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Atado y bien atado se decía que estaba el futuro de nuestro país a mediados de los años setenta. O al menos eso pretendía transmitir el discurso oficial, que resultó estar tremendamente alejado de la realidad del momento. Una realidad que se palpaba en las calles, en las aulas, en las fábricas, en los cine-clubs y, sobre todo, en unas librerías que se convirtieron, por aquellos años, en focos de resistencia activa, desafiando unas leyes prohibicionistas y una censura empeñada en mantener a los españoles en un aislamiento cultural insólito en el mundo occidental a finales del siglo XX.
En ese contexto convulso pero también fascinante –ya lo dice la maldición oriental: «ojalá que vivas tiempos interesantes»– sitúa su primera novela el escritor y periodista Sergio Bang –pseudónimo de Sergio Martínez (Madrid, 1976)–, quien es además un librero vocacional: después trabajar como jefe de prensa de la Real Federación Española de Automovilismo durante más de una década, en 2014 cambió los motores y circuitos para fundar la Librería Grant en el castizo barrio de Lavapiés, además de una galería de arte, Swinton.
Título: Venimos del fuego
Autor: Sergio Bang
Editorial: Plaza & Janés, 2025.
Páginas: 360.
Precio: 21,90 euros.
La novela narra la historia de Alma, una librera de las de 'trastienda' –aunque ella más bien tenía un armario–, cuya librería es incendiada en 1975. Un curioso deporte autóctono que se practicó sobre todo en aquella época de 'grupos incontrolados', que enmascaraban la acción represiva de la dictadura. Atrapada en una manifestación frente a su tienda, la policía la detiene como presunta alborotadora, aunque ella no fuera de aquellos que gritaban 'Libertad, libertad, libertad'. Sin embargo, en los calabozos de la temida Dirección General de Seguridad se cruzará con Juan Juárez –un trasunto de 'Billy el Niño'–, que convertirá a partir de entonces su vida en una pesadilla. Aunque también descubrirá a muchas personas comprometidas en la lucha contra el régimen, desde los estudiantes Alejandro y Alicia, el periodista francés Mario o los libreros Nando y Luisa.
Además de una trama atractiva y con pulso de novela de acción, Bang construye una historia libresca, plagada de referencias literarias, y de amor a los libros y las librerías. Especialmente deliciosos son los métodos para burlar a la censura: «Con las tijeras y el pegamento, quitaba las cubiertas originales [de Alberti, Marx, Sade, Wilde o Byron] que venían desde México o Buenos Aires y las sustituía por las del Catecismo Escolar o de alguna novelita chusca».
A pesar de tratarse de un hecho central de la historia contemporánea española, la Transición no ha recibido últimamente tanta atención por parte de los escritores nacionales como otros episodios mucho más novelados. Por supuesto, nos referimos a la II República y a la Guerra Civil, que se llevan la palma en cuanto a ambientaciones.
Mucho menos interés parecen sentir nuestros narradores por la posguerra y la dictadura, tradicionalmente consideradas un tiempo gris, y carente de interés editorial, más allá del 'Beltenebros' de Muñoz Molina o las historias de topos y represaliados como 'Los girasoles ciegos'. Una tendencia que, sin embargo, parece empezar a cambiar, sobre todo después de que los historiadores hayan arrojado luz sobre ese periodo, e incluso hayan aparecido obras de divulgación como la reciente 'Ni una, ni grande, ni libre' de Nicolás Sesma.
Sin embargo, sí que se han acercado literariamente a esta época algunos escritores, en especial de la generación del ochenta. Lo hizo Andrés Trapiello con 'El buque fantasma', premio Plaza y Janés en 1995, donde recreaba la lucha estudiantil contra la dictadura, con especial atención a los grupos de extrema izquierda, o Ignacio Martínez de Pisón que en 'El día de mañana' utilizaba la historia de un confidente para describir la implacable maquinaria de los servicios secretos del último franquismo y los confusos años preconstitucionales. Manuel Vázquez Montalbán también exploró esa época en sus novelas de la serie 'Pepe Carvalho', y desde una clave política la han abordado Rafael Reig en 'Todo está perdonado' o Rafael Chirbes en 'La caída de Madrid', ambos con la cuestión soterrada de si los vencedores de 1939 lograron blanquear su victoria en 1978.
Sergio Bang, por su parte, aborda un aspecto diferente de la lucha popular contra la dictadura: la literaria. El mundo de la cultura era por entonces especialmente contestatario, desde el teatro o la canción de autor. Pero en el mundo editorial se libraba una guerra subterránea, en el que los editores trataban de burlar a la censura, o a la autocensura, por entonces: «los libros prohibidos eran menos prohibidos porque Fraga, el ministro aperturista, había logrado que la autocensura funcionase mucho mejor que la censura (…) cualquier desliz pudiese llevarlos a la retirada de sus libros, lo que podía suponer la ruina. Así que se autocensuraban borrando cualquier rastro de crítica al régimen o evitando temas considerados inmorales o subversivos».
Se trata, además, de un homenaje más que merecido a aquellos libreros que se jugaban el negocio y hasta la vida por hacer llegar a los lectores libros prohibidos. Bang utiliza, como reconoce en los agradecimientos, el testimonio de uno de ellos, Julio Peñas, con vivencias seguramente muy parecidas a las libreros históricos de Cantabria como Ramón Viadero o Luis Salcines, que sufrieron en primera persona la represión de la cultura.
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