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Cuenta la leyenda que Alfred Hitchcock compró a Patricia Highsmith los derechos cinematográficos de 'Extraños en un tren' en tiempo récord: tan solo una semana después de que se lanzase la novela. Por supuesto, la tendencia a la hipérbole de los publicistas de Hollywood siempre ... ha resultado de lo más rentable, aunque en esta ocasión sí que fue la realidad la que escribió el mejor de los guiones. En este caso, el del sueño –americano, claro– de una escritora.
Y es que Highsmith no fue siempre una autora rica y famosa, y en 1949, mucho antes de convertirse en una superventas internacional, Patricia era una joven aspirante a escritora, con un libro inédito en el cajón, que pululaba por el Nueva York de los años cincuenta, a caballo entre la generación perdida y los beatniks. Pese a haberse graduado en literatura en el Barnard College –la 'sección femenina' de la Universidad de Columbia–, no conseguía entrar en los círculos literarios. Aparte de escribir guiones de cómics, una tarea tan mal pagada como poco prestigiosa, tenía que trabajar como dependienta en los grandes almacenes Bloomingdale's, en la sección de juguetes.
Hasta que en 1950 consiguió convencer a un editor en las oficinas de Harper and Brothers para que leyera su nuevo manuscrito. 'Extraños en un tren', un éxito estratosférico que cautivó especialmente a un lector muy especial: Alfred Hitchcock, que la llevó al cine unos meses más tarde. Logrando, por cierto, no solo un éxito extraordinario, sino también relanzar las ventas del libro, alimentando la siempre interesante polémica de las comparaciones entre el original y su adaptación a la pantalla.
Autora Patricia Highsmith
Editorial Anagrama, 1983
Páginas 282.
De paso, obraría el pequeño o enorme milagro de convertir a una desconocida que no encontraba su sitio en el mundo cultural en una escritora reconocida. Dedicarse por completo a la escritura dejó de ser un sueño para Highsmith, y se convirtió en una profesión.
¿Pero qué tenía esta novela para cautivar de tal manera no solo a Hitchcock, sino a millones de lectores en todo el mundo? Pues, sobre todo, crimen. Bueno, en realidad, uno. Pero contado –y eso era novedad en la pacata América de la primera posguerra, a punto de lanzarse a los brazos de Macartismo– desde la perspectiva de los criminales. De los 'malos', para aclararnos. La conciencia y la culpa, o la falta de ella, sobrevuela sobre toda la novela, dando sentido a una trama, que sin el trasfondo psicológico, se quedaría más bien en un juego de salón. Uno muy macabro, claro. Sin embargo, Highsmith consigue, y eso sí que es meritorio, humanizar la trama sin dulcificar a los personajes. Además de conseguir, con su ritmo eléctrico y unos diálogos de alto voltaje, mantener la tensión por todo lo alto a lo largo de toda la novela. Y no se trata precisamente de una obra breve, pues su extensión se acerca a las cuatrocientas páginas.
Por supuesto, casi huelga comentar el argumento, por archiconocido, pero sí aclararemos que gira en torno al crimen perfecto: dos desconocidos, a los que beneficiaría la muerte de alguien de su entorno, se 'intercambian' los asesinatos. Es decir: el playboy Charles Anthony Bruno desea matar a su padre, y al arquitecto Guy Haines le estorba terriblemente su esposa, Miriam, que se niega a concederle el divorcio. Ambos, que no se conocían previamente, coinciden en un viaje en tren, y Bruno decide proponer a Haynes el doble crimen cruzado: Bruno asesinaría a Miriam y Haynes al padre de Bruno. De manera que, si consiguen no dejar pistas, nunca sospecharán de ellos, al carecer de móvil para el crimen. Claro que de los planes perfectos a la realidad suele mediar un gran trecho, y cuando todo arranca… En fin, será mejor que, si no conocen el resto de la historia, lo descubran en las páginas de la novela.
Y es que, a pesar de la enorme popularidad de la película de Hitchcock, en este caso el debate entre los partidarios de la novela y los del filme sería más animado que nunca. En realidad, el cineasta más bien se inspiró en la novela en lugar de adaptarla; para empezar, contrató como guionista a un autor tan personal como Raymond Chandler, que rehizo por completo la obra original. Sin embargo, Hitchcock no quedaría conforme y, aunque su nombre figuró en los créditos, sería la esposa del director quien acabase dando forma al guion. Tampoco Patricia Highsmith quedaría muy satisfecha: sus diálogos afilados, llenos de subtexto y referencias veladas, serían 'domesticados' en una versión que tenía que adaptarse a la nueva censura del momento.
Lo que sí mantuvo fue el gran acierto de la escritora al huir de los arquetipos criminales típicos y, en su lugar, optar por ciudadanos corrientes. Personas de las que nadie sospecharía que albergaran intenciones homicidas. Y eso es exactamente lo que destapa Highsmith: la trastienda psicológica de los ciudadanos de nuestro tiempo. «Cualquiera con el que te cruzas en la acera, en cualquier sitio, puede ser un ladrón o incluso un asesino», declaró en una entrevista. Así nos descubrió que ese inframundo sórdido en el que se gesta el mal no es ningún rincón de los bajos fondos, sino más bien un recodo oscuro en el cerebro de las personas. De las buenas personas, incluso.
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