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Ayn Rand escribió en 1943 'El manantial'. La novela que fue su mayor éxito editorial está protagonizada por un joven y brillante arquitecto, Howard Roark, que se enfrenta a lo establecido, abriendo una batalla individual contra la arquitectura tradicional, defendiendo su visión personal y ética.
No hay cruzadas entre los veteranos de la arquitectura cántabra y quienes van tomando el relevo, pero sí se percibe una común línea de trabajo que comparten los nuevos creadores de espacios urbanos, públicos y privados. Creadores premiados por sus proyectos, en los que confluyen aspectos como sostenibilidad, activismo, equilibrio e integración.
Dibujos, modelos, maquetas, textos, poesía… «La arquitectura es mucho más que ladrillos», defiende David Ceballos. Junto a Carlos Alberto Gómez forman desde hace una década Ceroarquitectura y son amigos desde mucho antes. Completa el equipo Cris Vellido. Desde Torrelavega están abordando algunos de los grandes proyectos de la región, como la ambiciosa transformación del antiguo Banco de España que se convertirá en la sede del Museo Reina Sofía- Archivo Lafuente, en el que trabajan con el estudio Valuar, o la rehabilitación del MAS.
«Nuestros proyectos se definen por las necesidades y deseos de las personas que los van a habitar»
«Me interesa hacer una arquitectura que pertenezca al lugar, sin destacar sobre los demás, como en los pueblos»
«Tenemos los pies en la tierra, con sensibilidad medio ambiental y trabajando para una realidad social asequible»
«Siempre hemos partido de la prioridad de evitar los residuos innecesarios», dice Ceballos. Transformar los edificios de manera que sean beneficiosos para los ocupantes, la comunidad y la ecología. «Un punto fundamental en los nuevos modelos», añade Gómez.
Ante una arquitectura previa más pétrea y material, se reivindican nuevas formas de ocupar los espacios, modelos más naturales. «Nuestros proyectos se definen por las necesidades y deseos de las personas que los van a habitar», señala Ceballos.
Consideran que hay un antes y un después del 2007, inicio de la gran crisis, en cuanto a la posición del arquitecto respecto a la sociedad. Les tocó «bajar al barro» y juntarse con la gente. «La profesión se ha vuelto más democrática y más cercana a la sociedad; escuchamos más y estamos más en la calle, ya no existe la idolatración del título», en lo que consideran una evolución natural.
Antes, los arquitectos «de provincias», tenían muy restringido el acceso a los nuevos conocimientos y sistemas constructivos. Ahora mismo, «todos estamos en una relación muchísimo más directa», indica Gómez. La contra es que todo va mucho más rápido y hay menos tiempo para la reflexión: «hay proyectos que con cien años le dan mil vueltas a los actuales».
Una de las partes bonitas de su profesión, dicen, es educar. «Proponer al cliente lo que tú harías para ti es algo fundamental», según Ceballos. Con lo que edifican para la sociedad, esperan que el usuario entienda para qué se ha construido así. Del visitante de un museo a su personal de seguridad. «Que sean felices con lo que hemos hecho y hayan sabido comprender el por qué del proyecto en una simbiosis con nosotros». Como conclusión, algo que no cambia y que creen intergeneracional: «Los arquitectos somos arquitectos para siempre».
Hace un año, antes de arrancar su etapa en Asubio Arquitectura, Lara Bárcena fue premiada por un proyecto de vivienda en Escocia. Recibió el Green Housing, otorgado por The Herald Property Awards, un galardón nacional de arquitectura sostenible. Pero ella, lo que quiere de verdad, es ser la arquitecta del pueblo, en Cabezón de la Sal, donde vive y trabaja. «Dar un servicio a mi comunidad de la mejor calidad que pueda».
Lo que podría distinguir a Bárcena de otros profesionales, es según indica, la mirada. «Viene de un lugar de mucha investigación en el sitio que me dispongo a habitar, desde la pequeña a la gran escala de paisaje y ecología». Reflexiones que plasma en sus redes (@asubioarquitectura) con un fin también didáctico. Las dinámicas naturales y territoriales tienen un peso específico en sus proyectos. Tratar con la intimidad de las personas. Escuchar y atender a sus necesidades. Momentos de soledad y de comunión entre los habitantes. «El primer mes puede ser solo para eso», detalla sobre su método. «Si adoran el lugar en el que viven, lo van a cuidar siempre».
«Me interesa hacer una arquitectura que pertenezca al lugar». No con una concepción romántica de regreso al pasado, sino «una aplicación contemporánea de métodos que responde al momento que vivimos», pero a través de los materiales, acabados, geometrías y proporciones, no destacan sobre lo demás. «Como vemos en los pueblos».
En el estudio Gurea, que también lleva un año de andadura, sus socios, Darío Cobo, Jaime Martínez y Jon Ugarte junto a Gregorio Izquierdo, sumado al equipo, se integran bajo el formato de una cooperativa, lo que ya de por sí es un rasgo diferenciador. Una sociedad con una estructura horizontal, en la que todos los miembros estén comprometidos con el proyecto profesional. En cuanto a sus trabajos, aspiran a «tener los pies en la tierra», detalla Cobo, «siendo conscientes de la realidad, con sensibilidad medioambiental e intentando trabajar para una realidad social asequible, controlando bien los presupuestos y no haciendo arquitectura espectáculo». Rigor técnico para la gente de a pie.
Trabajan sobre todo en Cantabria y País Vasco. Han sido premiados por el Colegio de Arquitectos de Cantabria en la categoría de Nueva Residencia por su proyecto de vivienda Navajeda (Entrambasaguas), en la que también trabajó el arquitecto Néstor Gutiérrez y han recibido el Premio Peña Ganchegui a la Joven Arquitectura Vasca. Una señal de que van «en buen camino».
Cobo valora una definición de arquitectura de quienes les precedieron como «el marco espacial donde se intensifica la vida». Eso es lo que tratan de lograr; establecer una calidad espacial que haga que los usuarios estén a gusto. «Es algo muy primario, que tiene que ver con tener una ventana con buenas vistas, libertad de movimiento, que te sientas cómodo». Muchas veces, añade, «por el poso de la burbuja inmobiliaria, la gente piensa que la arquitectura es algo mayúsculo, con edificios singulares, pero creemos más en la arquitectura del día a día». Esa que «permite que la calle esté sombreada en verano, le llegue el rayo de sol en invierno y pueda crecer vida en sus espacios».
Al frente del Colegio de Arquitectos de Cantabria, Moisés Castro considera que, más que un cambio respecto a generaciones previa, hoy por hoy confluyen las condiciones para que se produzca ese enfoque común entre los profesionales más jóvenes. «Hay mayor difusión en general de la arquitectura –dice– La nueva generación lo tiene muy interiorizado; hay mayor visibilidad, incluso los ayuntamientos, cada vez que dan una licencia, aunque sea privada, lo sacan como noticia», cita como ejemplo.
Entre los veteranos de la arquitectura cántabra y las nuevas generaciones «siempre tienes la sensación de que ellos ven cosas que tú no ves y a ellos les ves cometer errores que tú ya cometiste; como entre padres e hijos» bromea. Sin toda la historia de la arquitectura española desde los 50 en adelante, «que además ha sido una época fantástica, la de ahora no tendría sustento», añade.
Cita a Mies van der Rohe quien afirmaba que la arquitectura es la expresión de su época. «Es innegociable que, como arquitecto, nunca haces una obra solo; necesitas el entorno, un cliente con una necesidad que atiendes, los medios técnicos del momento... Reflejas la época no por una moda, sino porque tiene una parte de esfuerzo colectivo que es permanente».
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