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Nuevas formas de existencia

Poesía ·

En su nuevo libro, 'Ademar', Ariadna G. García pondera los valores de la naturaleza, el recogimiento, la sencillez, la austeridad, el equilibrio, la serenidad y el amor

Viernes, 11 de abril 2025, 22:08

Amar con pasión, enamorarse de alguien, eso significa adamar, la palabra con la que Ariadna G. García ha titulado su más reciente entrega poética, y resulta perfectamente coherente con lo que se desprende de la lectura de sus versos en los que reflexiona, entre otros asuntos, sobre la sociedad actual, sobre la destrucción del mundo natural, sobre el desvanecimiento de los principios que, hasta fechas recientes, sustentaban nuestra existencia, sobre la función salvífica del amor o sobre el desencanto que amenaza a la propia poeta, testigo de cuanto sucede. La desolación parece adueñarse de su mente desde el primer poema –―«Llevo la imagen / de la desolación en las entrañas», escribe–, pero, por fortuna, esta sensación es esporádica y no tarda en asumir que, pese a la nada que nos espera, debe disfrutar del fulgor, por muy evanescente que este sea. Es en este instante cuando el amor, el enamoramiento y la pasión cobran toda su relevancia. Son los pilares que sustentan la existencia, un escudo contra todo el mal que proviene del exterior, como lo es también el huerto que cultivan en un descampado de la ciudad: «Dichosos quienes poseemos la llave de la plaza, / quienes franqueamos la verja que conduce / al paraíso oculto a la ciudad, / diamante de la tierra / y árboles frutales». Contemplar cómo la naturaleza, pese a todos los ultrajes que sufre, continúa su ciclo vital es un ejemplo de perseverancia y coherencia, virtudes que Ariadna G. García no duda en trasladar a su propia actitud ante la vida. El tópico grecolatino «menosprecio de corte y alabanza de aldea»―–expresado fundamentalmente por Horacio y Virgilio, que tanto han influido en nuestra poesía–―fue recreado en nuestras letras de forma magistral por Antonio de Guevara en el siglo XVI y, desde entonces, no han escaseado los autores que lo han difundido, pasando por fray Luis de León –traductor de Horacio–― y su 'Oda a la vida retirada', Góngora y sus 'Soledades', en las que ensalzan el bucolismo o Gracián, que encuentra el paraíso en una biblioteca, hasta nuestros días, como ocurre con el poema 'Locus amoenus', de la propia Ariadna: «No ambicionamos más / la charla en la sombra con los amigos, / la risa de los hijos cuando pisan un charco, / los besos que el sol riega estremecido, / la colorida fiesta de los frutos / colgados, y una mesa / de paz». No es el único tópico presente en 'Adamar'. Tras ese alegato moral contra las ambiciones que gobiernan la sociedad actual, Ariadna G. García, una poeta culta a la que no le asusta recurrir a la tradición para actualizarla, describe, a través del fugit irreparabele tempus virgiliano y del beatus ille horaciano, hilos emocionales que predominan en los poemas de 'Lecciones de ruinas', las heridas que las sucesivas ambiciones del ser humano han infligido a la naturaleza: «El paisaje extremo dirá mucho / de lo poco que hicimos por dejarles / en el mundo belleza. Nos cegó / la ambición, la avaricia. Nadie quiso / pensar en el futuro. Estaba lejos. // Y sobre todo, estaba en otras manos». La preocupación por el futuro no supone que Ariadna G. García se desentienda de lo inmediato, de las vivencias que experimenta al oír la risa de sus hijos o al observar sus primeros pasos, sin embargo, es consciente de la inexorabilidad de los ciclos vitales, y estos, en algún momento, la distanciarán físicamente de sus seres queridos, por eso trata de dejar un mensaje esperanzador: «Aunque el mundo, algún día, no cobije / al tiempo nuestros cuerpos, / caminaré contigo y seré sombra / de amor junto a tus pasos».

El contraste entre el esplendor de la cultura andalusí del siglo XI y la brutalidad provocada por el fanatismo religioso de llamado Estado Islámico en ... el XXI ocupa un largo poema en la sección 'Reverso del odio', pero no denuncia solo el contraste temporal entre siglos, sino el que se produce simultáneamente entre dos lugares del mundo no tan distantes espacialmente y, sin embargo, a años luz espiritualmente. No expone abstracciones, sino hechos reales.

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