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S i los temores que suscita el uso perverso de la Inteligencia Artificial son ciertos, cabe preguntarse por el destino de la raza humana y, en particular, por el alcance y la pertinencia de sus destrezas creativas. Asistimos atónitos y horrorizados a cambios geopolíticos y sociales que están poniendo patas arriba principios y derechos que pensábamos, ingenuamente, adquiridos a perpetuidad, lo que, entre otras cosas, certifica la fragilidad y la vulnerabilidad de nuestra existencia.
En medio de este desastre, podemos preguntarnos ¿qué puede hacer un poema por mejorar las cosas? Si eres de los que, como Auden afirmó: «la ... poesía hace que nada ocurra», el propio hecho de escribir, la misma escritura, carecerá de sentido, más allá del que se extraiga del autoconocimiento, pero la entropía que desencadena este acto puede provocar un efecto bumerán nada deseable. Si, por el contrario, piensas que la poesía puede aliviar los problemas de la gente y, de paso, contribuir siquiera mínimamente, a reparar las fracturas del planeta, si crees que un poema puede cartografiar la incertidumbre y no te incluyes entre quienes prefieren perderse en la historia, no puedes dejar de leer un libro como 'Tampoco yo soy un robot', la última entrega de Amalia Iglesias (Menaza, 1962), porque en sus páginas el poema se convierte en un espacio de insurrección en el que el poeta se enfrenta a su propia ascendencia y ofrece el testimonio de la violencia a la que está sometido. Afortunadamente, todas las cosas se pueden cambiar–―omnia vertuntur–, como afirma en la primera sección del libro, 'Letanía', un conjunto de invocaciones que, reivindicado la pervivencia de lo humano, podemos resumir con la plegaria final: «Por los acuíferos de las neuronas / sin digitalizar / y las criaturas no catalogadas / que a veces se asoman a nuestros ojos».
Autor Tamalia Iglesias
Editorial Vaso Roto
Páginas 88
Precio 14,95 euros
Amalia Iglesias es capaz de yuxtaponer el lenguaje técnico con el coloquial, un leguaje con imágenes –y esto lo comprobaremos a lo largo de todo el libro―– de efecto surrealista con reflexiones de carácter ensayístico, de manera que los ruegos que describen estos poemas combinan momentos inquietantes con otros más esperanzadores, como vemos en este ejemplo: «Para la trascendencia de las esperas sin esperanza, / de las nubes que nos caducan en los ojos / y su bucle terminal de agujeros negros / que se saben condenados al colapso». Y de esa alternancia de lo trascendente con lo cotidiano surgen preguntas que solo un ser humano, no un robot, puede plantearse: «Tampoco yo soy un robot. / Habitada por preguntas, / que presionan mis alveolos y mis meninges, / mis válvulas averiadas y mis células madre». La fetichización tecnológica no logra apropiarse de la memoria cultural ni acallar la voz de la conciencia del ser: «Escucho el eco sin algoritmos / que habita en mis entrañas, / y quiero desenredar los mensajes encriptados / en mi corazón que muere lentamente, / y cada día se levanta y se encamina / por el misterioso sendero de lo desconocido / y se aventura en el mismo cieno de los otros / y en los ojos de la embriaguez / todavía pregunta quién nos trajo hasta aquí, / y para qué».
Leyendo los poemas de Amalia Iglesias uno tiene la sensación de que todavía algo se puede hacer por cambiar el estado de las cosas, por impedir que los robots gobiernen nuestras vidas: «Acaso un robot pudiera descifrar las cavernas del corazón / pero nunca leer tu pensamiento / ni que le tiemble el pulso». Con una dicción íntima y, a la vez, polifónica, estos poemas reconocen la devastación producida por la caída de las estrellas, estrellas a las que ya podemos pedir un deseo, pero «Desde el satélite, alguien escribe en la distancia / los paisajes remotos de la memoria. / Pero todavía queda lava en tu corazón». Sí, es cierto, todavía seguimos adelante, aun no sabemos muy bien cómo, quizá gracias a los «manifiestos de retaguardia para resistir», eso es lo que nos ayudará a «preservarlo que permanece en las cosas pequeñas / y tus costumbres humanas».
Amalia Iglesias demuestra un manejo inteligente de la forma porque rompe las habituales distinciones entre la pulcritud del intelecto u el caos de los sentimientos de dicha pulcritud, muy a pesar de ella, provoca. En el poema 'Inteligencia Emocional' reivindica la libertad de actuación: «La serenidad de tus huellas te llevarán más lejos, / acostúmbrate a caminar junto a los otros. // Aprende a gestionar el vértigo, a vivir en la victoria y en la derrota. / es bueno saber perder, pero no menos que aprender a ganar. / Ponle pasión a todo lo que hagas, / pero no te dejes cegar por las pasiones». Estos poemas son poemas que te reorientan en el mundo, son obras de compromiso intelectual y de complejidad estructural. Al mismo tiempo, permiten que la materia cruda del ser, con todo su desorden, entre en la página. En ellos se reconocen la existencia simultánea de la alegría y la devastación, conocimiento e ignorancia, dolor y amor, resistencia y fracaso: todos los contrastes que conlleva la experiencia de ser humano. Algo que el robot no puede asumir.
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