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Manuel Gutiérrez Aragón, director de cine, guionista y escritor cántabro. Virginia Carrasco
Manuel Gutiérrez Aragón, en busca de la escritura fílmica

Manuel Gutiérrez Aragón, en busca de la escritura fílmica

Mirada propia. El director y escritor compila en un volumen sus ensayos, reflexiones y perfiles sobre cine, literatura y artes que se encontraban dispersos en periódicos, revistas y obras colectivas

Viernes, 19 de abril 2024, 07:32

Durante un par de años le insistí a Manuel Gutiérrez Aragón que debía recopilar en un libro sus textos ensayísticos sobre cine, literatura y artes que se encontraban dispersos en periódicos, revistas y libros colectivos: escritos con muy plurales intenciones y talantes detrás de los cuales se podía adivinar una concepción del cine. Había y hay en esos textos un pensamiento, una forma de ver el mundo, la proyección de quien posee una personalidad singular, como corresponde a un creador, cineasta y novelista en este caso.

Pasó el tiempo —que siempre ayuda a que maduren las cosas— y me devolvió la pelota encargándome la tarea de hacerlo yo. Además de agradecer la confianza, ha sido un placer seleccionar, revisar, ordenar y, en fin, editar estos textos buscando un sentido a reflexiones surgidas a lo largo de varias décadas y en contextos bien diferentes.

El resultado es el libro 'En busca de la escritura fílmica' que publica Ediciones Cátedra en su colección 'Signo e imagen', el sello de referencia en las publicaciones cinematográficas en nuestro país. Se articula en cinco bloques que dan cuenta de la memoria del cineasta y su concepción del cine ('Itinerarios, sombras y sueños' y 'Crear y creer en las imágenes'), reflexiones sobre la lengua, la novela y el teatro ('Literaturas, lenguas, representaciones') de quien, tras años de carrera como director de cine se decanta por la escritura de novela y ensayos, indagaciones sobre el valor artístico y el diálogo emocional de obras reconocidas ('Artes e interrogantes') y pequeños ensayos de cineastas ('Figuras y perfiles'). Culmina el libro con un breve pero sabroso artículo 'Demonios en el jardín: políticos y actores', cuyo título hace referencia a una de sus películas más redondas, auténtica radiografía sobre la familia en el franquismo y, en buena medida, crónica de su memoria personal.

'En busca de la escritura fílmica'

'En busca de la escritura fílmica'
  • Autor: Manuel Gutiérrez Aragón.

  • Edición: José Luis Sánchez Noriega.

  • Ediciones Cátedra: 240 páginas.

  • Precio: 21,95 euros. | Ebook: 15,49 euros

Gutiérrez Aragón no habla de sus películas ni de su práctica fílmica. Se sitúa a la altura de nuestros ojos y de nuestro asombro ante una pantalla blanca, donde se plasma la magia de las emociones y cualquier fantasía es posible, a fin de reflexionar sobre el Cine con mayúsculas, sobre el cine como lenguaje, montaje, duplicado de lo real, vehículo de experiencias... No habla como profesional ni da lecciones sobre la técnica: es el espectador cultivado con años de butaca que continúa dándole vueltas a las mismas preguntas y al argumento de su tía abuela que explica por qué Olivia de Havilland salía fea en una película proyectada en el Teatro Principal de Torrelavega: «Las actrices son siempre guapas, solo que hacen de feas. Lo demás lo pones tú».

A lo largo de estas páginas hay frases que son puro pensamiento, el destilado sutil de un conocimiento que horada la realidad para profundizar en la esencia de las cosas. Aunque sea en esbozo, deshilachada, hay una teoría (para uso personal) del cine: por ello podemos leer frases como «Y en el cine los sentimientos son tiempo, la acción es tiempo, el movimiento es tiempo. Ya sabía cómo era el cine: está hecho de lo mismo que esté hecho el tiempo». O «la realidad necesitaba contarse para ser luminosa», «buscando el sentido del cine, uno lo que encontraba era algo parecido a la motivación del deseo» o la paráfrasis de Wittgenstein «los límites de lo posible son los límites de lo que puede ser contado». Frente a la erudición estéril de cinéfilos que lo han visto todo o que catalogan las 100 mejores películas de cualquier género, se sitúa M. Gutiérrez Aragón, académico de la Real Española y de Bellas Artes de San Fernando, con preguntas sobre la representación de lo real, cualquiera que sea el formato (teatro, pintura, novela, cine), y la impotencia para encerrar en un sistema o en una fórmula esa lucha milenaria del ser humano por explicar el mundo y explicarse a sí mismo.

Hay un par de capítulos sobre pinturas de Edvard Munch y El Lissitzky que muestran la sensibilidad del cineasta y su conocimiento de cómo el contexto social y político condiciona y explica la obra de arte. Me parecen magistrales y sirven como prueba de una convicción a la que uno ha llegado al cabo del tiempo: la talla de los grandes maestros se muestra cuando no explican sus destrezas profesionales, sino cuando se refieren a obras de otros e incluso a artes ajenas.

El Aula de Cultura de El Diario Montañés acoge esta tarde, en el Ateneo, la presentación del libro

Aunque reconocido como director de cine por sus 16 largometrajes, el 'Don Quijote' para televisión, una decena de guiones y otros trabajos, sería injusto no valorar debidamente su carrera como escritor tras cinco novelas, dos libros de relatos y otros dos de ensayo. El narrador que es Gutiérrez Aragón desde joven se vio tan cerca de la cámara como de la máquina de escribir: «Elegí el cine, pues, para librarme de la literatura que me consumía por dentro». En este libro recién publicado se aborda la narrativa común al cine y la literatura al tiempo que se subrayan sus singularidades. Son espléndidas las páginas en que hace ver cómo el cuerpo y la voz del actor —que pueden estar disociados, como sabemos por el doblaje— constituyen una presencia primigenia en la película y cómo la literatura no puede proporcionar «la fuerza fílmica del actor y de la actriz, sus caras, sus cuerpos, el ritmo de sus movimientos».

No crea el lector que se soslaya el testimonio personal, pues el libro comienza con estos paradójicos y estimulantes testimonios: «Yo tuve la suerte de ser un niño enfermo. (…) El salón era mi reino y la enfermedad mi poder. Me bastaba quejarme un poco, manifestar cierto desasosiego o, por el contrario, una excesiva quietud para conseguir cualquier cosa de mi elegante madre, mis hermosas tías o de la nueva criada. El médico había dicho que no se me debía contrariar, que eso era perjudicial».

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