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En la novela se habla, textual, de «ocupar un mayor espacio en el mundo». «Recuerdo las huellas, las caras sucias de los niños, el cielo como un pelaje de oso donde nada era visible y, más abajo, la calle llena de sapos entre las plumas. Un paisaje invoca a otro, dicen. Una catástrofe natural, por más cruel que sea, trae consigo la resurrección. Noa y yo conocíamos ese ciclo: el de la belleza que surge del fondo del desastre, reptando, como si cargara piedras en el estómago. Siempre fue así en el vientre bravo del territorio. Aquí todos escuchan truenos de tierra y bramidos de monte, aguantan el equilibrio sobre un suelo que cabalga, jadea y muerde huesos. La boca de los enjambres, lo llaman, el sitio de los derrumbes». Su escritura es sensual y sensorial, sí, pero sobre todo, posee la textura de quien parece sangrar las palabras. Hay algo que rezuma audacia, un paso salvaje tras otro primario, con aroma a lo primitivo y sensación de vértigo.
Es una escritura aferrada a la tierra o un fragmento de historias abonado por lo telúrico. La ecuatoriana Mónica Ojeda escribe como si trazara un mapa desbordante de señales, al límite, entre la invocación y la fusión de tiempos y lugares. Ritmo y lírica, simbolismo y metáforas, aquí también, música y danza. 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol' (Literatura Random House) es como un ascenso primitivo al cielo de un volcán interior. Búsqueda, celebración, miedo, asombro, estética y conmoción.
Autor Mónica Ojeda
Editorial Random House, 2024
Páginas 288
Precio 18,90 euros
La identidad, el asidero, la referencia afectiva, el vínculo necesario son el horizonte. En el camino algo gira y gira, también el lenguaje, frente al desamparo. La autora de 'la novela Mandíbula' y del poemario 'El ciclo de las piedras' prende fuegos nada artificiales y todo arde. Una visceral mezcla de violencia, reflexión, distopía y lucidez que zarandea la perturbación y lo alucinado. Tras esta densa vorágine la narradora de Guayaquil plantea una historia en torno a un macrofestival popular que anualmente congrega a miles de jóvenes, entre músicos, bailarines, poetas y chamanes, a los pies de uno de los numerosos volcanes de los Andes. Tras esa experiencia se halla también el trayecto en busca del padre y la existencia de un territorio que esconde otra manera de estar en el mundo.
De hecho, en los libros de Ojeda (Ecuador, 1988), de 'La desfiguración Silva' al volumen de relatos 'Las voladoras', a cada referencia geográfica, a cada emoción, le corresponde una manera de contar y contarse. En 'Chamanes...' la lava del inconsciente impregna este retrato de Noa, la adolescente que emprende una huida con su mejor amiga, para asistir a ese macrofestival junto al volcán de los Andes.
Afincada en España, la escritora fluye a través de un caudal con meandros coloniales, el norte y el sur, ese gótico andino del que se ha hablado a la hora de etiquetar a Mónica Ojeda, en paralelo a las connotaciones y afinidades de autoras como la argentina Mariana Enríquez y la mexicana Fernanda Melchor. Territorialidad y paisaje, volcanes, manglares, ríos…
Fluyen sus palabras y, desde la sinestesia al deseo, la obra crece, se funde y se fragmenta hasta conformar una mirada lisérgica desde lo literario, desde la intensidad gozosa de explorar y diseccionar la vida a través de la escritura.
Esa que, según ha subrayado la autora durante la promoción de la obra que vio la luz el pasado mes, tiene que ser «un acto de exploración y la exploración puede tener sus riesgos, sus variaciones de terreno. No me gusta simplificar cosas que está bien que sean complejas. La complejidad existe, tiene su cuerpo, su fisicidad, y no me gusta imponerla, pero tampoco borrarla cuando está».
Su inmersión en lo oscuro, el horror no como barrerra sino como necesaria experiencia para adentrarse en lo incómodo, está presente en su literatura, siempre defensora de que hay que mirar más allá y más lejos de lo que supone el dolor de cada uno. Mónica Ojeda recuerda en su libro, la famosa frase del naturalista Alexander von Humboldt: «Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste».
Rave y rito se aúnan en una narración que pide dejarse llevar. Irregular por desbordante, poética en sus incesantes imágenes poderosas, la novela solo puede ser asumida por el lector, desde el pacto de un viaje con final o sin él. El magma es una ecuación de imaginería, misticismo y telúrica manifestación de lo literario.
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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