Neruda: Carne, verbo y verso

Si como definía este verano en Santander Olvido García Valdés «un poema es un lugar raro donde se guarda la vida», en la poesía de Pablo Neruda caben muchas vidas. En este 2023 se conmemoran los 50 años de su muerte, pero también 90 años de una de sus cumbres, 'Residencia en la tierra' y un siglo de 'Crepusculario'. El 23 de septiembre de 1973 el poeta chileno fallecía de forma sospechosa. Durante décadas, se creyó que había muerto debido al cáncer que arrastraba desde 1969, pero desde 2011 las investigaciones apuntan que fue envenenado por la dictadura de Augusto Pinochet.

El aniversario de su muerte, no obstante, ha propiciado que, al margen de su talento y de la inmensa universalidad de su escritura poética, hayan vuelto las sombras en torno a su figura. La polémica política ligada al Nobel (de la que se hace eco en estas páginas Javier Menéndez Llamazares) envolvió muchos de sus pasos, decisiones y la mirada crítica de muchos sectores. Y en los últimos tiempos su trayectoria se ha puesto en entredicho por episodios que aluden a la violación de una mujer en Sri Lanka y el abandono de su única hija, que padecía hidrocefalia. Neruda, que presenció buena parte de las grandes desdichas y males de la pasada centuria, reflejó su honda reflexión en 'Fin de mundo'.

En una entrevista con la periodista Rita Guibert declaraba en esa última etapa de su vida, como recoge la Fundación del poeta, que a pesar de lo negro con que pintaba el futuro, había un toque de esperanza: «Digo allí que si a través de los vuelos espaciales nos tocara buscar otro planeta, siempre volveríamos a este planeta podrido y magnífico que se llama Tierra, donde seguiremos viviendo, donde seguirán viviendo los seres humanos». Y añadía: «Yo no creo en la salvación del alma y en todas esas cosas místicas que son ajenas a mí, sino en la salvación de la vida, en la preservación de lo más importante que existe que es el ser humano». El poeta que, concluyó su apocalíptico 'Fin de mundo' con versos como: «Me morí con todos los muertos, / por eso puedo revivir (…) Uno más entre los mortales, / profetizo sin vacilar / que a pesar de este fin de mundo / sobrevive el hombre infinito», declaró a menudo que no podía ser hombre sin el hombre: él era parte inseparable del colectivo humano.

Su vida era la vida del pueblo y eso le otorgaba algo parecido a la inmortalidad. En un artículo reciente del crítico y periodista Matías Rivas, del que se hace eco la Fundación en su página web, señala que «la vida de Neruda está plagada de canalladas. Sin embargo, no se puede obviar su importancia meridiana para la lengua española. Sus obras definitivas: 'Veinte poemas de amor y una canción desesperada' y 'Residencia en la tierra' modificaron el idioma. Delineó nuestra identidad y el paisaje que observamos: desde las cordilleras hasta las plantas y animales. Parte de la historia del siglo XX es difícil de comprender sin su influencia a nivel político y estético. Fue decisivo para autores como Gabriel García Márquez o Elizabeth Bishop».

Y añade: «Juzgar a un escritor por episodios de su biografía es un ejercicio de barbarie cultural con precedentes nefastos en la historia, en especial cuando funcionaba la Inquisición. No obstante, se continúa con estas prácticas en nombre del bien, de un futuro sin abusos, lo que implica la censura de protagonistas del pasado en un acto de una justicia póstuma. Neruda fue borrado de la conmemoración de los 50 años del Golpe, pese a que murió pocos días después y era un tipo gravitante en la cultura en plena Unidad Popular. Hacerlo fue un acto de ineptitud, una ofensa en nombre de la justicia moral, que aconteció justo después de que la justicia declarara que su muerte no había sido articulada por una conspiración política».... (...) En el articulo añade: «Las fechorías de Neruda consisten en dedicarle una 'Oda a Stalin', confesar tropelías sexuales y abandonar a una hija enferma. Son vilezas, qué duda cabe. Pero no deben confundirse ni opacar sus aciertos como poeta al describir la naturaleza y el amor.

Pocos han logrado conmover a tantas generaciones con versos llenos de ambigüedad y pasión». Rivas considera que «al leer a Neruda es difícil encontrar al monstruo, a su caricatura. Con lo primero que uno se topa es con la melancolía de un hombre quebrado por dentro, preso de emociones lúgubres, conocedor de la soledad en su raíz más honda, la que conduce a la muerte». Y concluye: «Olvidar a Neruda es una postura frívola.(...) Era un hombre exagerado y egocéntrico. Su vida privada continúa siendo auscultada y sus libros circulan más allá de lo predecible. Me inclino por profundizar su lectura en vez de eludirlo. Forjó el lenguaje con el que todavía hablamos. Lo expandió con maestría. La belleza que prodigó es extensa y variada. Supeditarla a sus incorrecciones en vida no tiene destino».

Lo cierto es que no han dejado de sucederse los estudios y ediciones de la obra del poeta, reflejo de la dimensión de la trayectoria del escritor chileno y universal, pero esta conmemoración queda marcada por los acontecimientos que envolvieron su muerte y por el citado episodio acontecido cuando entre 1928 y 1930 fue cónsul de Chile en Ceilán, actual Sri Lanka. De este modo el poeta permanece en el punto de la mira de la cultura de la cancelación luego de que se rescatara el reconocimiento que hace el poeta de haber violado a una mujer. El autor dedicó unos párrafos a ese abuso sexual en 'Confieso que he vivido' (1974), revisado en los últimos años a la luz del movimiento #MeToo.

Y, del otro lado, durante años la versión oficial de la muerte de Neruda fue que había fallecido a consecuencia de la complicación del cáncer que lo aquejaba. Desde hace una década larga, no obstante, se ha mantenido una investigación judicial una vez que su exchófer, Manuel Araya, relatara que el escritor pudo ser envenenado. El pasado mes de de febrero el informe pericial, realizado por expertos internacionales, constataba que se ha encontrado una bactería botulínica que estaba en su cuerpo en el momento de su muerte. Este hallazgo demostraría que el Nobel fue infectado por agentes del Estado, doce días después del golpe de Pinochet en 1973.

Poesía y compromiso político se funden en Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto,que adoptó el pseudónimo de Pablo Neruda. Mito y literatura están entrelazados no solo hasta el final, sino hasta en las evocaciones, perfiles y acercamientos desiguales que acompañana su legado. Precisamente en en 'Confieso que he vivido' cabe el autorretrato que merece su cita: «Un hombre común a veces dolorido y a veces alegre, un hombre que entra con vosotros a los bosques y a las bibliotecas, a los mítines populares y a los sitios secretos del corazón».

El 21 de octubre de 1971, siendo embajador en Francia, Neruda recibió el Nobel por «ser autor de una poesía que, con la acción de una fuerza elemental, da vida al destino y los sueños de un Continente». En su emocional apología a una poesía comprometida y vinculada con la Humanidad proclamaba que «el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia, dignidad a todos los hombres». Tres películas y varios documentales han retratado su figura. La más popular: 'El cartero (y Pablo Neruda)', de Michael Radford. Y 'Ardiente paciencia', libro y filme de Antonio Skármeta.

Pablo Neruda nunca estuvo en Santander. Pero entre los años 34 y 36, periodo en el que permaneció en España, estableció una serie de relaciones con Cantabria a través de ilustres santanderinos, caso de Santiago Ontañón, Gerardo Diego y José María de Cossío. El investigador y estudioso cántabro Gunther Castanedo, fruto de su querencia por la obra y la figura universal de Neruda, reunió hace dos décadas en un volumen los vínculos del autor de 'Residencia en la tierra' con la figura del intelectual, erudito y polígrafo Cossío y la de otro gran poeta español Miguel Hernández, bajo el epígrafe 'Un triángulo literario.' En la gran revista literaria santanderina del siglo XX, 'Peña Labra' de Pity Cantalapiedra, autores hispanoamericanos tuvieron presencia sus 68 números. Fue el caso de Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda y Octavio Paz,

Gunter Castanedo Pfeiffer, nerudólogo de prestigio reconocido, es autor también de una obra curiosa sobre Neruda y los barcos, que editó la Autoridad Potuaria; o entre la catalogación y el diccionario, del proyecto 'Personario', a modo de itinerario singular de la trayectoria vital y la hoja de ruta poética y humana del poeta. En la Biblioteca Central digirió una exposición 'Adelante, Pablo Neruda'. A su juicio, era un poeta que transmite «vitalidad, veracidad, amor, amistad, originalidad, belleza, humanidad...».

A comienzos del pasado año, la Academia Sueca desclasificó las actas del premio Nobel de Literatura de 1971, lo que provocó algunas sorpresas. Para empezar, confirmó la intención de los académicos de reconocer la importancia creciente de los creadores latinoamericanos, pero también desmontó la versión maliciosa que había corrido hasta entonces, que aseguraba que los finalistas absolutos habían sido Jorge Luis Borges y Pablo Neruda. Es decir, más leña al fuego de un enfrentamiento personal que duraba décadas y que había dejado perlas como la del argentino –el que se quedó sin el Nobel, claro– llamando «mezquino» y «mala persona» al chileno.

La realidad, sin embargo, sería muy diferente, pero no más prosaica. Según se desprende de la documentación, ese combate singular nunca tuvo lugar, ni siquiera por jurado interpuesto. Los verdaderos finalistas serían W.H. Auden y Patrick White, empatados a votos por el segundo puesto.

La elección de Neruda no sería sin embargo tarea fácil. Y no exactamente por su declarada filiación comunista, sino en concreto por borrón de su expediente: los versos que, tras la muerte de Stalin, dedicase al dictador. Y es que, a pesar de que en aquellos años continuaba la Guerra Fría, los oscuros secretos del estalinismo ya habían sido aireados, incluso desde el bando soviético.

¿Qué había ocurrido? Afirmaba Borges que Neruda, mientras escribió sobre el amor, había sido «un poeta bastante módico», pero que luego «se sintió arrebatado por sus opiniones». Un cambio que se produjo durante la Guerra Civil española, cuando ejercía como cónsul de su país en Madrid. Allí se despertó su conciencia política, y el despreocupado intelectual que disfrutaba de la vida en la célebre Casa de las Flores dejó paso al Poeta del Pueblo.

Aplicando a Hispanoamérica el realismo socialista propugnado por los soviéticos, en un par de décadas el chileno alcanzó celebridad a ambos lados del telón de acero. Era, en la terminología de Stalin, un «ingeniero del alma», y cuando el dictador falleció, en 1953, le dedicó una elegía, que recorrió todo el mundo, y hasta recibió el 'Premio Stalin' de la Asociación de Escritores Soviéticos.

Por supuesto, Neruda no fue el único escritor que cayó en la trampa del culto a la personalidad. Pero tampoco de los últimos en retractarse. Porque, en pleno revisionismo, aquel poema era una pesada losa. De su 'Oda a Stalin' sólo pudo redimirle su posterior distanciamiento del estalinismo, especialmente en patente en 'Fin del mundo', publicado en 1969.

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