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Francisco Valcarce
Santander
Viernes, 7 de junio 2024, 07:14
Seguramente el montaje más famoso y aclamado de 'Die Hamletmaschine' es el que realizó el célebre director Robert Wilson hace casi cuarenta años y que pudo verse en el Festival de Otoño de Madrid en 1987. Los apenas seis folios de la obra de Müller ... fueron convertidos en un espectáculo de más de dos horas, donde todo el universo estético del creador tejano alcanzó la excelencia escénica. Este recuerdo nos indica que el breve texto del autor germano es un artefacto lleno de interrogantes y sugerencias que se presenta como una invitación para adentrarse en el misterio de la creación a través de un apasionante proceso de investigación.
'Máquina Hamlet' es la obra más singular y emblemática de Heiner Müller, sobresaliente autor de finales del siglo pasado, iniciador de un proyecto que rechaza los modelos dramáticos establecidos, presentando un material que participa de la fragmentariedad, con lo que es el espectador el encargado de armar la configuración o permanecer en el caos de las impresiones. Müller tuvo un papel muy relevante en el teatro europeo contemporáneo, siendo testigo crítico directo de la burocratización de un incumplido proceso revolucionario, a lo que se unió la condición insólita de sus textos, el rigor y la amargura de sus reflexiones y su provocación a los directores y actores interesados en representar su teatro. Por otra parte, su sentido de la escritura teatral abierto al trabajo investigador, junto al carácter polisémico de sus propuestas, potencian la adaptación de su mundo poético al imaginario concreto de cada tipo de público, país, grupo o de cada director. Palabras suyas son estas: «La interpretación es trabajo del espectador, no ha de tener lugar en la escena. No hay que privar de su trabajo al espectador. Eso es consumismo, mascarle su comida al espectador: teatro capitalista».
La pieza que nos ocupa surgió como respuesta a la obsesión por Hamlet. Así lo manifestó Müller: «Mi interés principal cuando escribo teatro es destruir cosas. Durante treinta años me obsesionó Hamlet, de modo que escribí un breve texto, 'Hamlemaschine', con el que intenté destruir Hamlet. Creo que mi impulso más fuerte consiste en reducir las cosas a su esqueleto, arrancándoles la carne y la superficie. Entender sin destruir es no entender en absoluto».
José Antonio Sánchez en su imprescindible libro 'Dramaturgias de la imagen' lo reseña de esta manera: «Destruir ese complejo obsesivo es el impulso que llevó a la redacción de la obra, descrita como una reducción al esqueleto…La consciencia de que el conflicto hamletiano ya no tiene sentido es simultánea a la consciencia de que la forma dramática no puede seguir funcionando… Se hacía necesario encontrar una forma que mostrara precisamente la subversión de los límites. Lo primero que cae es el diálogo ('ya no queda sustancia para un diálogo, porque ya no hay historia'). Hay que dejar paso a un torrente de imágenes, como en el caso de Kantor, procedentes del espacio de la memoria. No de la memoria subjetiva: de la memoria-máquina de la representación dramática».
En líneas generales, buceando en sus claves, 'Máquina Hamlet' nos presenta una Europa en ruinas, enfangada en la injusticia, la explotación de los desfavorecidos, el consumismo desenfrenado y una alineación aberrante. La pieza discurre entre el pasado y el presente sin dejar espacio al tiempo, aludiendo a hechos históricos, con guiños y referencias literarias y erigiéndose el propio Hamlet como un personaje actual, que se convierte en espejo de nosotros mismos. Al mismo tiempo se muestra como un actor, con lo que surge una suerte de reflexión sobre el teatro.
Desde la convicción de que la historia impedía generar diálogos realistas, es por lo que aquellos se transformaron en monólogos y, según algún crítico, el texto degeneró en una feroz crítica al papel del flujo del pensamiento, su impenetrabilidad y maleabilidad, que finalmente reduce al individuo a una cómoda inmovilidad, al anhelo de la inconsciencia productiva de toda máquina, describiendo una esperanza fosilizada. En los últimos años de su vida, Müller consideró que el personaje de Ofelia debió tener la misma importancia que el de Hamlet, incluso ser la protagonista, pues Ofelia es una crítica directa a Hamlet e implica una crítica al propio Heiner. Ofelia es quien contiene los elementos autobiográficos más relevantes, ya que revela el suicidio de su mujer, la poeta Inge Müller.
La estructura de la obra es de una gran complejidad, dividida en cinco actos, cuyos títulos remiten ya a diferentes sucesos, estados o conceptos. En el primer acto, 'Álbum de familia', es donde hay una presencia mayor de la obra original de Shakespeare con relatos del entierro, el espectro del padre, encuentros con Horacio/Polonio, con Ofelia y con su madre. Con alguna alusión histórica, Hamlet toma prestadas citas de otras obras literarias, sobre todo shakespearianas, pero incluso de T.S. Eliot.
El segundo acto, 'La Europa de la mujer', está protagonizado exclusivamente por Ofelia, que se rebela contra la opresión que sufre por su condición de mujer, y se constituye como un espacio para su emancipación. Cuando Ofelia dice «Prendo fuego a mi cárcel. Arrojo mis ropas al fuego. Desentierro de mi pecho el reloj que fue mi corazón» está simbolizando la llegada de una nueva época, el tiempo de la revolución de los oprimidos. Y cuando describe diferentes formas de suicidio, Ofelia, según los estudiosos de la obra de Müller, se identifica con muchas mujeres muertas en distintas circunstancias: Rosa Luxemburgo, Virginia Woolf, Ulrike Meinhof, Inge Müller… La filóloga Ana Rosa Calero analiza las dos posibles lecturas del título de este acto. Por una parte, Ofelia representa el nacimiento de una nueva Europa, para lo que se apoya en la visión de la historia de Walter Benjamin, en la que el tiempo es radicalmente discontinuo y el presente puede vengar y redimir en cualquier momento al pasado.
Sin embargo, Müller permite una interpretación más pesimista, puesto que Europa está basada en un principio patriarcal. La mujer aparecería, por tanto, en el ADN del hombre, es decir, oprimidos en tierra de opresores.
'Scherzo' es el título del acto tercero que remite, justamente, a un escarceo, una broma o un juego musical. La escena se convierte en un cabaret en donde Hamlet es travestido, como si quisiera abandonar su papel patriarcal.
El acto cuarto, tremendamente complejo, está lleno de referencias e insinuaciones. El extraño título – 'Peste en Buda. Batalla por Groenlandia'– ya encierra varios interrogantes. Según los estudiosos de la obra, la primera parte es un juego de palabras con el nombre de la ciudad de Budapest; Pest es la parte industrial, el núcleo de la ciudad nueva y Buda es la zona donde se encuentran todos los edificios y monumentos del pasado, en definitiva, la parte burguesa. Comenzarían, pues, aquí las alusiones a la revolución de octubre: 'Peste en Buda' podría interpretarse como que la parte industrial trabajadora empieza su revuelta en Buda, zona burguesa; los oprimidos se levantan contra los opresores. Es evidente la alusión a un acontecimiento histórico concreto: la revuelta húngara del 56. Y la segunda parte del epígrafe remite a la obra de teatro 'La batalla por Moscú' de Johannes R. Becher (1891-1958), poeta expresionista y primer ministro de cultura de la antigua República Democrática de Alemania, y Groenlandia sugiere la frialdad del sistema capitalista.
Este acto presenta multitud de alusiones y citas Aquí, Hamlet, desvela que es un actor (guiño meta teatral) y se manifiesta desilusionado por el curso real de la Historia, por lo que su drama ya no tiene lugar. Comienza para él un proceso de interiorización, del tal modo que la única alternativa será convertirse en máquina, sin pensamientos, ni recuerdos.
Finalmente, 'Feroz espera/En la terrible armadura/Milenios' encabeza el acto quinto, donde se exhibe una Ofelia en silla de ruedas que se identifica con Electra, asumiendo un personaje que espera para consumar su venganza. Desde su inmóvil estado, Ofelia lanza un estremecedor monólogo convertido en una llamada a la rebelión. Y el resto es silencio e inacción.
Para finalizar es preciso señalar que los reproches críticos de Müller van dirigidos, tanto al sistema capitalista, como al régimen socialista. Se trata, pues, como afirma la doctora Ana Rosa Calero, de luchar contra cualquier sistema que oprima a los más débiles, ya se trate de la población del Tercer Mundo, de las mujeres en el Primer Mundo, o de los intelectuales con ideas contrarias al régimen absolutista en el que viven.
Mientras sigan existiendo muros y alambradas, esta obra, escrita en 1977, no perderá su actualidad, pues es como un canto de cisne dedicado a todos los oprimidos de este mundo. De todo lo anterior puede adivinarse la dificultosa aventura que puede ser un proyecto de montaje de 'Máquina Hamlet'.
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