Secciones
Servicios
Destacamos
También el Premio Cervantes se equivoca de vez en cuando, y este año lo ha hecho al beatificar al único escritor español vivo que parece digno de quien le da nombre, el único que puede evocar hoy en día aquel ingenio plural, inagotable, hipersarcástico aunque humanísimo, que era el atributo del padre de Don Quijote
La figura de Luis Mateo Díez encierra, sin embargo, una extraña paradoja. Es un escritor bendecido por el éxito desde su juventud, éxito literario y personal: recibió los máximos honores y galardones españoles (excepto el Planeta, que rechazó cuando se lo ofrecieron, como Delibes), y contó siempre, cosa asombrosa, con el cariño y la simpatía de la república literaria, o al menos de una parte considerable de ella. Y, como persona, es o fue un buen burgués, un discreto funcionario del Ayuntamiento de Madrid, instalado en la áurea mediocritas. Pero, frente a eso, ahí tenemos su obra, que es un piélago asombroso de historias funestas, devastadoras, sórdidas, sin un átomo de luz ni de salud. Si, como dijo el gran Ernest Hello hace siglo y medio, la literatura contemporánea está marcada por su pasión por la desdicha, Luis Mateo sería uno de los mayores representantes de esa pasión, de esa patología estética: el gusto por la desdicha. Se diría la obra de un maldito, de un alcohólico (como Poe), un epiléptico (como Dostoievski), un tuberculoso (como Kafka), o un proscrito (como Celine). Pero no. Luis Mateo ha sido un hombre razonablemente sano, además de amigable y encantador.
Hay algo genial en este literato. La parte más famosa de su obra, la última, la que se ubica en Celama, ese territorio literario autónomo, tan a menudo equiparado a Región (de Benet), a Macondo (de Márquez) o a Yoknapatawpha (de Faulkner), es muy difícil de leer. De hecho tiene pocos lectores, y no sólo porque resulta demasiado deceptiva y crepuscular, sino porque literariamente se nos antoja amanerada y hasta descuidada, pero es imposible no admirar su fecundidad, su persistencia, nacida sin duda de un poder de fabulación sin igual, que tiene algo de monstruoso, de numinoso, pero a la vez de entrañable, en cuanto que tampoco deja nunca de llevarnos a una dulce serenidad que parece un gran amén a la vida.
Siendo obligado situar al autor en el contexto de su generación, yo debo decir que Luis Mateo Díez, al margen de su enraizamiento, seguramente exagerado, en la tradición leonesa de los filandones y de la narrativa oral de la Montaña, representa con su excelente primera novela, 'Las estaciones provinciales', un camino nuevo en la literatura española que es el de un realismo urbano que podríamos llamar de la 'ciudad raposa' (la imagen es del poeta y gran amigo suyo, ya difunto, Agustín Delgado), una ciudad de provincias que se parece mucho a León, al León de los años cincuenta, pero que es cualquier ciudad pequeña de este viejo país llamado España, una pequeña urbe llena de trampas y sometida a una dictadura casi eterna que, sin embargo, no logra apagar la vitalidad animal de sus gentes.
Ese realismo evoluciona en su segunda novela, 'La fuente de la edad' (el título que lo consagra), hacia una visión esperpéntica de ese mundo provinciano mesetario, que se reviste de una prosa barroca y valleinclanesca, para desembocar en las obras que vendrán después en un tipo de narrativa que trasciende totalmente el realismo y el localismo y empieza a construir un universo sin referente, tampoco exactamente fantástico ni menos aún utópico, sino paralelo al nuestro: una geografía y un tiempo que no son históricos pero que nos hablan con misteriosa verdad de un tiempo y una geografía que alberga nuestra memoria.
La concesión del Cervantes a Luis Mateo deja sin opciones, quizá ya para siempre, a dos autores que nos tocan de cerca: nuestro común amigo José María Merino, a quien yo llamaría el escritor total por su gran producción en todas las modalidades de la ficción y por sus reflexiones iluminadores sobre el valor del género; y nuestro Álvaro Pombo, poderoso creador de personajes y un maestro de la indagación psicológica. Personalmente, creo que la obra narrativa de Díez es superior a la de ambos, porque es más genuina y más oscura y porque, desde un punto de vista estilístico, su escritura es más literaria y tiene un regusto más clásico también, por más que Merino y Pombo posean mayor calado intelectual.
Pero lo del estilo y la escritura lo refiero a la obra del periodo medio de Luis Mateo, que es donde luce de verdad su prosa extraordinaria. A título de viejo conocedor de su narrativa, no recomiendo a nadie que empiece a leerlo por los libros de su época final, la de Celama, tan ensalzados por la crítica oficial. El mejor Luis Mateo se halla, sin duda, en sus novelas cortas, en especial las 'Fábulas del sentimiento', también en sus relatos breves, y por supuesto en sus novelas del periodo central, 'Las horas contadas', 'El expediente del náufrago' y 'Camino de perdición', que es, a mi juicio, la cumbre de su narrativa.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.