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Nunca es tarde
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Nunca es tarde

Con 'Los juegos de la edad tardía', un Luis Landero ya entrado en la cuarentena pasó del anonimato al éxito masivo, algo impensable en plena era del culto a la juventud

Viernes, 16 de febrero 2024, 07:45

-¿Qué es el afán, abuelo? –El afán es el deseo de ser un gran hombre y de hacer grandes cosas, y la pena y la gloria que todo eso produce. Eso es el afán». Seguramente, ningún lector de 'Los juegos de la edad tardía' podrá olvidar jamás ese 'afán' que carcome a Gregorio Olías, como si fuera una antigua enfermedad familiar, y finalmente le mueve a convertirse en Augusto Faroni, un fascinante y comprometido intelectual, fruto de su imaginación y que sólo existía en las conversaciones telefónicas que Olías mantiene con Gil Gil, un viajante de su misma empresa –dedicada a la venta de vino y aceite– al que jamás ha visto en persona, pero que le telefonea cada jueves. Como a provincias no llegan noticias, Gil le pregunta por las novedades de la ciudad, lo que abre el campo a que Gregorio comience por maquillar la realidad, para más tarde inventársela, directamente. Así, víctima del afán, y a la vez de una existencia anodina, en una gris ciudad de provincias durante la posguerra, el apocado protagonista huirá del tedio de su vida cotidiana –incluyendo la matrimonial– creando una realidad paralela en la que él es Faroni, un ingeniero y poeta colmado de talento y, sobre todo, de éxito.

Una realidad que solo existe –y no es poco– en las conversaciones semanales que mantiene con Gil, que víctima del engaño le toma como mentor literario. En ese mundo irreal, un metaverso comparable a los creados por cualquier novelista, de Macondo a Región, Gregorio vive las más rocambolescas aventuras, y sobre todo consigue, aunque sea disfrazado de Faroni, ser todo aquello que no es, pero desea con vehemencia: un escritor influyente y respetado.

El afán

Claro que ese mismo 'afán', una dolencia que a buen seguro padece el propio Landero, es un mal más que común, sobre todo entre los numerosos letraheridos que se pasan la juventud soñando con ser escritores.

De manera que allá por 1989 descubrir a un autor como Landero supuso para muchos alevines de novelista un auténtico vuelco creativo; hasta su irrupción, en la narrativa española primaba esa manera tan particular de mirarse el ombligo con pose de posmoderno, que entonces no significaba mucho más que llevar gafas de sol 'de noite e de dia'.

En paralelo a la entonces rompiente narrativa de Luis Mateo Díez, con 'Los juegos', Landero pondría de actualidad lo más inesperado: la manera clásica de escribir novelas. Y es que en su ópera prima se pueden rastrear ecos del Quijote, o temas eternos como 'el doble', pero sobre todo se reivindica la oralidad como forma literaria.

Porque cuando Olías relata las andanzas de su sosias Faroni, lo que está haciendo es recrear la antigua tradición de contar en voz alta, la misma en la que se crió el propio Landero, cuya infancia en el pequeño pueblo extremeño Alburquerque sería endulzada por las historias que relataba sin descanso su abuela, «porque eran los tiempos en que las historias no las contaba la televisión sino la propia gente», como explicaría en una entrevista años más tarde. La biografía de Landero, por su parte, está marcada por esa rara combinación entre lo libérrimo y lo inevitable que distingue también a sus personajes y sus tramas. Pero es que su vida daría para varias novelas.

Y desde el principio, además, cuando su familia deja Valdeborrachos con destino a La Prosperidad.

¿Se puede ser más novelesco? Resulta que sí: como en una novela de Dickens, el futuro escritor creció en una casa sin libros, se quedó huérfano –de padre– y tuvo que hacer de todo para sobrevivir, desde chico de los recados hasta guitarrista de flamenco. Pero en su primera juventud descubrió la literatura, una pasión que ya nunca abandonaría.

Con mil y un equilibrios lograría culminar sus estudios y llegaría a ser profesor, primero de secundaria –y, al parecer, muy querido por sus alumnos– y más tarde incluso en la Universidad de Yale. Claro que, entre medias, lograría la proeza literaria más sorprendente y envidiada del pasado siglo: alcanzar el éxito literario en un debut tardío, pasados ya los cuarenta años.

Juegos de la edad tardía

  • Autor Luis Landero

  • Editorial Maxi-Tusquets, 2007.

  • Páginas 464

  • Precio 8,95 euros

Un éxito refrendado además por dos premios de campanillas: el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura, ambos otorgados en 1990. Como colofón, en 2022 Landero recibió el Premio Nacional de las Letras Españolas por su «excelente escritura recuperando la tradición cervantina con dominio del humor y la ironía e incorporando con brillantez el papel de la imaginación».

Habría que añadir también a Kafka y Camus para entender «el absurdo negociable» –en definición de María Camino– que pivota sobre la máxima del escritor: «quien no narra, no vive».

Así pues, hace un cuarto de siglo ya, Luis Landero cambió el curso de las letras españolas, pero también en una dirección inesperada: insufló esperanzas a todos los escritores maduros que no han alcanzado todavía el éxito.

El editor Pepo Paz, de Bartleby, lo llama 'el síndrome Landero': creer que lo que se ha escrito en la madurez catapultará al autor los lectores y los periódicos. Aún no está en los manuales de psiquiatría, pero al tiempo…

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