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No hay ninguna duda de que Marina Abramovic es una de las protagonistas indiscutibles del desarrollo del arte de la performance durante las últimas cinco décadas. Este mes de noviembre cumple 77 años y acaba de apuntarse el tanto de ser la primera mujer en exponer en solitario en la Royal Academy of Arts de Londres con una retrospectiva que se podrá visitar hasta el próximo mes de enero. También en Santander se puede ver, en las Naves de Gamazo, una de sus obras, una fotografía de la Colección Norte del Gobierno de Cantabria, en la exposición 'Homo habitant' que, auspiciada por la Fundación Enaire, estará abierta hasta el 11 de febrero.
Esa imagen bien podría ser un resumen de la forma de vivir el arte de esta creadora que usa su propia carne como herramienta para transmitir dolor, angustia, pena, emoción y desgarro llegando incluso a traspasar los límites de su mente y de su cuerpo. En la fotografía aparece erguida, empoderada, con los brazos en cruz durante la performance que protagonizó en el año 2005 en la rotonda central del Museo Guggenheim de Nueva York. En ella vuelve poner a prueba su integridad física, mostrándose como un ídolo inalcanzable aunque aparentemente cercano, con sus ropajes a la altura de los espectadores, y su cuerpo sobreelevado a varios metros. Así, desafíaba a las alturas mientras danzaba con su brazos. Y es que como ha asegurado en varias entrevistas cada vez que se le ha preguntado por sus trabajos: «Mi método es hacer las cosas que me dan miedo».
¿Pero quién es esa gran dama que reta al vértigo desde las alturas dentro de ese enorme vestido azul? Nacida en Belgrado, Serbia, el 30 de noviembre de 1946, ella misma se describe como la «madrina del arte de la performance». Su primera obra, 'Ritmo 10', en año 1973, fue toda una declaración de intenciones. En ella participaba en el juego ruso de dar golpes con el cuchillo entre los dedos abiertos de la mano. Cada vez que se cortaba, cambiaba de cuchillo, grabando todo el proceso. Una vez se hubo cortado 20 veces, reproducía la grabación e intentaba reproducir los mismos movimientos y sonidos. Y todo ello con la idea de unir pasado y presente. Dos años después de ese macabro juego dio una vuelta de tuerca a aquella performance con otra aún más perturbadora: 'Ritmo 0'. En una de las salas de la Galería Morra de Nápoles, colocó 72 objetos sobre la mesa: una rosa, uvas, un cuchillo, un látigo e incluso una pistola cargada. Además firmó un papel en el que se asignó a sí misma un papel «pasivo» en la acción, dejando toda la responsabilidad de su cuerpo y su estado exclusivamente a sí misma. Durante seis horas se «dejó hacer» por parte del público que, al principio de la acción fue muy cuidadoso y delicado. Pero después de un par de horas se volvió más curioso, audaz y atrevido llegando a cortar su ropa, arañarla con espinas, apuñalar su cuerpo desnudo con un cuchillo e incluso a apuntarla al cuello con la pistola.
El amor y una de sus parejas más renombradas, el artista alemán Frank Uwe Laysiepen, más conocido como Ulay, también forman parte de su trayectoria. Se enamoraron en 1976 y hasta 1988 vivieron un gran idilio en el que compaginaron sus creaciones con una vida nómada, sin establecerse en ningún sitio, mientras, paradójicamente, encontraban su lugar en el mundo del arte contemporáneo. Sus presentaciones, cómo no, se caracterizaron por la búsqueda de los límites del cuerpo y de la mente y presentaron trabajos que han quedado en la memoria. Como 'Imponderabilia', de 1977, en donde los dos se pararon desnudos frente en un estrecho pasillo que daba entrada de una de sus exposiciones lo que obligaba a los espectadores a rozar el cuerpo de ambos para poder acceder a la sala.
Su historia de amor solo podía acabar de una forma tan sonada como original: ambos caminaron la Gran Muralla China comenzando cada uno desde uno de los extremos opuestos para encontrarse en el centro, darse un abrazo como un último y artístico adiós y continuar cada uno por su camino. No volvieron a verse ni a hablarse hasta que décadas después protagonizaron una de las escenas más románticas de la historia del arte. Fue, como no podía ser de otro modo, durante una performance que Marina Abramović realizó en 2010 en el MoMA de Nueva York durante su retrospectiva 'The Artist Is Present' ('La artista está presente'). Ella con un precioso y larguísimo vestido rojo, permanecía sentada en una silla frente a otra, separada por una sencilla mesa, y recibía a los visitantes que se sentaban durante un minuto, dedicándole un momento de conexión sin palabras. Pero una de esas visitas, la más sorprendente para la artista y la más esperada para los visitantes que presenciaron el momento, fue la de Ulay que, como un espectador más, llegó, se sentó y la observó en silencio. Un reencuentro muy emotivo, tras 23 años sin hablarse, que provocó las lágrimas de la artista serbia. Jamás volvieron a verse.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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