
Secciones
Servicios
Destacamos
¿Qué es una novela? Una novela es el lugar natural de la verosimilitud. La palabra 'verosimilitud' tal vez conduce a error porque al componerse de la noción de verdad y de similitud da la impresión de que verosímil es lo que solo parece verdadero sin llegar a serlo. En el presente siglo todos hemos sido hechizados con excesiva frecuencia por las reverberaciones nominales de las palabras y la reverberación más curiosa de similitud es aquella que sugiere justo lo contrario de lo que literalmente significa: similitud sugiera falta de similitud.
Como si decir que una cosa se parece a otra fuera una manera de subrayar más lo que las diferencia de lo que las une pero, en rigor, cuando decimos que un relato es verosímil queremos decir que casi es verdadero de verdad o que se aproxima mucho a la verdad. El relato es el lugar de la verosimilitud en el mismo sentido en que el lugar de la verdad es el juicio. El conjunto de juicios que constituye el discurso verdadero es formalmente idéntico al conjunto de juicios que constituye el discurso verosímil. La única diferencia entre ambos procede de su relación con lo real.
En el discurso verdadero tiene que acabar por producirse siempre lo que llamaba San Buenaventura cogitatio cum assenssum, pensamiento con asentimiento. En el discurso verosímil (y en el discurso del ingenio) el asentimiento/disentimiento puede ser indefinidamente suspendido. Por eso el Doctor Iluminado habla aquí –con gran contemporaneidad filológica y lexicográfica— de nuda cogitatio: aquella que sigue toda la extensión de las palabras sin preocuparse de asentir a disentir. ¿No resulta esto de pronto, oh lector, oh lectora, un sumario premoderno de la descripción del acto de novelar y escribir una novela? Lo presentado en un relato como verosímil es lo mismo que en un discurso filosófico o psicológico se presentaría como verdadero, sólo que puesto en suspensión. La relación con la verdad sigue siendo la misma, solo falta el asentimiento del lector, del oyente. Y, por fin y por principio, el del propio narrador. Y ahora, una referencia autobiográfica que me parece indispensable. Se trata de una referencia a una de mis propias novelas, ya antigua, 'El metro de platino iridiado'.
En este relato, que primero se tituló 'Vida de Santa María Iridiada', y que ahora, en recuerdo a Sartre, se titula 'El metro de platino iridiado', se cuenta y recuenta una historia, un cuento, que sucede de verdad. (¿Está usted seguro, don Álvaro, que lo que sucede en esa su novela 'El metro de platino iridiado' ocurre, ocurrió u ocurrirá de verdad o, por el contrario, sólo es una ficción, sólo una verosímil ficción de lo que pasa o puede pasar en realidad en la vida humana?). ¡Atención aquí, sin embargo: a ningún historiador contemporáneo inteligente y serio se le ocurriría decir que la vida de Napoleón, sus amoríos o sus batallas o su estética en la corte puede ser verdad, haber sido así o puede no serlo y no haber sido así! En este caso, ante Napoleón Bonaparte un historiador serio no tiene más opción que aproximarse lo más que puede a lo que hubo, si es que puede.
Lo importante, para entender esa novela mía, evaluar su valor, dependerá de la verdad que virtualmente, en suspensión, contenga. La verosimilitud contiene la verdad en suspensión. No es, pues, un ensayo psicológico o histórico de personajes realmente existentes, sino que todo lo que pasa bajo la especie de verosimilitud. Esta novela puede considerarse, sin embargo (¿es esto que voy a decir a continuación una trapacería?), como el primer momento de una prueba ontológica: si Dios es posible y pensable y, como dicen, perfecto, entonces Dios existe, tiene forzosamente que existir, quiéralo o no quien piensa en Dios. El argumento ontológico de San Anselmo se ha considerado multisecularmente prueba de la existencia de Dios como el ser mayor que el cual nada puede pensarse, por lo tanto entre sus atributos incluiría la existencia. Todo novelista (o, por lo menos, este que lo es para no ponerme chulo o nos salga un novelista tontiastuto) es un ontologista en el sentido de San Anselmo de Canterbury.
Todo lo que puedo pensarlo, si es posible pensarlo, existe. El segundo momento sería el tránsito de la verosimilitud a la verdad: la exaltación de la similitud a su telos específico que es la unidad y que se rige por el principio de la identidad de los indiscernibles. Mi protagonista en 'El metro', que parecía ingenua y santa y acabó siendo santa. Speculum et aenygmate, sin duda, lo cortés no quita lo valiente. Ahora ya, como aquel personaje de 'Los cuadernos de Malte', de Rilke, no hace falta decir que era esto o aquello, porque, sobre todo, ante todo, existía.
Ilustración: Marc González Sala
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Melchor Sáiz-Pardo
Julio Arrieta, Gonzalo de las Heras (gráficos) e Isabel Toledo (gráficos)
Jon Garay e Isabel Toledo
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.