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Una historia más o menos apócrifa, cuyo origen puede trazarse hasta llegar a Goethe, decía que todos los cables y cabos de un buque de vela de la armada británica, del más grueso al más fino, llevaban en su interior un hilo rojo que identifica a cada cable y cabo como propiedad de la armada británica. El libro de Eduardo Gruber, 'El hombre como animal de compañía. Reflexiones, aforismos y miradas subversivas' tiene su hilo rojo que une los cuadernillos, un hilo que la encuadernación a la suiza obliga al lector a ver, un hilo que rima con la cubierta, en la que destaca la rotunda nariz roja de payaso que adorna una cara dibujada con lapicero, y rima con la segunda de cubierta, que es también roja. Lo que fija la mirada del lector en este libro, es decir, la cubierta, la segunda de cubierta, y el cosido de los cuadernillos, que se ve al abrir la cubierta, pero que nunca se ve en una encuadernación tradicional, son los síntomas de la intensidad de la vida que se oculta, que pasa inadvertida o acaso se malinterpreta. El rojo, según Juan Eduardo Cirlot, es «el color de los sentidos vivos y ardientes». Ese conjunto de elementos descrito teje un pensamiento que no se enuncia, un pensamiento para la mirada, quizá, paradójicamente invisible, y a la vez demasiado evidente, una reflexión que debe quedar reservada al fuero íntimo de la experiencia de cada lector. La comparación concluye aquí, el libro de Eduardo Gruber no pertenece a ningún dominio del orden social reglado. Pertenece al libre juego de la imaginación.
Autor Eduardo Gruber
Editorial R&R Ediciones, 2024.
Precio 25 euros
El hombre es animal de compañía, así lo anuncia el título del libro, pero la asociación inmediata del título con lo que no hace tanto tiempo se conocía con el veterano galicismo de 'mascota' no debe impedir apreciar la sociabilidad que hace humano al ser humano: su necesidad de compañía. A esta condición de la sociabilidad humana la acompañan reflexiones, aforismos y mentiras subversivas.
La encuadernación a la suiza con la que se ha manufacturado el libro tiene su utilidad: el libro puede abrirse de par en par sin que sufran las costuras que unen los cuadernillos, y sin que sufra el lomo ni se desgarren las guardas. Abrir así el libro, sin la rigidez de la encuadernación tradicional, permite desplegar dos páginas en el mismo plano. Una vez abierto el libro por el lugar deseado, puede dejarse sobre la mesa o sobre el atril, y puede prestarse atención, a sabor del lector, a la disposición tipográfica de la frase, que flota en el espacio blanco de la página como flotaba originalmente en el éter de la conciencia del autor, al brotar como una reflexión sin anclaje evidente. El libro lo enriquecen cuatro familias tipográficas diferentes y varios cuerpos para cada fuente. Un pensamiento puede crecer de tamaño hasta gritar su importancia cuando se extiende a través de dos páginas enfrentadas: «Desearía vivir hasta que / no me importara morir»; o pasan, como de puntillas, de forma que apenas ocupan un rincón poco observado de la página o de la conciencia: «Pedir disculpas es un modo de ser valiente».
Las reflexiones pueden agruparse, pueden juntarse varias en una página, o puede quedarse una de ellas aislada en la solemne soledad de la página. Así dispuestas, parecen representar una metáfora del tiempo: llegan en racimos o se distancian entre ellas como si una sola anunciara la augusta importancia del planeta que brilla con luz propia.
Pudiera parecer que el libro así descrito es obra de pintor, un libro de aforismos y pensamientos para ver. No es del todo así. No es eso todo. Lo anterior, sencillamente, prepara al lector para extraer, con la ayuda de una clase concreta de mirada, el mejor sentido posible de la práctica de la lectura. La lectura misma es un acto incondicionado. Los elementos que dan forma a la lectura deben tenerse muy en cuenta al leer este libro, pero la lectura sobrenada las condiciones materiales que hacen posible el libro. Después de todo, en un libro de esta singular naturaleza es importante la actitud del lector, su disposición de ánimo, su inclinación a participar en el juego.
El autor mide con cuidado los ritmos de aparición de los pensamientos, de los apuntes intensos o trágicos, de los momentos subversivos, de las distensiones que toda obra necesita para no ahogarse en un sentimiento único. «Reconozcámoslo, la jirafa es un ejemplo de mal diseño. Está preparada para comer, pero no para beber». Desde el punto de vista teológico, la creación no supo acertar. Desde el punto de vista científico, la evolución ha creado un animal disfuncional. El lector puede elegir. Las reflexiones traducen a su condensada estilización estados de ánimo, hallazgos y sorpresas. Y las páginas del libro invitan a la mirada reflexiva.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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