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En Venecia. Extranjeros. De todo lugar, de cualquier persona, de uno mismo. Es el tema de la Bienal 2024.
Con la inauguración en 1895 de la primera Bienal, Italia ansiaba colocarse, junto a las potencias europeas, en la vanguardia de la política y de las tendencias artísticas. Venecia necesitaba detener su amenazante decadencia. La idea de una exposición con impacto mundial resultó perfecta adquiriendo sucesivamente mayor importancia y eco social. Su inicio consistió en la construcción de un pabellón central en el interior de unos jardines creados por orden de Napoleón con el fin de sanear esa porción de la ciudad. Ese pabellón central está situado al final de la 'cola del pez', forma que presenta Venecia desde el aire en la acertada imagen del título del libro de Tiziano Scarpa.
Progresivamente fueron añadiéndose pabellones nacionales, entre ellos el de España. Cada uno con arquitectura diferente y, en general, acertada. Simultáneamente se rehabilitaron parte de los inmensos arsenales que Venecia poseía como la gran potencia financiera y naval que había sido. Su aspecto, en ese estilo de rehabilitación minimalista, casi descuidada, armonizaba perfectamente con su origen de taller de construcción. En Madrid, el Matadero, antiguo edificio dedicado a matadero industrial y mercado de ganado, ha seguido bien esa estela. Posteriormente otras muchas naciones quisieron instalar su pabellón junto al primordial de Venecia, pero ya no había sitio para ello. El resultado fue magnífico. Hubo que alquilar palacios existentes en la ciudad. Gracias a esta necesidad muchos de ellos se rehabilitaron y, al menos durante la Bienal, pueden ser visitados.
Actualmente hay una gran propuesta de exposiciones anuales y bienales: Kassel, Sao Paulo, Bogotá, Basilea, Londres, Madrid..., pero ninguna situada en un lugar que en sí mismo constituye una excelsa obra de arte.
Esta 60ª edición dedicada a lo extranjero está comisariada por el brasileño Adriano Pedrosa. Ha conseguido plasmar una panorámica del arte mundial invitando tanto a jóvenes artistas como a mujeres artistas, que en su mayoría nunca habían expuesto su obra en una Bienal. Procedentes de países que fueron colonias o que recibieron el impacto de la colonización europea, este hecho ha implicado que temas como explotación, racismo, xenofobia y apropiación por parte de occidente de los bienes materiales y culturales estén muy presentes. Pero a diferencia de otras expresiones artísticas, la obra presentada en esta Bienal no es estridente, ni meramente denunciadora, tampoco se realiza desde una posición ahistórica, moralista, o agresiva. Lo expuesto representa un arte reflexivo que propone una cierta reconciliación entre las metrópolis y sus antiguas colonias sin dejar de ser claro, crítico y áspero en muchas de sus propuestas. Tal vez por ese énfasis haya muchas obras realizadas con técnicas artesanales convertidas en arte. Cerámica, barro, madera, telas y tapices abundan por doquier. Percibimos que estos artistas jóvenes aspiran a la construcción de una identidad estética propia, sin imitar ni referirse a las dinámicas propias del mundo capitalista. Conocen su valor como artistas y también que pertenecen a los márgenes de las metrópolis. Se saben extranjeros de todo. Se saben mujeres, se saben periféricos y lo usan como forma de crear un arte libre que resulte conmovedor. Recordemos que se trata de una exhibición no de una feria para la venta. Eso no impide que algunos lleguen a introducirse en la lógica del mercado del arte. Transmiten de muchas y plásticas maneras la belleza y la dificultad, la oportunidad y la opresión que recibe todo lo extranjero, sobre todo las personas migrantes. No dejamos de ser una especie siempre extranjera, nunca perteneciente ni a un lugar ni a una época. Ni siquiera a las sabanas africanas en las que hace un millón de años ocurriera la evolución de los homínidos. Somos una especie nómada hecha a su vez de conexiones de fragmentos extraídos de más o menos violentas apropiaciones culturales y genéticas. Es algo que rezuma en muchas de las obras expuestas en esta Bienal.
Desde Sigmund Freud estamos acostumbrados a pensar que más allá de lo visible y experimentable de forma consciente, existe un mundo desconocido, inconsciente, individual, extraño, inasimilable, queer, si se quiere utilizar ese modismo general e impreciso. Tal vez esa ambigüedad e indeterminación del lenguaje sea la crítica más importante que se pueda hacer a esta exposición. No estamos ante la Bienal más politizada de los últimos años. Las ha habido más intensas, aunque en ocasiones haya sido una politización de postureo, banal, del tipo de: «Todos somos palestinos», dicho desde la comodidad, belleza y sofisticación de un palacio veneciano. Esta vez por el contrario, parece que se da voz y presencia a artistas debido a que lo son, y no porque los europeos quieran a través de ellos darse un baño de compromiso ético. En ocasiones anteriores se ha exhibido un arte que, en contraste con la radicalidad que encontrábamos en el uso de un lenguaje lleno de absurdos manifiestos e indescifrables catálogos, ofrecían en realidad un pensamiento manso y correcto. En esta Bienal no hay estridencias. Lo que sí encontramos son artistas que expresan el mundo de sus padres, su propio mundo y el que creen que se avecina. Esta Bienal está lejos del arte entendido como un parque de atracciones o como una especie de circense parada de los monstruos, hechos frecuentes en el mercado y exposición del arte. En este caso el arte está destinado a asombrar y, desde la 'otredad' del extranjero, a expandir el pensamiento, la emoción, la sensibilidad y el compromiso.
Un comisario de una bienal de Venecia no deja de ser un observador que recorre el mundo detectando aquello que pueda ser importante para su objetivo. Selecciona y, como bien sabemos por el fútbol, obtendrá algunos elogios y abundantes críticas feroces. Algunas justas y otras injustas. Es su oficio, bonito y bien pagado.
La exposición (de este) del año 2024 anuncia que estamos inmersos en un mundo posteuropeo. Introducir esta complejidad del arte, avanzado ya el siglo XXI, en las naves de un arsenal y unos pabellones semeja a introducir el infinito en una cáscara de nuez, como reclamaba William Shakespeare.
Venecia constituye una de las esencias de la humanidad. De las más hermosas y de las más terribles. Una de las ocasiones en las que se visite ha de ser con motivo de la Bienal para sumergirse unos días en sus exposiciones y propuestas. Habrá que asegurarse que en esos días se represente una ópera en el teatro de la Fenice. Es la esencia más europea y universal de la cultura. Y es una forma de alcanzar el paraíso… por si acaso no hubiera otro modo, ni paraíso alguno.,
Un arte que, como propugnaba Sartre de la literatura, no nos permite sentirnos inocentes de lo que está ocurriendo. Un ejemplo: el astronauta homeless de Yinka Shonibare que, con la adecuada indumentaria para ir al espacio, carga con una red llena de objetos útiles o no, pero que constituye todo su mundo. Con esta obra se abre el recorrido por el Arsenal. En Venecia
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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