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«Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba/ no pases, no, sin darme una oración;/para mi alma no habrá mayor tortura/ que el saber que olvidaste mi dolor./Oye mi última voz. No es un delito/ rogar por los que fueron. Yo jamás/te pedí nada: al expirar te exijo/ que vengas a mi tumba a sollozar». El hombre, su vida y su obra se funden en un fenómeno único: el del poeta convertido en un icono que ha trascendido movimientos, tiempos, modas y generaciones. Hubo otros, amigos y enemigos, mejores poetas sin duda en algunos casos, pero Lord Byron, autor de los cantos de 'Don Juan' representa la transfiguración de lo poético, la encarnación del rebelde con muchas causas, del aventurero e idealista, del icono del Romanticismo por excelencia. El culto al poeta persiste. Los enigmas en torno a su figura y sus peripecias, vitales, existenciales, literarias, sexuales y políticas permanecen ancladas en un aura de idealización, misterio y ambigüedad. Como si hubiese encontrado un pliegue entre la ficción y la realidad, la representación y la personalidad, la creación literaria y la creación de una vida, George Gordon Byron –1788 (Londres)-1824, (Mesolongi, Grecia– se distinguió por mutar su paso por el mundo en una contradictoria pero siempre atractiva construcción que irradió amor y desprecio a partes iguales. Precedente del poeta maldito, exiliado a veces de sí mismo, autoexiliado de su tierra durante buena parte de su existencia, el gran contraste es despojar, desvelar y transparentar –de ahí su encanto– qué en él fue vida y qué leyenda. Antihéroe revolucionario, ego huidizo de muchos grupúsculos sociales, aristócrata ácrata, poderoso conquistador, compilador de un inventario sexual interminable, exponente de una manera única de dotar de contenido al ser romántico, el autor de 'El corsario' se movió entre el amor/odio por Napoleón, los complejos físicos y la empatía y la seducción de una vida 'escandalosa'. Viajero (también recaló en España) el próximo viernes día 19 se cumplen 200 años de su muerte. Un año antes de ese 1824 fue designado miembro del Comité de Londres para la independencia de Grecia. Su despedida trágica estuvo precedida de un ataque epiléptico, una sangría mal hecha y una fiebre severa. Murió a los 36 años pero la intensidad de sus actos marcó la figura única del poeta desaparecido hace dos siglos cuya iconografía mantiene intacta su atmósfera y reflejo, entre el culto y lo extraordinario.
Celebridad y superestrella, el autor de 'Las peregrinaciones de Childe Harold', el poeta que invocó el mayor desafío literario en la noche más oscura, entre Mary Shelley y Polidori, de donde surgiría la criatura de Frankenstein, decía de sí mismo que «había nacido para la oposición». Hay algo naturalmente hiperbólico en su trayectoria pero la empatía era inherente a este «emperador europeo de las palabras», superestrella del romanticismo. Una ingente biografía, 'Vida y leyenda', escrita por Fionna Maccarthy (Debate) con la intención de reinterpretar su figura, encabeza las publicaciones asociadas a este aniversario. Rebelde frente a toda norma que encorsetaba su época (probablemente mantendría una opinión y actitud parecida hoy en día) rechazó el «el fariseísmo político, el fariseísmo poético y el fariseísmo moral». Parte de la fascinación que desprende el poeta en el tiempo nace de su militancia en un convencimiento: poesía, política, moral, vida y creación forman parte de una misma madeja. Su pie deforme por una malformación de nacimiento lo marcó tanto como su triste y desdichada infancia en Aberdeen, en compañía de su madre calvinista. Tras heredar las tierras de su tío cerca de Nottingham, Byron inició una especie de venganza mezcla de rebeldía y pasión, de colisión constante con el mundo, pero siempre desde una lucidez extrema.
Boxeador, practicante de una permanente obsesión por el cuerpo, entre periodos de anorexia y de bulimia y entrenamiento físico, se mostraba orgulloso de haber cruzado a nado el estrecho de los Dardanelos. A partir de ahí surgió un paralela rebelión sexual, incesto incluido, que desembocó en el exilio en 1816. Una trayectoria en la que asoman grabados conceptos como libertad, viaje (Vuelta a Europa), provocación, entre su admiración y rechazo por Napoleón, diatribas desde la tribuna del Parlamento, participación en las luchas de los Carbonari para liberar Italia de los austriacos en los años veinte del siglo XIX y, por supuesto, la entrega de su vida en favor de la libertad de los griegos.
«El objeto de nuestra existencia está en la sensación», dijo el poeta, quien situaba a la ambición como la más poderosa de las emociones. Un poeta desigual, pero intenso, que vivió entre la fama y la manipulación y creación de su imagen. Un publicista de sí mismo que convirtió el autoexilio en peregrinación poética atravesando Europa en un carruaje lujoso que nunca pagó. Como escribe Fiona Maccarthy la diana en el corazón del poeta es: «El complejo y fascinante entrelazamiento de su fama personal y su reputación literaria; su amargura cuando su notoriedad se tornó mala reputación y las consecuencias que tuvo para las futuras generaciones».
Como un espejo de las actuales redes sociales, la figura de Byron «se forjó en un reputación basada en las caricias de la sociedad, que acabaría siendo ferozmente criticada por los rumores circulantes y las maliciosas insinuaciones de los tertulianos de la época», como subraya su biógrafa. Byron gustaba de la caza, de la seguridad de la conquista heterosexual. Pero sus apegos femeninos perdían enseguida intensidad, mientras que los amores masculinos fueron profundizando y floreciendo con los años. Extravagante, exhibicionista, cruel en ocasiones, cáustico y crítico, en su vida no solo literaria tuvo especial trascendencia la figura del editor John Murray. Fue un autor de una obra ingente, entre cantos, diarios, correspondencia y escritos de una gran diversidad. De los populares 'Cuentos turcos' a su 'Don Juan', la sátira, la comicidad y el ataque frontal a la hipocresía vertebran su escritura. Hay una pregunta clave: «¿Es importante Byron en nuestros días? Fiona Maccarthy sostiene que sí. «Su poesía puede ser a veces terriblemente desigual en su calidad y sus procesos mentales algo descuidados. Ahora bien, si no un pensador sistemáticamente grande, es siempre un maestro de la expresión, un guía del sentimiento. Posee una capacidad de empatía, un flujo de simpatía humana que atraviesa las generaciones y los siglos».
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