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A veces unas memorias pueden ser un baúl sensorial, una sucesión de iconos, detalles, revelaciones..., palabras, claro, que se desprenden de una vida como si sonaran, se descubrieran y pronunciaran por primera vez. Manuel Vicent tiene el don de habitar la iniciación. Ese recuerdo a la intemperie, los nombres de las emociones primeras, lo que subyace invisible pero adherido a los asideros por donde discurre lo leve y lo grave, lo ligero y lo profundo. «(...) a la hora de escribir lo más inquietante es lo que uno tenía sumergido en la memoria, tal vez en el inconsciente, bajo la tapa de la quesera, y que de pronto aparece en la página en blanco ese insecto deslumbrado en la oscuridad de la noche que lo descubre aplastado en el parabrisas al final del viaje».
'Una historia particular' (Alfaguara) es una mirada diáfana que tiene su raíz en una confesión: «A mí solo me gusta contar lo que he visto, lo que me ha pasado, la gente a la que he conocido, los sucesos que he presenciado».
Entre trayectos, voces, libros y canciones, el narrador de 'Son de mar' y 'Tranvía a la Malvarrosa' recorre las entrañas de lo que en la superficie es «un relato autobiográfico que es también la historia del siglo XX», pero que bajo ella construye los latidos, imágenes y señales vitales, los síntomas de una época, los vientos y corriente que fluyen entre pliegues luminosos donde asoma la textura de las cosas. Es esa memoria inevitablemente fragmentada en la que el escritor practica el arte de la inmersión, sin más oxígeno que una melodía, una frase grabada, un lugar. Una compilación desde el deseo y la fugacidad que posee otro atractivo plano: las reflexiones sobre literatura, las líneas difusas, el funambulismo entre la imaginación, los sueños y la realidad.
«El placer me llevó a la ficción. Siendo solo un niño me sentía más fuerte si conocía lo que habita detrás de la tramoya y convertía este conocimiento en una realidad ficticia manejada a mi antojo. ¿No sería esta la primera llama de la literatura?».
Titulo 'Una historia particular
Autor Manuel Vicent
Editorial Alfaguara. Colección Hispánica
La sombra de vida novelada y de crónica escrita de memoria se entrelazan desde el arranque rotundo de la obra de Vicent: «La vida, como el violín, solo tiene cuatro cuerdas: naces, creces, te reproduces y mueres. Con estos mimbres se teje cada historia personal con toda una maraña de sueños y pasiones que el tiempo macera a medias con el azar».
Evocación desde la efervescencia vital pero también desde el desgarro, de las heridas y desde las atalayas de esa fugacidad engañosa que, por un momento, deja la sensación de haber atrapado la vida. Del tiovivo de la infancia al sonido del mar, de las canciones de aprendizaje de amor a las pérdidas y derrotas.
«No soy un héroe, ni siquiera un discípulo lejano de Joseph Conrad, pero he realizado algunos viajes al corazón de las tinieblas y he tomado nota de cómo se vive en el invierno».
Hay algo creativo que pulula entre las voces de la nostalgia, en ese álbum impreso con la tierra, la sangre, las fotografías ocres, la belleza y el paso del tiempo. Un libro que es recuento, revisitación, rescate, elogio de estar vivo y de haber vivido.
Hay disección y nostalgia, ingenio y lucidez. Manuel Vicent se relata, muta en crónica y despliega su precisión para el adjetivo exacto, el tempo necesario y la palabra que edifica un rascacielos de memoria personal y colectiva con sus perspectivas, miradores, balcones y vistas a uno mismo y los demás. «Una vida humana, ochenta vueltas al sol, equivale a cien mil años geológicos. Estar vivo tan poco rato –escribe el autor de 'Cuerpos sucesivos'– nos impide percibir los cambios que se dan en nuestro planeta».
El también articulista transforma la escritura en un acto de libertad, se tiende sobre la historia y la Historia, con España al fondo, y se lanza al vacío donde caben restos, arqueología, pruebas de vida, ecos, lecturas, llantos, risas en una mezcla de itinerario de ida y vuelta, de laberintos con entradas y salidas reconocibles, con un intercambio de golpes y de caricias, entre acontecimientos pequeños y trascendentes soplos al corazón. «A fin de cuentas, la vida y la muerte no tienen más oficio que el de atraerse hasta encontrarse, puesto que no pueden existir una sin la otra». Manuel Vicent se detiene, mira y escribe un hermoso libro. Hacia el final deja una declaración transparente: «Cuando la ansiedad me hacía sentir un fracasado o un escritor que no había llegado a la meta, para consolarme siempre recordaba lo que había dicho Borges: 'Todos caminamos hacia el anonimato, solo que los mediocres llegan un poco antes'».
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