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'Naturaleza muerta de máscaras III'. Emil Nolde
Maquillaje intelectual
Dicotomia

Maquillaje intelectual

¿Una cultura como postura, consumo e identidad o una entendida como proceso intelectual y activo?

Rafael Manrique

Santander

Viernes, 9 de agosto 2024, 07:31

Las dos guerras mundiales del siglo XX produjeron un desplome del sentido de la vida. Una especie de horror existencial. Tal vez desde la caída del Imperio romano o la llegada de los europeos a América no se habían producido unos hechos tan impactantes como estos que estamos viviendo en los inicios del siglo XXI. Una extraordinaria tecnología en medio de una desolación y descontento producto de un mundo neomedieval que ya surge en el horizonte. Coexisten en él un pequeño número de personas obscenamente ricas y suspicaces habitando en sus castillos, junto a una mayoría empobrecida viviendo extramuros. Junto a esos dos grupos, un conjunto de profesionales angustiados solucionan las necesidades, a veces absurdas, de las clases acomodadas. Asombro y ansiedad, es lógico, permean y alteran la cultura que deviene un objeto banal de consumo, un postureo útil para ser admitido en la sociedad del espectáculo. En el polo opuesto queda la cultura basada en la aceptación de la angustia de vivir, sin amargarse, en medio de la imperfección y contradicción del mundo.

Ese contraste se aprecia más en verano que propicia actividades culturales de consumo y entretenimiento muy variado. Desde una corrida de toros a una universidad veraniega, pasando por la siembra de casetas-bares por la ciudad o la denominación de acontecimiento o capital cultural. Lugares para ver y ser visto. Consumo adecuado para el lujo de neutrales que, como decía el poeta Gabriel Celaya, «…lavándose las manos se desentienden y evaden». ¿Cómo no considerarse bueno, sensible y culto si uno se emociona con el 'Himno a la alegría' de la última sinfonía de Beethoven? ¿Cómo no ver en las celebraciones por la victoria del equipo español de fútbol en la Eurocopa 2024, la faz más ordinaria y racista de la Europa actual? A su vez, las ferias de arte y conciertos clásicos, a menudo presentados de forma pedante, dan pie para una postura de la que ya avisaba el evangelista Lucas (18:9-14): «Señor, doy gracias porque no soy como los demás hombres»…

Cuando ya no existan referencias ni compromisos, el vaciado mental se habrá completado

Es necesario distinguir dos tipos de maquillaje. Uno de ellos, exagerado, e histriónico, acentúa tanto los efectos del paso del tiempo, como la pobreza de instrucción. Otro en cambio, disfraza esos efectos, disolviéndolos en la propia vida consiguiendo ofrecer una imagen más o menos bella de la persona remozada.

Si la mejor manera de convertir a un malvado en un caballero acaso sea tratarle como un caballero, tal vez la manera de que un maquillaje crítico se incorpore a la persona sea usar uno que sea bueno y eficaz desde el punto de vista intelectual. La cultura siempre conlleva algo de artificial, de postureo. Es su cara B. Somos seres culturales que crecemos como tales a partir de una base genética, biológica y social. Pero siempre existe una cierta oposición entre lo natural y lo cultural. Frente a una naturaleza salvaje, la sociedad es cultural. Una tensión inevitable y compleja que puede originar problemas. Sigmund Freud nos lo advirtió en su libro 'El malestar en la cultura': lo aprendido frente a lo recibido. Nature vs. nurture. Si solo salvajes, unas fieras. Si solo cultos, unos ñoños indefensos.

¿Una cultura como postura, consumo e identidad o una entendida como proceso intelectual y activo? Ese es el dilema que algunas ideas pueden ayudar a definir. Sabemos que la imitación es una de las fuentes de la evolución y el aprendizaje. Maquillarse, aunque sea laborioso, no requiere excesivo tiempo. Una novia puede pasarse fácilmente una tarde entera con ello, una actriz lo mismo (¿acaso ser novia y ser actriz sean oficios similares?). Se trata de un proceso breve frente a la larga duración implicada en la adquisición de una cultura crítica y creativa. Hablamos de un proceso largo, arduo y exigente. Es cierto que, al final, es bastante satisfactorio, pero no puede jugar en el mismo terreno que el alcohol, las drogas, el sexo o las redes sociales. Con la cultura entendemos y creamos nuestra mente y el mundo que, a su vez, nos crea.

Aun con la brevedad de un artículo de prensa, será importante aportar alguna pista. El maquillaje intelectual que pretendemos no es un producto a aplicar sobre uno mismo, sino un método. De lo contrario pareceríamos un loro repipi que repite frases con más o menos encanto. Tampoco se trata de hacer crítica al estilo de un suplemento cultural sobre una obra literaria, filme o estreno teatral, habitualmente destinada a orientar el consumo. Se trata de aportar información acerca de la información que se recibe, de una metatinformación (puestos a decir cosas pedantes, este autor también tiene su punto). El maquillaje intelectual crítico observa y reflexiona sobre lo observado; habla sobre lo que se habla; piensa acerca de lo que se piensa. Por tanto, no valora ni puntúa. No es académico ni profesoral. No es su objetivo. Lo que hace es proponer una mirada desde algún aspecto de las variables ontológicas básicas: verdad, bondad y belleza. Así dicho, suena a algo excesivamente áspero y aburrido, pero no lo es. Me estoy refiriendo a adoptar un tipo de mirada, una forma de pensamiento, adornado de ideas válidas para toda la humanidad –¡ahí es nada!– y, al tiempo, para cada una de las personas. Este maquillaje aporta relatos, acciones y experiencias nuevas que pueden surgir de los acontecimientos culturales en los que estamos inmersos. Nos proporciona una visión de los intereses, deseos y valores que nos transmiten esas producciones culturales. ¿Valores?, podrá usted preguntarse con desconfianza. Y sí, lo son, ya que representan nuevas especificaciones de las características básicas de nuestra especie. Ese maquillaje crítico desvelará qué propuestas y definiciones nos están infundiendo esos productos culturales. Al tiempo, generará una mirada con los diferentes colores que aporten los aparatos conceptuales que estemos utilizando en nuestro maquillaje. Existen dos, por ejemplo, que son muy importantes: el feminismo y el marxismo. También esa mirada tendrá una dimensión temporal: bien se iniciará en el pasado, en el presente o en el futuro. Y geográfica: en Occidente o en mi ciudad.

Y como ocurre con los artificios convencionales uno no utiliza a la vez todo lo que tiene en casa. Obtendría un pastiche ridículo. Va seleccionando una cosa u otra según la ocasión y los propios gustos. En este terreno de la cosmética es difícil decidir qué es suficiente, qué es mucho o qué es poco. No es fácil, incluso optar por nada de maquillaje puede llegar a ser el colmo del exceso.

¿Cómo saber si uno sale de casa con un buen maquillaje intelectual crítico? Habrá que fijarse si se hace con nuevas capacidades de radicalidad, interrogación y comunicación. A continuación, dejarlo secar un poco para que no brille demasiado. Después, afirma Jean Baudrillard, oiremos el eslogan del poder: Tomad vuestros deseos por la realidad; creed que la Cultura es la cultura, creed que habita un ministerio o una universidad. Es peligroso, es la sociedad del simulacro: una modelizacion real de una realidad que no existe. Y cuando ya no existan ni referencias ni compromisos; cuando solo haya asepsia, espectáculo y diversión, el vaciado mental se habrá completado. Brillará el maquillaje. No será crítico.

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