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«No me he encontrado mejor en mi vida, la verdad», dice Carlos Goñi (Madrid, 1961), para añadir entre risas, «aunque tampoco era muy difícil». Desde su casa, en un pueblecito «muy pequeñín» de la Sierra de Guadarrama se da cuenta, mientras habla, de que está a apenas algo más de tres horas de Santander. En la capital cántabra sonará su característica voz, esta tarde, en Casyc (20.00 horas). Y lo hará con las canciones de su último trabajo, 'Playlist'. Hace apenas un mes que se publicó este nuevo disco que fue un arrebato, un arranque repentino que convirtió en proyecto y que tiene una curiosidad: las canciones que lo integran, son de otros. Así, en la voz de Goñi se pueden escuchar 'Azul', de Elefantes, 'Lady Madrid', de Pereza, 'Cómo hablar', de Amaral o 'El equilibrio es imposible', de Iván Ferreiro. Así hasta once temas elegidos por un criterio puramente visceral: «me emocionan».
La gira comenzó hace una semana en Vigo y Ferrol. En el primero, inicio del tour, lo pasó un poco peor por los nervios. «Es algo que no se va. De hecho, yo creo que va a peor», dice, a pesar de la veteranía. El disco anterior, 'Adictos a la euforia', tuvo «muy buenas críticas», y con 'Playlist' «veo como más interés, lo cual es algo curioso».
«Para mí era…iba a decir responsabilidad, pero como estoy harto de que los políticos revienten esa palabra, ya no la uso –argumenta– La cuestión es que son canciones que me fascinan». La motivación que arranca el deseo de hacer la versión de una composición ya existente suele ser «tener algo que contar, distinto a lo que pensó el autor de la canción», pero en su caso, fue esa fascinación que menciona el motor para transformarlas en propias. «Quería disfrutarlas y lo único que me jode es que no las he escrito yo».
Cuando su trabajo anterior llevaba tres meses publicado, llamó a su manager «que es de todo menos mi amante» y le comunicó que estaba decidido a hacer un disco de versiones, frente al plan inicial de seguir de gira durante un año antes de entrar a grabar el siguiente álbum. Y así fue. «Es uno de los discos de los que más rápido he grabado en mi vida», incide.
El cantante se reconoce «talibán confeso» en un aspecto del proceso creativo: «No voy a cambiar ni una coma en la melodía de voz, porque eso sería una falta de respeto; hay una persona que se ha pasado semanas dando vueltas hasta decidir que esa es la que tiene que ir con la canción». Defiende así el valor de la personal e intimista labor compositiva y añade: «Lo que sí que hago es intentar que me quede bien el traje de otros».
Carlos Goñi tiene un hijo biológico y una hija adoptada, «y les quiero igual», afirma. «Pues este es el mejor ejemplo que puedo poner; a estas canciones las he tratado y las quiero igual que a las mías». Entre las suyas, 'El roce de tu piel', 'Si es tan solo amor', 'Faro de Lisboa' o 'Esclavo de tu amor', por mencionar solo algunos ejemplos, han calado desde hace décadas entre el público de un género que resiste sin necesidad de reinventarse.
Menciona a los arreglistas, los cuales, cuando son buenos, son «musicazos» y en otros casos, personas que cogen una canción que ya está hecha y la llenan de cosas maravillosas, «cosa más sencilla que escribir una historia con unos acordes, una melodía de voz y una historia que contar». «Eso sí es jodido». Cuando él cogió las once canciones que componen el álbum, lo difícil era estropearlas «porque son composiciones extraordinarias con una letras y unas músicas extraordinarias, súper bien cantadas con melodías de voz estratosféricas. Hay que ser muy inepto para hacerlo mal».
Utilizando un símil con otro sector, tan solo tuvo que escoger el color que quería para el traje.
Entregado a una causa que es su razón de vivir y también su profesión, reconoce Goñi que cuando sale del estudio, volvería a entrar a los quince minutos. Y, sin embargo, cuando termina sus álbumes, ya no los vuelve a escuchar. «Jamás». Cuando va a comenzar una gira, lee el repertorio, salva alguna canción que hace tiempo que no toca y poco más. «Sería muy egocentrista escuchar mis propios discos».
Al cantante, curtido, desde 1989, cuando todo empezó, en una carrera que dura décadas, «con subidas y bajadas que hasta en su parte más tranquila tienen olas», donde se ha cruzado con multitud de compañeros, no le duelen prendas a la hora de valorar lo que otros hacen bien y decirlo públicamente. A la hora de cantar las canciones de otro, también tiene que existir un punto de admiración. «Sería incapaz de enamorarme de alguien de quien no sea fan; soy el fan número uno de mi novia, de mis hijos, de mis músicos… Es imprescindible. Necesito ser fan de alguien para que nazca después un amor o amistad». Cita al escritor José Bergamín y expone: «Si me hubieran hecho objeto, sería objetivo, pero me hicieron sujeto… Arte y objetividad no riman», concluye.
«Últimamente la vida no deja de regalarme cosas, desde despertarme y ver los ojos de quien duerme a mi lado hasta la banda que tengo, que es la mejor que he tenido nunca». Tiene la sensación Carlos Goñi de que alguien, por ahí arriba, le ha dado a «los que tienen que ser para siempre». El público ratifica que esta es la mejor versión de Revólver y se lo hacen llegar.
Mientras eso ocurre, él sigue con sus rutinas diarias. Madruga, bastante, y echa a andar con su perra. Regresa a casa, lee, va sumando cafés mientras el hogar se despierta. Goñi ejerce de chef y se encarga de preparar el menú diario. Tras una breve siesta, llega el tiempo de la música. Se mete en la burbuja de seguridad que representan las paredes insonorizadas del estudio y hace aquello que le resulta natural.
Acostumbrado a ir a la contra de aquello que le dicen que tiene que hacer por obligación, porque le sale su mitad aragonesa, curioso hasta «un nivel enfermizo y cabezón a nivel Dios», ir cumpliendo años y ser dueño de su propia compañía y estudio de grabación permite tener que cerrar «muy pocas reuniones para decidir», ríe. Y vuelve al principio «Nunca me he sentido tan mimado, tan querido y tan respetado como a día de hoy, no puedo por menos que estar agradecido y ser feliz».
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