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Ignacio Martínez de Pisón publica un ensayo que es a la vez un libro de memorias. EFE/ Marta Pérez
Martínez de Pisón: «Sí, escritor, ¿qué pasa?»
Memorias

Martínez de Pisón: «Sí, escritor, ¿qué pasa?»

El novelista, premio Nacional de Narrativa, rememora su infancia y primera juventud en 'Ropa de casa', una de las obras más celebradas de la temporada literaria

Viernes, 1 de noviembre 2024, 07:54

Cuenta Ignacio Martínez de Pisón que, cuando su primer libro todavía estaba en prensa, el responsable de la edición le enviaba las galeradas por correo certificado, y debajo de su nombre escribía en letras mayúsculas: «ESCRITOR». Pero luego abría al cartero en pijama y con cara de sueño, y el tipo recitaba su nombre y profesión con retintín, «como quien da tratamiento de excelentísimo a un cordero lechal». Pisón le respondía entonces con un aplastante «Sí, escritor, ¿qué pasa?», solo que… en su fuero interno.

Ropa de casa

Ropa de casa
  • Autor Ignacio Martínez de Pisón

  • Editorial Seix Barral. Biblioteca Breve.

  • Precio 20,90 euros

'Ropa de casa' es el último título del escritor zaragozano, un ensayo que es a la vez un libro de memorias y la historia de cómo un muchacho de provincias se convierte en un escritor. Eso sí, todavía no en uno de los más reconocidos del siglo XXI, porque el relato se detiene bastante antes, allá por los años noventa, pero sí en un joven prometedor que, avanzando el libro –y la vida, claro–, descubrirá su verdadera identidad literaria. Por supuesto, el libro se sigue como una novela. Una de no ficción, por supuesto, pero no exenta de emoción. Y no porque sucedan grandes cosas, sino por la profundidad y el colorido del retrato que el escritor hace de sí mismo, en una España de provincias que todavía –Pisón nace en el sesenta– se resiste dejar de ser gris.

Y es que, aunque todo pinta más que bien en la casa familiar, instalados en Logroño y con un futuro bastante previsible, la prematura muerte del padre, un militar de corte más bien funcionarial, les convierte en una familia que deja de ser acomodada para pasar serios apuros económicos. Algo que solventará su madre, con suficientes arrestos para convertirse en una moderna trabajadora, y luego empresaria, sin dejar de ser tradicional y conservadora en lo moral e ideológico. El cambio incluirá también un regreso a Zaragoza, de donde era la madre y donde, por supuesto, había vuelto puntualmente para que nacieran allí todos sus hijos.

Esta obra es un gran elogio de la amistad, de la familia y de la vida que se cierra de manera magistral

Los cuatro primeros capítulos conforman, pues, una primera parte centrada en la infancia y la adolescencia. Una etapa feliz y luminosa, si acaso ensombrecida por el tedio escolar y la rigidez de una época en la que el autoritarismo regía todas las relaciones, incluídas las familiares. Algo evidente, por ejemplo, en la recreación de una abuela materna a la que, por cierto, no le gustaban nada los niños.

Poco a poco, sin embargo, el escritor se irá abriendo al mundo. Los deportes, el COU mixto, los estudios de filología hispánica, los amigos o los primeros escarceos con la literatura se coronan con la aparición de María José, a la que dedica los pasajes más sentidos: «En ella se concentraban la delicadeza, la dulzura, el encanto, la belleza. No digo que tuviera todo eso. Digo que ella lo era». Por supuesto, la gran maestría de Pisón radica en la capacidad de retratar estados emocionales; en este caso, un autorretrato del artista enamorado.

Si la familia ocupa la primera parte del libro, es el mundo la que ocupa una segunda parte arranca en 1992, cuando Pisón se instala en Barcelona. La excusa era seguir estudiando, esta vez filología italiana, aunque en realidad le movían otras motivaciones. Y no tanto el plan de convertirse en escritor, porque por entonces la aspiración de dedicarse a la literatura era algo difuso y lejano, sino el hecho de vivir en una ciudad en la que «pasaran cosas». El problema será que «algunas de las cosas que yo creía que 'pasaban' en Barcelona ya 'habían pasado'». En cualquier caso, la relación del escritor con la ciudad iba a ser casi una historia de amor. O, al menos, de una fidelidad inquebrantable.

Así, al recorrer sus páginas se descubre una Barcelona que ya no existe, aunque esté conservada en el ámbar de la creación; por ejemplo, cuando habla de la Avenida de la Luz, no se puede obviar la canción que Sabino Méndez escribió para Loquillo; cuando rememora la sala Zeleste o la disco Bikini, se piensa en el Carlos Zanón más golfo; cuando cuenta, por ejemplo, que el bar Mañé era en esos años su segunda casa, o cómo una explosión de gas ciudad destruyó el edificio colindante al suyo o menciona las tiendas de pájaros de las Ramblas, uno recuerda a Juan Marsé. Incluso, a un Galdós contemporáneo. En cualquier caso, es 'su' Barcelona, el fantasma de la ciudad preolímpica, llena de billares, cines de versión original y adorablemente caótica. Es decir, su propia arcadia, un paraíso en el que «no resultaba difícil ser feliz como solo se es feliz cuando se tienen veintitantos años y unas ganas tremendas de devorar la vida».

Y vaya si la devora: mientras asistimos con interés a sus primeros pasos en el complicado mundo literario, nos regala alguna reflexiones sobre el oficio, como que «las buenas novelas están hechas de los mismos materiales de los que está hecha la vida».

Sin darnos cuenta nos sumerge en la apasionante aventura literaria de renovar la narrativa española de su tiempo, aunque no exactamente como él pensaba. Es decir, que su camino no iba a ser el fantástico que tanto admiraba en el boom latinoamericano, sino uno imprevisto y que… Bueno, que va a ser mucho mejor que lo lean y lo descubran ustedes por sí mismos.

Y de paso, que disfruten con este gran elogio de la amistad, de la familia y de la vida que se cierra de manera magistral, como le hubiera gustado al Pereira de Tabucchi: reviviendo a familiares, amigos, colegas, maestros y compañeros. Ha conseguido revivirles en su mejor momento y en el mejor escenario: el pequeño teatro de su memoria.

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