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Lola Mascarell (Valencia, 1979) es periodista y profesora de Lengua Castellana y Literatura. Es autora de los libros de poemas 'Mecánica del prodigio' (2010), 'Mientras la luz' (2013, Premio Internacional de Poesía Emilio Prados y Premio Alcalá de Poesía), 'Un vaso de agua' (2018), todos ellos publicados en la editorial Pre-Textos, y 'Préstame tu voz' (Tusquets Editores, 2024). Muchos de sus poemas han sido recogidos en diversas revistas y antología. Debutó en la novela con una autoficción 'Nosotras ya no estaremos' (Tusquets Editores 2021), contada en tres tiempos: la niña, la adolescente y la mujer adulta. Publica además artículos críticos en distintos medios de comunicación, suplementos literarios y en su propio blog.
Autora Lola Mascarell
Editorial Tusquets
Precio 15,00 euros
Su poesía, de línea clara y de tono reflexivo, se integra dentro de una tradición levantina en la que podemos citar a poetas como Francisco Brines, Antonio Cabrera, Carlos Marzal, Vicente Gallego, Miguel Ángel Velasco, Antonio Moreno, Eloy Sánchez Rosillo, José Saborit o el pintor ... Ramón Gaya. Como en estos autores, en Mascarell se conjugan la contemplación de la naturaleza con la celebración, celebración no de cosas extraordinarias, sino de lo cotidiano. Claro está que, como escribió Baudelaire en el epígrafe de 'Las ninfas', no se puede ser sublime sin interrupción, y encontramos en su poesía también momentos elegiacos en los que prevalece la nostalgia, sobre todo cuando la rememoración se interna en el tiempo de la infancia y se hace recuento de las pérdidas.
De hecho, 'Préstame tu voz', título tomado de una cita de 'El infinito en un junco' de Irene Vallejo que se refiere a la llamada que hacían los muertos a los vivos a través de inscripciones funerarias y Lola Mascarell lo recrea en estos versos del último poema del libro: «Son las voces de hombres y mujeres / que ya no están aquí, pero que hablan / a través de los vivos con sus juegos, / sus formas de reír o de marcharse».
Pero, aunque los muertos estén presentes, en este libro prevalece la vida, una nueva vida que afianza la propia identidad ―–«Voy contando las vueltas y entre tanto / imagino tu cuerpo / flotando entre las aguas de mí misma / que flotan a su vez en este líquido / del tiempo que no pasa»–― y que pone en marcha los resortes del poema: «A salvo ya del mundo y sus fantasmas, / sin miedo a la intemperie, / donde solo resuenan los acordes / que escribe el pensamiento, / comprende que la casa es el poema, / aprende que el refugio es la canción». La casa como lo opuesto a la intemperie, como lugar donde anclan los recuerdos, como símbolo de lo que permanece en la memoria, como plenitud existencial: «El día ha terminado y nuestro hogar / prolonga en su quietud / un minuto de dicha sin dolor». Con esta sencillez expresiva, Mascarell enaltece lo cotidiano, el mero hecho de vivir. Solo es necesario apreciar lo que tenemos al lado: «Feliz es lo cercano, / lo nuestro, esta mañana / donde miro tus dedos/ cocinando despacio las verduras / que vendrán a ofrecerme / unas horas más tarde / lo mismo que tu piel». La mirada tiene una importancia capital en esta poesía de la contemplación, contemplación sosegada que se detiene en lo más nimio, pero no menos trascendente: «Debajo de las cosas / que vemos con los ojos, / hay otras que no pueden explicarse / y son las que sujetan / la vida en su latido / sin voz y sin contorno», pero también en el entorno, en una naturaleza que no se puede desligar del modo de vida de la autora, a quien gusta caminar y disfrutar de los dones que le brinda. El mundo que recrean los poemas de Mascarell es un mundo que parece estar bien hecho, es como una isla de plenitud que se disfruta con fruición, pero con humidad, sin alharacas: «Fue un sábado de octubre en la mañana, / tan perfecto era todo, / que hasta yo comprendí por un momento: / aquello era en verdad el paraíso». Paralela a esta celebración vital, en algunos poemas se cuestiona la capacidad de las palabras para trasmitir el milagro, la maravilla de la vida o la restauración de lo perdido: «el eco en que se engarzan las palabras / que tratan de atrapar / aquello que se fue sin decir nada», pese a ello, la poesía es, para la autora, «cuidar un jardín / donde solo germina lo que muere».
La claridad expresiva de los poemas de Mascarell no oculta un trasfondo de incertidumbre ontológica, de la misma forma que el desdoblamiento del personaje poético patente en algunos poemas acredita la preocupación por el paso del tiempo. Son contrastes que enriquecen aún más esta poesía de lo cotidiano, que celebra una nueva vida y el amor como forma de conocimiento mutuo.
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