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El dolor y el duelo tienen en uno de sus libros, una referencia obligada para exorcizar la pérdida: 'El año del pensamiento mágico'. Joan Didion noqueó a la cultura machista estadounidense de los años setenta. Dejó crónicas que desvelan mundos literarios. Y creó una aguda y lúcida cirugía para adentrarse en personas y entornos. «Y la luz. La opaca luz ecuatorial. El matorral y el mar no reflejan la luz, la absorben, la succionan y luego la reflejan mortecinamente. Boca Grande es el nombre del país y Boca Grande es el nombre de la ciudad, como si el lugar hubiera agotado incluso la imaginación del primer colono». A veces narra como si no hubiese un lector al otro lado. Una mezcla tan extraña que solo puede generarse gracias a una escritura consciente de su precisión y su sólido control. Nunca parece haber algo excesivo ni sobrante. Y nunca se queda corta. Pero, sobre todo, es ese intercambio de golpes entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la superficie y la hondura, entre la crónica ficcionada y la narración periodística donde surge el oficio de contar. Y ello sin que se transparente el mecanismo, el engranaje. Este paisaje de estilo y vocación sensible, de ritmo y cadencia que va impregnando las voces de sus criaturas, se convierte en un sonido definido que se escucha al fondo del mundo. «Tienes que elegir los lugares de los que no te alejas», escribió Didion. Y esa frase suya podría designarse como un mandamiento de su universo literario.
Autora Joan Didion
Editorial Literatura Random House, 2024
Páginas 256
Precio 20,90 euros
Didion (Sacramento, 1934-Nueva York, 2021) regresa ahora a través de la reivindicación de su tercera novela, 'Una liturgia común' (1977), considerada su narración más sólida y ejemplo de un ejercicio que refleja con claridad su trazo y su mirada sobre las cosas. La historia acontece en un ficticio lugar en el mundo, Boca Grande, imaginario estado centroamericano «dominado por la corrupción política, el reparto del poder entre los miembros de una misma familia, el tráfico de armas y la conspiración». Pero especialmente el libro (Literatura Random House) es una cartografía femenina a modo de diálogo entre dos mujeres estadounidenses que confluyen en esa geografía: la narradora, Grace Strasser-Mendana, viuda del hombre más poderoso de Boca Grande, que controla buena parte de la riqueza del país y conoce prácticamente todos sus secretos. Y Charlotte Douglas, californiana de clase alta, ignorante hasta la inocencia y cuya hija se ha unido a un grupo de radicales marxistas.
La narradora y periodista comenzó trabajando para la revista Vogue, donde ejerció de editora y crítica de cine. Junto a su marido, John Gregory Dunne, pareja de vida y de escritura, compartió guiones cinematográficos. Aunque Didion no solo destacó por sus novelas, de 'Río revuelto' y 'Según venga el juego' a 'Democracia', sino por sus libros de memorias como 'Noches azules' y diversas obras de ensayo sobre la cultura y la política norteamericanas, recogidas en volúmenes como 'Lo que quiero decir'. Si 'Vogue', admitió, fue toda una escuela para sentar las bases de su escritura, Didion profundizó en su entorno forjando los mimbres de esa objetividad, de una elegancia y finura que nunca dejaba transparentar sus propias opiniones.
En esa crónica periodística tan personal cabía la reportera cool, de Nixon al LSD, entre la mirada crítica, el cansancio y esa sana distancia a la hora de acercarse a las historias. De igual modo en 'Una liturgia común' se revela y rebela esa capacidad de exploración que sirve para diseccionar una realidad política, antropológica, a la que se acerca de forma absorbente con ironía e inteligencia.
Lo iniciático, el descubrimiento pausado, la inocencia, el mal y, en especial, esa condición femenina son las señales que alimentan una crónica de lugares ficticios y realidades transparentes. Quizá todo el depurado estilo de la autora, esa cristalina dureza con la que se expone, radica en saber establecer fronteras entre la realidad desbrozada a la intemperie y su subjetividad a salvo, aquello tan confesional que expresó como consejo: «No lloriquees. No te quejes. Trabaja más duro. Pasa más tiempo a solas».
Una construcción de la neoperiodista cuya palabra, mirada y territorio se fundamenta en un verbo con su tempo intenso común: ese domesticar «el miedo a la falta de sentido que es el destino humano».
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