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Gorka Mohamed (Santander, 1978) ha inaugurado en la Sala Robayera de Miengo una exposición de última obra, en su mayoría imágenes de extraños personajes desestructurados física y mentalmente, realizados a pastel, descarados e irónicos, rompedores y solitarios.
Son retratos en los que nos propone una alternativa a la increíble capacidad que tiene nuestra mente para percibir un rostro a partir de elementos mínimos, a la capacidad de componer una cara ante cualquier mancha o nube: la pareidolia. Nuestro sistema analógico básico se pone en funcionamiento de forma inmediata para darle forma a lo fragmentario, o para cotejar lo percibido con una red extensísima de personajes conocidos, en una operación de reconocimiento precisa, de gran potencia computacional, que funciona incluso a través de los cambios que el tiempo inscribe en los rostros. Pero, aun así, no conseguimos tener suficientes referencias ante las figuras de Gorka Mohammed, que nos miran enigmáticas y nos interrogan con descaro.
Es una obra que investiga la fragmentación de las imágenes, que se prolonga también en la fragmentada irreverencia de los títulos, heredera del cubismo en la ruptura de las continuidades espaciales, en la mezcla de planos expresivos, y del sueño surrealista en cuanto que es capaz de destruir el carácter unitario de cualquier concepto, o de unir elementos contradictorios. Rompe la menor posibilidad prevista de identificación del paseante con los personajes. Son sueños surrealistas en un territorio cubista, atravesados por la cruda cotidianidad, aliñados con una ironía salvaje.
Por otro lado, también podemos decir que son obras clásicas, retratos, pinturas realizadas con pastel, carboncillo o lápiz sobre papel, enmarcadas en un formato tradicional sobre un soporte plano, sometidas a las soluciones volumétricas de las sombras, que representan personajes de carácter aristocrático, con referencias iconográficas y estilísticas propias del renacimiento italiano, como nos recuerda el propio autor cuando cita a Signorelli. Aunque no todo en ellas es tan marcadamente clásico.
La coordinación, la combinación de las diferentes imágenes mentales procedentes de los distintos sentidos es una tarea en la que se emplean a fondo los bebés humanos y las crías de otros primates. Se ha comprobado en macacos Rhesus que al escuchar vocalizaciones de congéneres se activan áreas cerebrales asociadas a la percepción visual, el movimiento y las emociones. Todos los datos experimentales parecen indicar que no hay un arduo problema que resolver para log rar la vinculación entre fragmentos de distintas modalidades sensoriales, sino que lo que realiza el ser humano y otros animales es la poda de las relaciones que no se confirman como coherentes por medio de la experiencia.
La percepción primitiva es multisensorial, afectada por la concurrencia de diversas modalidades sensoriales. Lo mismo ocurre con las imágenes mentales posteriores recuperadas tras la experiencia: son imágenes multimodales que, en el ser humano, son relegadas al inconsciente. Esta poda y este relegamiento permiten establecer relaciones codificadas arbitrarias, construir un sistema simbólico, un marco conceptual que reduzca la complejidad del mundo. Este orden es el que aparece subvertido por medio de estos irreverentes sueños surrealistas en un espacio cubista.
La obra de Gorka Mohammed sobrepasa el marco perceptivo previsto del desprevenido espectador por su exuberancia, por la cantidad de relaciones secretas que esconden, por las historias y anécdotas que se enredan en la vida de sus personajes desnortados que, paralelamente, descolocan al receptor.
El título de la exposición, 'Ventrílocuo', nos habla precisamente de una asociación intermodal errónea, un juego que une la voz de la persona dominante, la que impone el orden del lenguaje, a una figura del espacio imaginario, la de un muñeco que gesticula. Por eso la situación humorística con la que juega el ventrílocuo radica en la rebelión del muñeco. De ahí el título de una de las obras de la exposición: 'Títere y maestro manipulador se transforman uno en el otro'.
¿Como relacionarnos con estos personajes rebeldes que nos miran descarados con su único ojo? ¿Con esos seres a la vez descompuestos y tranquilos? Hay una convivencia, edificante, entre lo siniestro desestructurado, entre lo cotidiano y extraño, y los nexos y referencias que dan forma acrítica a la cotidianidad, que hacen estallar la carcajada. Una mezcla saturada de rarezas y estereotipos subvertidos por un humor salvaje.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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