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«Lo que me hizo seguir con vida no fueron las ganas de vivir, sino más bien la curiosidad de saber quién más me vendría con una historia de mi mujer. (...) Era la muerte incesante de una historia, decenas de segundas muertes, la muerte de todas aquellas delicadas historias que habité con ella». No es nueva la invención de una vida, pero tras la biografía de X, lo poliédrico, el caleidoscopio y la materia prima literaria se aúnan en una escritura envolvente, en un deslizarse entre la realidad y la ficción, con referentes imaginados y otros edificados desde la historia artística, musical, creativa en definitiva.
Autora Catherine Lacey
Editorial Alfaguara
Precio 22,90 euros
En la novela aflora el siglo XX estrujado en todas sus grandes dimensiones y en todas sus pequeñas ventanas desde donde asoma una distopía cruzada tanto por el amor como por un paisaje de identidades. Catherine Lacey, con la (re)construcción como coartada de una vida que nunca existió, se adentra en 'Biografía de X' (Alfaguara) en el oficio de novelar con ambición, con mirada plural y diversificada. Y se mueve entre esos planos frágiles y difusos de la verdad y la mentira, de lo luminoso y lo oscuro, en un intento de entender una vida en toda su dimensión.
Lo curioso es que la autora de 'Nunca falta nadie' dota a su novela de varias capas en las que se superponen la biografía inventada, otra 'no autorizada' que permite explorar los márgenes de la ambigüedad, más el propio libro de la narradora de Tupelo, de 39 años. Libro que suma imágenes y que incluye, en sus páginas finales, una relación de las 'fuentes' de las que se ha servido para la investigación ficticia.
Arte, amor, mitomanía, de Richard, Serra a Bowie y Tom Waits, impregnan el relato de CM sobre la artista X tras su fallecimiento. Ambientada en un Estados Unidos completamente escindido, se enmarca en la historia del Territorio del Sur, «teocracia fascista que se separó del resto del país tras la Segunda Guerra Mundial y que en la actualidad se ve obligada a una difícil reunificación». Una historia con mayúsculas que pudo ser o, o que podría ser (el presente de EEUU posee señales inquietantes), entreverada de historias privadas. Todo entre luces y sombras y grietas que buscan la hondura tras los territorios abonados por los testimonios ajenos. La pérdida, la identidad y la distopía ejercen de vasos comunicantes de la obra de la estadounidense Catherine Lacey, plasmada en la construcción de una falsa pintora, en la que incorpora hasta pinturas y fotografías como parte de la ficción. «El duelo tiene una lógica contradictoria; siempre desea algo imposible, algo peor y algo mejor». Bajo lo trascendente, lo grave, la narración está atravesada por ese interrogante sobre quiénes somos realmente, lo que opinan los demás y ese relato que creamos, o no, de manera consciente sobre nosotros. Personajes inventados y otros conocidos se suceden en la obra. La memoria individual y la colectiva intercambian información, golpes bajos y experiencias. Hay algo de amago en el retrato de lo que sería una artista total y ello le sirve a Lacey para jugar, no sin ironía, y parodia a veces, con la identidad y con la configuración de un artefacto literario entre la ucronía y la intimidad, el deseo de conocer al otro y a uno mismo.
Dos mujeres, la periodista y la artista. La primera investiga y reconstruye la trayectoria desconocida de la segunda tras su muerte. Eso es lo lineal. Tras ello asoman muchas formas y modos. Del enamoramiento al ego, del ensayo a la crónica, de lo psicológico a la tensión. La autora, en su cuarta novela, crea un ecosistema propio con pulso y atrevimiento, mientras la vida, las vidas van alumbrando una mirada sobre el mundo. Otredad, alquimia y revelación a través de la literatura. Magnetismo y agitación de historias en una búsqueda constante donde se solapan superficies y honduras.
«Me temo que soy el tipo de persona que necesita sentir miedo para amar a alguien».
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