producción artística y cultural es difícil orientarse. Las exposiciones y bienales no ayudan. Con frecuencia se convierten en un almacén lujoso en el que se superponen toda clase de obras. Se sienten ganas de advertir a algún artista o galerista que un cuadro blanco sobre blanco ya lo pintó Kazimir Malevich en 1918. Llegan tarde. Un artista como Richard Prince planteaba que hay que realizar pinturas sin necesidad de interpretar, pero sí de observar una y mil veces para seguir viendo cada vez cosas nuevas que no se desvelan en la primera mirada. Su posición satírica frente al mercado del arte llegó a la categoría mítica cuando creó un museo al norte del estado de Nueva York, lo compró el museo Guggenheim y se destruyó poco tiempo después por la caída de un rayo.

No ha de ser el arte símbolo de status, ornamento de la vida burguesa o inversión que incluso se guarda durante años en la caja fuerte de un banco. En la actualidad tanto las casas internacionales de subastas como muchas galerías comerciales, pasando por la prensa especializada, con frecuencia generan negocio a través de producciones herméticas hasta el delirio o el ridículo. Y, desde luego, lo malo no es el negocio. De algo tienen que vivir los artistas, galeristas y comisarios. Lo erróneo es que se basa en el absurdo juego de precios insensatos y una valoración exenta de crítica y racionalidad que aleja del arte a una gran mayoría de personas dejándolo en manos de… ¿conocedores?

Y por último quedan los que acudimos a museos y exposiciones. Hubo colas durante horas para ver en el museo del Prado pinturas de Velázquez que en su mayoría siempre están allí expuestas. La moda, la publicidad y el turismo masivo no se relacionan bien con la experiencia de ver arte. Es necesaria una actitud distinta a la que tenemos al visitar un mercado medieval organizado durante las fiestas patronales. Museo y mercado medieval tienen su lugar, pero requieren una conducta diferente.

Nadie sabe bien cómo definir el arte. Quizá no haya manera de hacerlo o existan muchas igualmente buenas. Pero en todo caso, se conciba como se conciba, la función del arte siempre estará próxima al lugar donde se genere conocimiento de nuestra naturaleza humana, comprensión del mundo en que vivimos y pensamiento crítico acerca de todo ello. En un mundo tan diferente de aquel en el que surgieron las vanguardias, no se puede seguir queriendo ser vanguardista. O escandalizar. Nadie se escandaliza por nada y menos por una pintura o un libro. Joseph Beuys consiguió impresionar a una gran mayoría de personas con sus instalaciones. Bruce Nauman se centró mucho más en el proceso de creación que en el propio objeto creado. Probablemente hoy no serían posibles artistas como ellos. El arte ilumina, preocupa, critica, afirma, maravilla, desconcierta. Precisamente aquello que siempre necesitamos.

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