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«Me dijeron que me voy a morir. Es tonto: no debería necesitar que me lo digan. Pero una cosa es saber que te vas a morir alguna vez – empeñarte en olvidar que te vas a morir alguna vez– y otra muy otra que te digan que hay un plazo y que ni siquiera es largo». 'Antes que nada' parece un preludio de una otra vida que nunca podrá contarse. Son memorias, poesía y periodismo, escritura por encima de todo, palabras que rebotan en la evidencia y que sobrevuelan una forma de contar el mundo. Martín Caparrós, autor de 'La voluntad' y 'Los Living', construye un testamento que no deja nunca de hablar de la vida. Una suma de trayectos de conocido final, por mucho que se lo anuncien a uno, que el escritor y periodista, cronista y narrador, convierte en un ecosistema vitalista. En vísperas de que viera la luz su libro (Random House) reveló que padece esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Ahora afronta el tiempo con la lucidez de la reflexión, el sentido narrativo inherente a su oficio y su dominio de las palabras. Pocos meses antes de poner negro sobre blanco su enfermedad como un náufrago, paradójicamente a la deriva de un mar de vida, publicaba (El País) toda una declaración de principios confesional sobre su oficio: «Hoy cumplo medio siglo de periodista. O, por decirlo de una manera menos rimbombante: hace 50 años escribí mi primera nota en un periódico. Quizá mi aprendizaje más interesante de estas décadas sea precisamente ese: la diferencia entre dos frases que parecen decir lo mismo. Pero, además, hay una historia».
Titulo Antes que nada
Autor Martín Caparrós
Editorial Random House.
Precio 23,65 euros
Este constructor de relatos que otorgan autoridad al deseo de contarnos, escribía recientemente: «Vivimos la cultura 'digital': un mundo donde cada vez menos cosas pueden tocarse con los dedos. (...) El mundo rebosa de esas cosas extraordinarias que hacemos sin notar que son extraordinarias: señalar con el dedo. Digo: el increíble proceso de civilización necesario para que 8.000 millones de individuos —chino más, indio menos— acuerden en que, cuando una persona extiende el índice, lo que hace es mostrar algo que deberíamos mirar». Caparrós, en una de las huellas personales contenidas en 'Antes que nada' subraya que su relación con el mundo «está hecho de palabras dibujadas. No solo que lo piense con palabras –eso se llamaría escribir–sino que lo percibo a través de sus palabras, lo entiendo o no lo entiendo gracias a sus palabras, sigo sus palabras». Y entre recuerdos, crónicas y fragmentos, la escritura discurre entre meandros sobre la necesidad de contar el mundo y esa indagación en lo inevitable: «Es un momento tan extraño: de pronto te dicen lo que toda tu vida temiste oír, lo que te imaginaste a otros escuchando, lo que confiabas en no escuchar jamás. (...) El hormigueo, el nudo en la garganta, el peso en el cerebro. No sé qué hacer con eso». Vida y muerte danzan en su libro sobre el mismo terreno quebradizo pero desde la idéntica ansiedad que en toda su trayectoria ha asomado por diseccionar lo que nos pasa, retratar nuestros mapas, alumbrar lo oscuro y exprimir al máximo la responsabilidad del cronista. No hace tanto apuntaba: «Ahora, para bien o para mal, el periodismo es un oficio como muchos, con horarios y modelos semejantes, con muchas quejas sobre los beneficios y la estabilidad –pero, todavía, con esta extraña ambición de retratar el mundo. Y eso es lo que lo salva. Yo detesto la superficialidad del periodismo, su suficiencia idiota, su pavada insistente; detesto la vacuidad, la vanidad, la vaguedad del periodismo. Y sin embargo me apasiona». Militancias y exilios, selvas y redacciones, amores y derrotas, los mapas compartidos de Caparrós pasan de la residencia de Perón en Madrid a la choza de Saratou en Níger y al primer McDonald's en los últimos días de la Unión Soviética. El autor de 'El hambre' puede «escribir biografías en verso, componer novelas interactivas o renunciar al New York Times por la censura». La enfermedad salpica, a modo de interludios breves (su prosa es musical) la columna vertebral de sus memorias: «Ya me cuesta lavarme la cara o llevarme a la boca la comida, subir a la cama es un deporte olímpico, darme media vuelta en ella un buen recuerdo, pero sigo pudiendo escribir. Y cuando todo se derrumba (...) escribir es el penúltimo refugio: aquí todavía puedo, aquí todavía soy, de algún modo, el que era; aquí todavía consigo, algunas frases, quererme o aliviarme o admirarme –con perdón».
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