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Matilde de la Torre, la intelectual que aspiró a modernizar España
Cultura cántabra en femenino

Matilde de la Torre, la intelectual que aspiró a modernizar España

1884-1946. Comprometida con los derechos sociales y el folclore cántabro destacó en la escritura, la música, la pedagogía y la política

Olga Agüero

Santander

Viernes, 27 de octubre 2023, 07:17

La escuela educa pero el arte crea. Fue una de las certezas –expresada en voz propia– que iluminó a Matilde de la Torre en su intensa y polifacética trayectoria vital como escritora, folclorista, pedagoga y política. Enmarcada en la generación de 1914 que inspiró Ortega y Gasset con su aspiración de modernizar España, protagonizó un entusiasta y efímero liderazgo intelectual en la sociedad española, un relevo frustrado por la guerra y la dictadura.

Mujer ingeniosa y simpática, aprendió latín, griego, inglés y francés prácticamente de forma autodidacta. Creció en la libertad de la generosa biblioteca de su casa natal en Cabezón de la Sal que disfrutó, en su temprana orfandad, a su libre albedrío. Un entorno rural y un tiempo en el que confluye una generación de exultante talento femenino: sus primas, la pintora María Blanchard y la escritora Consuelo Berges, coetáneas a su vez de Concha Espina –su esposo era primo de la madre de Matilde– y la periodista Matilde Zapata quien dedicó a su amiga 'Tildín' elogiosas columnas sobre su pensamiento en el periódico La Región.

La propia Matilde de la Torre escribió cientos de artículos para diferentes publicaciones y seis libros –el último póstumo– entre ellos el ensayo 'Don Quijote, rey de España' (1928), una reflexión histórica sobre el origen de la decadencia española. Su primera novela de 1917 comparte título con un cuadro de María Blanchard: 'Jardín de damas curiosas: epistolario sobre feminismo'.

En paralelo a esta febril actividad intelectual y narrativa dirigía funciones de teatro local e impulsó la Academia Torre –un centro educativo mixto y laico inspirado en la Institución Libre de Enseñanza, junto a su prima y maestra Consuelo Berges– en la biblioteca y el jardín de su casa, punto de reunión de intelectuales y políticos como Indalecio Prieto o el doctor Madrazo.

Las lecciones de piano de su madre incitaron un temprano y extraordinario talento musical que la llevó a recuperar y divulgar danzas y cantos del cancionero popular cántabro. Escribió numerosos artículos sobre folclore regional. Formó el Coro campesino Voces Cántabras que en 1932 participó en un festival en el Royal Albert Hall de Londres interpretando la baila de Ibio al son del bígaro y el tambor.

Sus textos reivindicaban libertad, la abolición de la esclavitud, la solidaridad universal...

Impulsora de las Casas campesinas, que en Cantabria llegaron a reunir a 2.500 afiliados, se afilió al Partido Socialista, pidió el voto femenino, y fue tejiendo un profundo compromiso político. Circunstancia que enfrentó a la burguesía local de su 'Villacaciques' natal con la 'viuda soltera', como la llamaban tras abandonar a su marido nada más casarse en Perú al descubrir que tenía otra familia. Retiraron su apoyo económico al coro que pasó de trescientos coralistas y danzantes a una treintena. Los recelos destruyeron su proyecto pedagógico. «Mi academia se veía concurridísima (…) pero cuando me afilié al Partido Socialista ya comprenderán ustedes que…, al fin, tuve que cerrarla», reconoció.

No se dejó intimidar. Mantuvo sonoras polémicas en 'La voz de Cantabria' con la marquesa de Henestrosa sobre la participación de la mujer en política: «Yo no tengo nada de bolchevique, doña Pilar. Pero tengo 'el sentimiento de la realidad', que es una cosa no muy frecuente entre los individuos de la clase media, a la que pertenezco por razón de nacimiento y de economía», le espetó en un artículo. Fue diputada por Asturias en 1933 y 1936, una de las cinco mujeres de las Cortes de la Segunda República y ocupó el cargo de directora de Comercio y Política Arancelaria.

Exilio

Cuando las tropas franquistas llegaron a Cabezón saquearon su casa y quemaron sus libros en el patio. Pero aquella biblioteca hecha cenizas ya vivía dentro de ella, el fuego no pudo borrar el efecto de aquellas lecturas. Su propia familia burguesa y conservadora ya le había dado la espalda, especialmente su pariente Concha Espina –antes amiga– que la desprecia públicamente en sus escritos.

La derrota del bando republicano la obligó a marcharse a Francia y embarcarse al exilio en un viaje junto a Eulalio Ferrer que se hizo su confidente y amigo. Casi ciega, enferma y cuidando de su hermano Carlos, en silla de ruedas, Matilde ameniza al piano las noches de sombra en la travesía. Instalada en Cuernavaca (México) malvive en la miseria y sigue escribiendo y publicando. Percibió con certeza que España libraba la primera batalla contra el fascismo, en sintonía con el denostado dirigente socialista Juan Negrín. Desde sus profundas convicciones humanistas tuvo la visión de defender el universalismo y el europeísmo. Sus textos reivindican libertad, la abolición de la esclavitud, la solidaridad universal y el pacifismo frente a la guerra.

Su vida se apagó el 19 de marzo de 1946. Unas semanas después la expulsaron del Partido Socialista por su postura afín a Juan Negrín. Aunque el carné político fue lo único que la devolvieron, en 2008, de todo lo que la arrebataron, incluido su último deseo: descansar eternamente en su pueblo. 77 años después sigue enterrada en el olvido del panteón español de la Ciudad de México. Sobre las cenizas de su biblioteca y del hogar que le expropiaron durante su exilio se erige hoy el Instituto Valle del Saja como símbolo de su victoria moral. El conocimiento y la cultura vencieron la censura del fuego.

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