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Ilustración del Beato de Liébana de San Andrés de Arroyo. EFE
La 'oveja sarnosa', primer escritor
Episodios regionales

La 'oveja sarnosa', primer escritor

Beato de Liébana fue pieza fundamental en la consolidación ideológica del reino cristiano transcantábrico, vinculándolo a Europa, y dio origen a una tradición artística de gran repercusión durante los siglos medievales

Viernes, 19 de julio 2024, 08:38

La primera fama global de Cantabria se debió al césar romano Augusto; la segunda, al césar franco Carlomagno, coronado en Navidad de 800 como 'imperator romanum gubernans imperium'. El primer mensaje cántabro a Europa, a través de la propaganda romana y de autores como Tito Livio, Horacio y Juvenal, habían sido sus guerreros y, con ellos, un suplemento épico: glorias paralelas del hispano silvestre y del patricio latino. Pero el segundo recado, que llegó hasta Germania aunque solo identificado como lebaniego, no resultó menos importante. Se debió a un influyente clérigo del siglo VIII, Beato, que vivió entre la tercera década de la centuria y el tránsito a la siguiente.

Si pensamos en él como un humilde monje recluido en un remoto valle, escribiendo sobre asuntos herméticos solo para cuatro flipados con el fin del mundo, erraremos. Beato era el 'boss', el abad del relevante monasterio de San Martín Turonense (mucho más tarde rebautizado como de Santo Toribio); disponía de una cumplida biblioteca patrística (el libro era objeto carísimo, equivalente en algún caso al precio de tres vacas preñadas); intervino en apoyo del rey asturiano Mauregato; emprendió una polémica de repercusión internacional contra el metropolita toledano Elipando; se comunicó con el intelectual carolingio de más autoridad, Alcuino de York; y aceleró el movimiento político-religioso jacobeo que conmemoramos cada 25 de julio (recordemos: Santiago el Mayor era hermano del evangelista y apocalíptico Juan, primos ambos de Jesucristo, pues su madre, Salomé, era hermana de María). Además, redactó homilías. Si San Isidoro de Sevilla había sido el polímata del VII, Beato fue el polígrafo del VIII. El primero de Cantabria.

«Grandes sucesos habían ocurrido en Liébana: el argayo que remató Covadonga, el oso regicida del rey Favila, la síntesis de gentes varias, la nueva economía agraria»

El arzobispo de Toledo, de ideas adopcionistas (el Hijo, por nacer de una mujer, ha tenido que ser adoptado por el Padre para elevarse a divinidad), se tomó muy a mal las críticas de Beato, le espetó un soberbio «¿dónde se ha visto que los lebaniegos enseñen a los toledanos?» y lo calificó de «oveja sarnosa» (ovis morbida; tomamos esta traducción del libro del profesor Joaquín Yarza que prologó en 1998 Joaquín González Echegaray; ambos ya fallecidos). Pero el riesgo de heterodoxia preocupó a Carlomagno y, en un concilio que presidió en Frankfurt del Meno en 794, dichas tesis, que recordaban al arrianismo, fueron condenadas. (Hubo en Frankfurt dogma central europeo antes que banco central europeo, anoten). Esto puso en desventaja a la antigua capital visigótica, ahora sumisa a los emires musulmanes, respecto del norte cristiano. El 'hallazgo' de la tumba de Santiago en Compostela en el reinado de Alfonso II, tres décadas después del fallecimiento de Beato, culmina esta autonomía de unos cristianos que se vinculan al ámbito europeo. A Beato se atribuye también el poema 'O Verbum Dei', combustible para la devoción jacobea hispánica.

Intelectual de peso, pues, para la monarquía transcantábrica (de Galicia a Álava), para la carolingia y para la iconografía política de la primera Reconquista. Pero asimismo para la necesidad europea de interpretar, a la luz del único libro profético del Nuevo Testamento, el enorme evento del desmoronamiento del imperio romano occidental, la inestabilidad de los reinos sucesores germánicos y la destructora irrupción de los pueblos islamizados. San Agustín había tratado de racionalizar el dramón romano-germánico en 'La ciudad de Dios', primer libro de Filosofía de la Historia. Beato lo hará con el proceso visigótico-islámico mediante un espectacular corta-pega de autoridades bíblicas y patrísticas sobre el Apocalipsis.

Beato había vivido sus mocedades en aquellos primeros años de Don Pelayo, Favila y Alfonso el hijo del 'dux' Pedro de Cantabria. Después vendrían Fruela I, Aurelio, Silo, Mauregato, Bermudo (hijo de Fruela de Cantabria) y Alfonso II. Grandes sucesos habían ocurrido en Liébana: el argayo que remató Covadonga, el oso regicida, la síntesis de gentes varias, la nueva economía agraria. En la tradición oral de sus mayores, forzosamente figuraría el relato de la conquista musulmana (la caída de Amaya ante Tariq, por ejemplo).

En las épocas de sus 'Comentarios al Apocalipsis' (primera en 776, segunda en 784, otra corregida en 786), los reinados de Silo y Mauregato (hijo natural de Alfonso I y una esclava gallega) han acumulado ya vertiginosamente hasta siete tomas de posesión, con el legítimo Alfonso II refugiado en sus territorios maternos de Álava. Abderramán se consolida en Iberia, Carlomagno en Europa. Proliferan los herejes (de donde el uso de la expresión «testículo del Anticristo»). Había que tirar de calculadora apocalíptica. Sus críticos le ridiculizaron con una historia sobre su vana espera, ayuno incluido, de los Últimos Días. Pero, tras los ocasos romano e hispano-germánico, había angustia. El cristianismo había transformado el mesianismo político judío en un procedimiento judicial universal. La historia como un proceso penal con fallo diferido. Lo que necesitaban en la sala de espera las almas eran abogados y reglamentación penitencial. Pero, ¿cuánto de diferido? El Libro de la Revelación parecía indicar que no mucho: sus bestias reconocibles eran los imperios macedónico, babilonio, persa y romano. ¿Vendría ya el quinto imperio, de Jesús y los mártires? Durante siglos, diversos movimientos de carácter milenarista sacudirán Europa. El propio Isaac Newton trató en 1704 de fijar la fecha del apocalipsis juntando lectura bíblica y matemáticas.

Los expertos distinguen dos prototipos fundamentales para la abundante serie de códices de los «Comentarios» de Beato, y piensan que ya desde 784 el manuscrito pudo tener algunas iluminaciones. Hubo de existir un scriptorium donde se preparasen los primeros pergaminos. Fue un éxito editorial. Trescientos años después, todavía reyes como el de León y abades como el de Saint-Sever encargaban nuevas copias. Tener un «Beato» era poseer un objeto fascinante. Esta colección de libros resultó un fenómeno cultural absolutamente singular.

Junto al argayo exterminador de invasores y el oso constituyente que acabó con Favila, Beato, primer gran escritor en Cantabria, completó un protagonismo lebaniego en la transición hispana a lo medieval. Argayo y oso simbolizaban la sumisión de la historia a la naturaleza; el libro, en cambio, la sujeción al espíritu, cuyas fieras polícromas y laderas de pergamino devoraban ideas reinantes y sepultaban reputaciones en retirada. El verdadero episodio regional fue una escritura de trascendencia europea.

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