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Marcos Díez
No creo que Francis Scott Fitzgerald imaginara hace cien años que su tercera novela, 'El gran Gatsby', fuera a ser considerada por muchos como la gran novela americana. Tampoco, que iba a dar tanto que hablar cien años después de su publicación. Entre otras cosas porque el libro, que vio la luz en 1925 (Fitzgerald nació en 1896), no tuvo al principio mucho éxito. Las críticas fueron dispares y las ventas, que alcanzaron los 20.000 ejemplares en su primer año, se consideraron discretas para la época y el país. Scott Fitzgerald esperaba vender al menos 75.000 ejemplares. 'El Gran Gatsby' fue peor en el mercado editorial que sus dos novelas anteriores ('A este lado del paraíso', publicado en 1920, y 'Hermosos y malditos', en 1922). No cumplir con las expectativas que se había creado afectó al ánimo de Fitzgerald, que también se resintió por unas críticas que esperaba más elogiosas y unánimes. Ni siquiera el reconocimiento que recibió de forma privada de coetáneos como T.S. Eliot le sirvieron de consuelo.
De su novela dijeron cosas buenas, pero también se llegó a afirmar en el 'New York Herald Tribune' que era un «fenómeno puramente efímero (…) un merengue de limón». Scott Fitzgerald murió en 1940 a los 44 años convencido de que su libro había sido un fracaso. Escribió un total de cuatro novelas ('Suave es la noche', en 1934, fue otra decepción comercial) y dejó una quinta inacabada.
Fitzgerald tiene mucho de Gatsby, o Gatsby de su autor. Ambos necesitan desesperadamente cerrar una herida a través del reconocimiento y de una aceptación que solo puede llegar de las personas que, a sus ojos, tienen éxito, personas a las que desean parecerse y a las que desprecian a la vez. A Scott Fitzgerald no obtener ese éxito le sumió en una espiral autodestructiva. Para conocer mejor las oscuridades del escritor estadounidense es imprescindible la lectura de 'El hundimiento' (publicado en España por Editorial Funambulista), en el que se recogen una serie de textos autobiográficos escritos en plena depresión personal para la revista Esquire entre 1934 y 1936.
El éxito le llegó a Fitzgerald, para su desgracia, tras su muerte. En la Segunda Guerra Mundial 'El gran Gatsby' tuvo un inesperado renacimiento y la novela se acabó convirtiendo en uno de los clásicos del siglo XX. ¿Por qué? Quizás porque las grandes obras de la literatura universal son capaces de superar su contexto histórico y siguen interpelando a los lectores, sean de la época que sean. La novela se inspira en los alegres años veinte, pero no se limita a hacer un retrato de la alta sociedad opulenta y banal, sino que profundiza en conflictos complejos del alma humana.
La trama se sucede entre mansiones, fiestas fastuosas, coches de lujo, infidelidades, diálogos magistrales y el calor del Long Island. Todo con una prosa ágil, alegre, como una brisa de verano. La historia la conocemos gracias a Nick, el narrador de la historia, un joven del Medio Oeste que se quiere abrir paso en el mundo de la bolsa y que alquila por ochenta dólares una modesta casucha junto a la mansión de Gatsby, una hombre misterioso que organiza grandes fiestas y del que se dicen cosas, algunos piensan que ha matado a un hombre. Se desconoce quién es o de dónde viene su fortuna y las personas que acuden a su casa especulan. Nick, considerado por muchos como el gran protagonista de la historia, es un observador que guarda cierta distancia con lo que le rodea y, gracias a ese distanciamiento, logra retratar de forma precisa lo que ve, porque se encuentra «dentro y fuera, simultáneamente encantado y repelido por la inagotable variedad de la vida». En boca de Nick están algunas de las claves para entender el libro, como cuando recuerda las palabras de su padre en el arranque magistral de la novela: «Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien –me dijo– ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas».
Poco a poco vamos descubriendo que Gatsby necesita ser aceptado por una alta sociedad a la que no pertenece. De orígenes humildes, se enamoró en su juventud de una joven de buena familia con la que no se pudo casar por no ser parte de ese mundo. Esa imposibilidad se convierte en una obsesión para él, que inventará un nuevo pasado, una nueva identidad, incluso un nuevo nombre, una vida imaginaria para perseguir una ilusión, un sueño que se personifica en Daisy, la mujer a la que pretende volver a conquistar, aún a costa de enfrentarse a Tom, su adinerado marido.
Gatsby encarna el sufrimiento que conoció en su vida Scott Fitzgerald, al que siempre le fascinó la riqueza de la que carecía. Es algo que el propio autor reconoció al hablar de la novela: «Es lo que siempre fui, un joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, un muchacho pobre en un club de estudiantes ricos en Princeton. Nunca pude perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven pobre casarse con una muchacha que tiene dinero, este tema se repite en mi obra porque yo lo viví». Es ese, por tanto, el corazón de la novela: la desigualdad que comienza en el mismo momento de nacer y las heridas y el dolor que esa desigualdad causa a lo largo de toda la vida. Tan actual hoy como en 1925.
Guillermo Balbona
«Debió de mirar el cielo desconocido a través de un follaje intimidatorio, debió de notar un escalofrío al descubrir lo grotesca que puede ser una rosa y con qué dureza caía el sol contra la hierba apenas creada. Un nuevo mundo, sin llegar a real, donde los pobres fantasmas, respirando sueños como quien respira aire, iban de un lado a otro a la deriva… como esa fantástica figura cenicienta que se deslizaba hacia él entre los árboles amorfos». El reflejo de la literatura de Scott Fitzgerald en la pantalla es apenas un boceto, una leve ilustración, muchas veces fallida, que apenas es tacto e ilusión, sin lograr capturar la esencia y la luminosidad interna de sus palabras. Como escribe Emilio Lledó, «la lectura, los libros, son el más asombroso principio de libertad y fraternidad».
Y una confluencia ideal revela que, de igual modo, sucede con el cine y su vivencia. El vínculo del escritor de Saint Paul, Minnesota, con las pantallas se extiende no ya por la adaptación de varias de sus obras, sino como guionista. Un 10 de abril de 1925 llegaba a las librerías la que sería una de las grandes novelas estadounidenses del siglo: 'El gran Gatsby', editada por Scribner's. Su presencia en las pantallas bien podría quedar flanqueada por las imágenes de Mia Farrow y Robert Redford como Daisy y Gatsby en la versión de Jack Clayton, fechada en 1974; y la de Leonardo Di Caprio, como Jay Gatsby, en la versión rodada por Baz Luhrmann en 2013. Ambas alejadas e incluso contrarias a la identidad del original. El autor de 'Suave es la noche' forma parte de una de las etiquetas más inabarcables del siglo XX literario, la de la 'Generación Perdida'.
Ese grupo de escritores estadounidenses con Ernest Hemingway, John Dos Passos, John Steinbeck, Ernskine Caldwell o William Faulkner, que iniciaron su carrera después de la I Guerra Mundial. En su obra reflejaron el clima de pesimismo de la posguerra y la Gran Depresión. Frustrados por el vacío cultural de su país, la mayoría de ellos viajó en algún momento a Europa y se instaló en París, donde vivieron intensamente los años veinte, la era del jazz y su ambiente artístico. El nombre de 'Generación Perdida' fue acuñado por la escritora y mecenas Gertrude Stein, que conoció a varios de sus miembros en la capital francesa. La sentencia de Scott Fitzgerald, «no hay segundos actos en las vidas americanas» podría presidir muchas de las miradas que el cine ha dado sobre su propia creación literaria. Un travelling de traducciones visuales que nunca llega a la sustancia, por ejemplo, de su novela sobre la irrealidad. 'El gran Gastby', literatura pura, es una obra sobre los sueños y deseos tras esa capa superficial del dinero y el lujo.
Hemingway subrayaba que el propio Francis Scott Fitzgerald vivió fascinado por los ricos. El mismo escritor no pudo ser más revelador en su confesión: «Siempre fui un joven pobre en una ciudad rica, un joven pobre en una escuela de ricos, un muchacho pobre en un club de estudiantes ricos en Princeton. Nunca pude perdonarles a los ricos el ser ricos, lo que ha ensombrecido mi vida y todas mis obras. Todo el sentido de Gatsby es la injusticia que impide a un joven pobre casarse con una muchacha que tiene dinero. Este tema se repite en mi obra porque yo lo viví». El filme de Jack Clayton, en los setenta, lleva detrás la mano de Francis Ford Coppola, pero se queda en esa primera estancia descriptiva, sin que la atmósfera honda de la obra se filtre entre los fotogramas como sí hiciera el propio Clayton al adaptar a Henry James en 'Suspense'. Lo alimenticio, el dinero, la sustitución de su atracción por el teatro por la del mundo de Hollywood y la necesidad marcaron la trayectoria del escritor en su relación con el cine, refugio del novelista y siempre un asidero recurrente, una última oportunidad para empezar desde cero en su faceta de guionista. Además de su novela emblemática, títulos como 'Suave es la noche', 'A este lado del paraíso', 'Hermosos y malditos', 'El curioso caso de Benjamin Button', 'El último magnate' son algunas de las obras que tienen su huella, parcial o directa, en la pantalla. Fitzgerald, desde su fantasía creativa, estuvo siempre ligado al mundo del espectáculo, en especial esa 'era del Jazz' del inicio de los años veinte. Pero en síntesis la radiografía de esos trayectos muestra su fracaso como guionista y su inmensa construcción literaria. «A los dieciocho años las convicciones son montañas desde las que miramos; a los cuarenta y cinco son cavernas en las que nos escondemos».
La pérdida de fama y de ingresos, más los tratamientos para tratar la enfermedad de su esposa Zelda y la educación de su hija condujeron inevitablemente al autor de 'Suave es la noche' al trabajo de guionista. De su sentido del fracaso basta recordar la carta que el escritor envía a Joseph L. Mankiewicz, productor y luego cineasta, cuando preparaban la película 'Tres camaradas', de Frank Borzage. Luego llegó la etapa de la autodestrucción y del alcohol. Escribió guiones donde su prosa excelsa fue después retocada por otros, a veces sin su conocimiento. También escribió para películas en las que nunca asomó en los títulos de crédito. Curiosamente escribió una serie de relatos sobre un guionista marginal, 'Las historias de Patt Hobby'. Hubo adaptaciones mudas de 'Hermosos y malditos' y de 'El Gran Gatsby' y, del otro lado, una curiosa adaptación de 'El último magnate' de Elia Kazan, con guion de Harold Pinter. También el Fitzgerald personaje aparece en pantalla en 'Midnight in Paris 'de Woody Allen, o antes en 'Días sin vida' y en producciones televisivas. También en 'Barton Fink' de los Coen. La conclusión general pero no menos acertada es que Fitzgerald nunca logró un guion rotundo y el cine tampoco supo adaptar sus novelas. La hipérbole irónica es que escribió un guion de 'Suave es la noche' que fue rechazado por todos los estudios.
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