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Cuando sopla el harmatán, el intenso, frío y desasosegante viento del desierto del Sahara, puede hacerlo durante muchas semanas. Poca actividad vital relevante es posible en esos días. Una de ellas consiste en amasar barro y elaborar piezas de cerámica. Miquel Barceló lo aprendió en sus estancias en Mali a partir de 1994. Tomó la técnica de las mujeres dogón incorporándolo a su trabajo a partir de ese momento. Hoy su producción cerámica ha adquirido tanta importancia como la realizada con óleo y lienzo convirtiéndose en uno de los más relevantes artistas en ese campo. Con frecuencia pueden admirarse obras de Barceló en exposiciones, bienales, dedicadas a él o a la cerámica en general, pero estos días se ha inaugurado en el edificio llamado La Pedrera, de Antonio Gaudí en el Paseo de Gracia de Barcelona, una deslumbrante selección de sus cerámicas, acompañadas de algunas pinturas que las contextualiza, además de un pequeño número de cuadernos con apuntes y dos magníficos vídeos. Uno de ellos desvela la técnica de su trabajo con el barro. El segundo visualiza una performance titulada 'Pasodoble' (2016), realizada con el coreógrafo Josef Nadj y presentada en diversos museos y ferias de arte de numerosas ciudades como Sao Paulo, Venecia o la Fundación Beyeler de Basilea. En ella, sobre un muro de barro fresco, ambos realizan diversas intervenciones usando sus manos además de cuchillos, mazas africanas y pintura. Lo ejecutan de forma rápida, compulsiva, como si se tratara de brujos africanos en estado de trance espiritual. De un sencillo muro blando va surgiendo una bella y compleja obra a través de la cual los dos artistas pasan al final. Impactante el método y el resultado. Un trabajo frenético y espiritual, a partir del humilde barro, tan poderoso que algunos críticos lo han descrito como hecho bajo el efecto de alguna droga.
Coexisten en la muestra piezas sencillas, sobrias y perfectamente equilibradas, como recién salidas de las manos de las mujeres dogón, con otras sumamente barrocas. Algunas son predominantemente abstractas, otras más narrativas. Suaves y violentas, europeas y africanas. Están realizadas mezclando paja, barro y los pigmentos propios del final de Paleolítico y del Neolítico: carbón y diversos minerales de hierro y manganeso. También con excrementos de algunos de los innumerables rumiantes que pululan por la desmesurada predesértica sabana africana. Las piezas que realizó con ingredientes biológicos, llamémosles así, han desaparecido.
Están expuestas obras de su temprana producción junto a otras más recientes. Entre las más antiguas nos encontramos con unas cabezas de arcilla modeladas con las manos que nos ponen en contacto con el origen del arte. Las más recientes constituyen unas estructuras que parecen una especie de tótems y así es como el autor los denomina. Esos tótems realizados con barro y ladrillos, siendo tan solo parcialmente figurativos, nos conectan directamente con las obras totémicas de los pueblos aborígenes de Australia, África o Mesoamérica, siendo también un trabajo que puede situarse en la línea de los diversos constructivismos europeos y norteamericanos. No olvidemos que Barceló ha afirmado en más de una ocasión que para él no existen diferencias entre la pintura y la cerámica. Ambas tratan de trasmutar la materia. Más aún, el barro es un material tan dúctil que, dicho con sus propias palabras, puede recoger «tanto una hostia como una caricia».
La naturaleza y la cultura siempre forman parte de su obra, pero no de una manera general o intelectual. La naturaleza que rodea a las personas y la cultura que producen, así como los instrumentos creados por esas tempranas comunidades, son visibles en todas las piezas, pero más claramente en algunas grandes vasijas pintadas y agrietadas que parecen haber sobrevivido al tiempo, al abandono, a las guerras o las catástrofes telúricas. No se trata de trabajos decorativos o suntuarios, aunque la belleza de muchos de ellos sea desbordante. Hablamos de una obra intensamente espiritual, en cualquiera de las acepciones que usemos de esa palabra, salvo en la religiosa. Esta última observación no es banal. Recordemos el mural que realizó para una capilla de la catedral de Mallorca (2001-2006) y de paso la absurda polémica que provocó. El artista declaró que, a pesar de trabajar en un templo católico, él se consideraba anticlerical y ateo. Dos condiciones que nada tenían que ver con el arte y que, sin embargo, contaminaron el debate acerca de la calidad estética de su obra. Se generaron numerosas críticas… no teológicas. Posteriormente en 2008 realizó la cúpula de la sala de los derechos humanos en el Palacio de las Naciones en Ginebra, Suiza. Una obra atrevida y generadora de críticas y dudas, no tanto acerca de su valor estético, como de su estabilidad física. Al igual que los galos de la famosa aldea, los representantes políticos temían que se desplomara el cielo sobre sus cabezas. No ha sucedido cuando estas líneas se escriben.
Todo el trabajo de Barceló destaca por la acertada integración de técnicas y motivos ancestrales del arte con la abstracción más compleja y vanguardista de la expresión contemporánea. En pocos artistas como en él se observa la integración y continuidad del arte parietal paleolítico y las innovaciones de artistas como Picasso. La exposición de La Pedrera muestra la unidad profunda que existe entre varios –figurativismo, constructivismo y abstracción– e importantes estilos artísticos de la humanidad; así como la unidad lógica de todos los elementos materiales con los que se elaboran: arcilla, ceniza, óleo, pigmentos, esqueletos, plantas, y también productos de desecho. Todo ello ha encontrado un lugar en su trabajo.
Resulta asombroso que pueda hacerse, como ocurre con Barceló, una obra artística desde una enorme visceralidad siendo al tiempo, tan racional y coherente.
La exposición lleva el poco acertado título de 'Todos somos griegos'. Y berlineses y ucranianos y pekineses y musulmanes… una metáfora ya desprovista de compromiso alguno. Se nos murió, como a Rocío Jurado, el amor de tanto usarlo. Más parece una pose cultural ya que está tomada de un texto de Shelley, el poeta romántico inglés, que nada tiene que ver con la exposición. La cerámica griega es importante, pero de igual manera lo son la cretense, la inca, la india o la dogón… como es aquí el caso.
Más de cien piezas forman parte de la muestra más completa realizada hasta ahora de la cerámica llevada a cabo por Barceló. En La Pedrera lucen particularmente bien debido a un acertado comisariado. En esos jarrones aparecen con frecuencia plantas, flores, peces y otros variados animales. Ver esos motivos biológicos y orgánicos tan de su gusto en esa su casa, que hoy es también la de todos, hubiera dejado a Gaudí muy satisfecho.
La cerámica es barro, agua, pigmentos y trabajo humano. Es dura y blanda. Húmeda y seca. Siempre frágil. ¿Hay mejor metáfora de lo humano? Afirma el artista que cuando los imperios se desploman siempre persisten fragmentos de cerámica. Lo sencillo, lo humilde, lo que nadie quiere saquear o robar, es lo que perdura convirtiéndose en la expresión genuina de una sociedad y una cultura.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
Clara Alba y José A. González
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