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«No imaginé viajar al vientre de mi madre y descubrir cuánto más había allí que yo desconocía. No imaginé lo que sería sumergirme en las cuevas cuidadosamente selladas de una existencia interrumpida de súbito. No llegué preparada para un encierro donde los recuerdos se dejaran ver y el pasado se levantara por las noches haciéndome oír sus susurros». En su escritura se entrelazan la poesía y el afán narrativo, la indagación en el tiempo y la inmersión en los recuerdos. Su nueva novela, 'Un silencio lleno de murmullos' (Seix Barral) ha sido calificada por su propia autora como un «homenaje a la solidaridad» de sus hijas por su activismo y militancia. La obra que atraviesa el sueño revolucionario (la preludia una cita clásica de Calderón) recorre el testimonio emotivo de una madre y una hija. La autora de 'La mujer habitada', en un maduro equilibrio narrativo, edifica y se desmaya a lo largo de un relato que se mueve entre el ejercicio de introspección y el retablo familiar. Crónica e historia, identidad y trayectoria personal. Una reconstrucción emocional en una doble mirada, Valeria y Penélope, que transita a través de la maternidad, de los vaivenes del amor, mientras la guerra, revolución y las convulsiones del poder, con Nicaragua al fondo, asoman como paisajes de querencias, vivencias, deseos, miedos y culpa. Una treintena de capítulos, más un epílogo, arman el relato con el covid marcando el tempo.
Titulo Un silencio lleno de murmullos
Autor Gioconda belli
Editorial Sexis Barral. Biblioteca Breve. 2024.
Exiliada en España desde 2022, la poeta de 'Línea de fuego', que ha escrito esta novela desde su propia experiencia de madre y militante, ha descrito su sentido de una forma confesional: «Los hijos de quienes nos involucramos en la revolución sufrían una suerte de abandono. El de los padres se aceptaba. Otra cosa pasaba con las madres. Esa ausencia materna cargaba a ambas partes con un nivel de reproche y culpabilidad muy doloroso». La autora de 'Sofía de los presagios' y 'El país de las mujeres' (Premio La Otra Orilla) en cierto modo viene «exorcizando» la tragedia de Nicaragua» para explicar que, en esencia, «ha consistido en la falsificación de una revolución para convertirla en una tiranía». La pandemia también tiene su protagonismo y el confinamiento propicia la mirada al pasado, la reflexión y esa mezcla de elipsis y reencuentros, de disecciones sobre la luz y la oscuridad que han ido alimentando el propio sueño de vivir y el oficio de existir. En femenino plural, sin perder nunca de vista a los clásicos, la poeta y la novelista se adentra en una historia con reflejos de su interior y trayecto vital. A su juicio, «toda novela es, en cierta manera, autobiográfica». En este sentido, las criaturas de su obra, en lo generacional y en lo emocional, responden a esa sensación de que «todas las mujeres que han optado por la militancia y la revolución cargan con un sentimiento de culpa que tiene que ver con la maternidad». Gioconda Belli, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, escribe en su novela :«Mientras vivió, amé y temí a mi madre. Mi amor de niña fue incondicional, lleno de admiración. Ya de adolescente empecé a resentir su devoción revolucionaria y sus incursiones por mi identidad». En su libro cabe tanto el suspense psicológico como las inquietudes a la intemperie en un viaje que se postula a través de objetos, estancias y evocaciones, el destino y su fuerza, la dimensión de las luchas personales, el precio que se paga. «Cualquier persona que entre en la lucha política termina por desilusionarse. Nunca es como uno se imagina. Pero como Sísifo merece la pena seguir acarreando la piedra montaña arriba. Estas luchas dan sentido a la vida», ha venido subrayando la autora. En la novela no faltan, a modo de cuadernos, esas radiografías del amor y esa especie de dietario disperso pero rotundo de la relación con los hombres. «Le enseñé la lentitud del cariño, las manos de la tortura». La escritora nicaragüense, activa y comprometida con la revolución sandinista, que obtuvo la nacionalidad española este mismo año, posa sobre la epidermis de su narración la intimidad como acontecimiento, y lo social, lo histórico como mapa para trazar las líneas de la vida. «Uno no sabe cuándo rompe el amor la barrera de la piel y empieza a merodear por el corazón y por los pulmones...»; o «Mi cuerpo le perteneció por buen tiempo. Por eso cuando terminamos y yo hice el amor con otro, oriné sangre». Un poema de la autora de Managua parece tocar a la puerta de esta novela: «Nadie puede predecir el pasado/cuando ya quizás no somos los mismos,/ cuando ya quizás hemos olvidado/el nombre de la calle/donde/alguna vez/ pudimos encontrarnos».
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