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Mano pintada enla cueva del Castillo de Puente Viesgo. EFE
El final de Neandertabria
Episodios regionales

El final de Neandertabria

El kilómetro cero del surgimiento de nuestra Cantabria«sapiens sapiens» fue la desaparición de otra humanidadque la había habitado durante milenios

Viernes, 19 de enero 2024, 07:32

Benito Pérez Galdós escribió en su finca santanderina de San Quintín 14 de los 46 Episodios Nacionales, serie monumental de novelas históricas que lo convirtieron en una gran figura de la mentalidad nacional-liberal española. La primera, Trafalgar, la comenzó en Santander en 1872, siendo rey Amadeo de Saboya. La última, en 1912, escrita entre Madrid y la capital cántabra, fue Cánovas. Como muchas novelas de tema histórico, el mérito reside en lograr que la ficción sea fiel a la realidad, de modo que junto a la parte, digamos, documental (que hubo una batalla naval en Trafalgar), se cuente aquello que «muy bien pudo haber sido» en las circunstancias dadas. Así el novelista histórico tiene una doble obligación: ser un poco historiador (o al menos divulgador de saber riguroso) y ejercer una imaginación sociológicamente controlada.

A la inversa, el historiador no tiene por qué ser un estilista de la novela, aunque el estilo, bien cuidado, perfecciona su comprensión y la nuestra. Por ejemplo, el profesor de la UC Luis Garrido, en su magnífica investigación Guerra y paz, sobre la relación entre Espartero y María Cristina durante la primera guerra carlista, narra con eficaz prosa cómo el 3 de septiembre de 1839, al anunciarse el Convenio de Vergara que ponía fin a la contienda civil, la reina Isabel bajó a la Plaza de Oriente y se dirigió hacia la Puerta del Sol, mientras la gente la vitoreaba y lloraba de emoción. Al final de párrafo, nos aclara: «Sólo tenía ocho años».

Al emprender hoy una modesta serie de Episodios Regionales, mi pretensión no es otra que representar algunos momentos en el devenir de lo que hoy denominamos «Cantabria», con tres fines esenciales: primero, destacar hitos lejanos en los que el camino humano en esta tierra tomó un giro decisivo; segundo, meditar sobre ello, es decir, sobre cómo lo que hoy somos ha sido más o menos remotamente determinado por aquello (nombrémoslo la «historia profunda»); y tercero, que resulte lo más entretenido posible, sin cruzar a «novelandia» como don Benito, pero aprovechando la magia blanca del lenguaje.

El episodio de hoy es a la vez muy real y completamente imaginario. Los cántabros pertenecemos a la especie Homo sapiens sapiens. Si nos remontamos en los milenios, seguimos hallando personas de nuestra especie. Pero llega un instante, acaso hace 35.000 o 40.000 años, en que ya no estamos. En estos montes y cuevas habitaba otra humanidad, cuadrada como un haltera, cabezorra, nariancha, musical, cazadora, religiosa, picapiedra: el cántabro de entonces era Homo sapiens neanderthalensis. Llevaba en Europa ni se sabe, pero quizá 70 milenios (35 veces la distancia que hay entre César Augusto y nosotros). Hay huellas de su presencia en cuevas como El Castillo de Puente Viesgo o El Esquilleu en Cillorigo de Liébana. Incluso en algunos estudios se ha sugerido que fue en el Cantábrico donde realmente se extinguieron los neandertales.

Esto nos lleva a un hecho históricamente cierto, a la vez irrefutable e indemostrable: la muerte del último neandertal de aquí. La especie ya estaba virtualmente k.o. si carecía de masa crítica reproductora, pero la carga simbólica de la desaparición del último individuo en estas tierras resulta innegable. En aquel definitivo día, esto dejó de ser lo que había sido durante casi setecientos siglos. ¡Setecientos! Ello nos recuerda que llevamos aquí muchísimo menos tiempo que la humanidad anterior (se discute, sin consenso, si fue realmente especie aparte o si los signos de hibridación indican que éramos variedades de una misma especie). ¿Quién podrá asegurar que seguiremos aquí para el año 35.000 después de Cristo y que seremos aún la versión «cántabros» de Homo sapiens sapiens? A trescientos siglos por delante todavía sabemos que menos que a trescientos por detrás…

Una de las grandes conversaciones actuales entre paleoantropólogos es en qué medida los neandertales ibéricos y los humanos de nuestro tipo coexistieron. Hay quien sostiene que nuestra especie llegó ya a territorio despoblado, mucho después de la muerte del último neandertal; otros piensan que hubo relación de rivalidad, a veces de mezcla (parte del ADN de todo quisque, excepto los africanos, posee una traza genética neandertal). Para complicarlo todo, se sostiene la teoría de la «frontera del Ebro»: al norte estaría ya nuestra especie y al sur los últimos neandertales. Pero, ¿no es Cantabria a la vez norte y sur del Ebro, Requejo y Retortillo? El final de «Neandertabria» se nos aparece así bajo tres figuras posibles: un largo silencio tras la extinción; la muerte natural del último «raro» en un entorno ya de bulliciosa mayoría sapiens sapiens; o un óbito por arma o microbio de los invasores.

En lo más remoto

Al valor universal de nuestras cuevas con arte paleolítico correspondería, en justicia poética, el hecho universal de que la última criatura neandertal del planeta hubiera expirado aquí, escuchando el rumoroso arrullo del Deva o del Pas, un crepúsculo lebaniego o pasiego. Sugerente, mas no lo podemos garantizar. Cuando vamos hacia atrás, los mensajes escasean, se tornan indescifrables, desaparecen: llegamos a la frontera de la escritura simbólica, y de ahí hacia el origen hallamos solo representaciones icónicas, algunas manos y rayas sin Champollion al que agarrarnos y, en lo más remoto, solo huesos, herramientas, restos de fauna, flora y acción técnica. Difícil saber si con «Neandertabria» se fue también «Neanderiberia» y, con ella, «Neandertodo».

Aquel primigenio «episodio regional» hizo que, más adelante, solo hubiera en Cantabria una humanidad: la nuestra. Los neandertales habían vivido aquí durante miles y miles de años. Los primeros ojos inteligentes y sensibles que interpretaron nuestros paisajes pudieron ser los suyos. También la primera música instrumental que sonó en los valles, primeros entierros de difuntos, primeras herramientas, primeros adornos. Y el último neandertal tiene su lógico correlato: el primer sapiens sapiens que llegó, con su cultura auriñacense. ¿Quién era? En alguna cueva duerme la respuesta que convertirá a su descubridor en el segundo Sautuola. Pero una cosa parece clara: ese cromañón no fue en ningún caso nuestro híper-abuelo, aunque ella quizá sí fue nuestra híper-yaya. Lío que explicaremos en lo por venir.

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