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«Se había dado la vuelta para mirar la casa de adobe donde el cuerpo de ella yacía amortajado y se había preguntado si era posible que aquella fuese la huella del alma de su mujer. ¿Acaso sería el último lugar de la tierra que ... había pisado, acaso sería el lugar de donde había partido su alma?». Hay un rancho, tierra y agua, también su falta. Colisiones emocionales y mitos y construcciones, íntimas y familiares. 'Las propiedades de la sed' posee ese ADN de las epopeyas y las sagas, esa escritura que va roturando las huellas y las señales, las visible y las invisibles, las inasibles casi todas.
En ella, de fondo, persiste además esa querencia norteamericana de novelar como si fuese el principio y el final de un género, con el deseo y la intención de edificar una mirada global y casi finalista sobre un lugar en el mundo con toda su carga simbólica. Pero Marianne Wiggins (1947, Lancaster, Pensilvania), posa en la narración compleja de 'Las propiedades de la sed' (Libros del Asteroide) una deslumbrante pasión diferenciadora: la del lenguaje de orfebre, exuberante, que va anudando ese vínculo de personajes y paisaje, cordón umbilical esencial de su creación. En ese continuo ir y venir de lazos personales, de tierra y agua, de asidero primordial en el que confluyen el amor, la pérdida, la civilización y sus tiempos, es donde la autora se entrega con inmensidad caudalosa. En su novela hay geografía y épica, recreación histórica y relatos solapados sobre la necesidad de preservar la memoria de los que se fueron, de otorgar importancia a la tierra donde se siembran y crecen los vínculos.
Autora Marianne Wiggins
Editorial Libros del Asteroride. 2024
Traducción Celia Filipetto
Páginas 616
Precio 29.95 euros
Ese Rocky Rodhes en su rancho, 'Las Tres Sillas', marcado por el pensamiento de dos mitos estadounidenses, el poeta Ralph Waldo Emerson y Henry Thoreau, escritor, poeta y filósofo, quien «conservaba la capacidad de encender las últimas débiles hilachas que pervivían en su juventud».
La narradora, que hace dos décadas fue finalista del Pulitzer con 'Evidence of Things Unseen', sufrió en 2016 un derrame cerebral masivo cuando daba las últimas revisiones a 'Las propiedades de la sed'. Su hija, la artista Lara Porzak, fue clave para que la novela lograra su desembarco público. En esa construcción desbordante pero sujeta por una precisión derivada de su paciente incursión en las palabras son muchas las aristas, los territorios, los focos que la autora destina a la historia: el deseo combatiendo las adversidades; la naturaleza (en este caso marcada por la guerra del agua); el confinamiento carcelario de estadounidenses de ascendencia japonesa tras Pearl Harbor; el retrato de esa California de la Segunda GuerraMundial; el amor en la pérdida y en el esplendor... Todo presidido por una especie de lema: «No puedes salvar lo que no amas, pero a veces –la mayoría de las veces– tampoco puedes salvar lo que amas».
La fatalidad y la desazón de lo que esconde el país de las oportunidades y la resistencia que asoman entre criaturas que exudan autenticidad.
«Aquella mañana, como todas las mañanas desde entonces, cuando daba este paseo, se había vuelto hacia aquello que había construido, hacia la casa de adobe, hacia las personas que había dentro, y había decidido mantener vivo el recuerdo de su mujer».
En un epílogo, la fotógrafa Lara Porzak, hija de la escritora, explica ese rescate final cuando el derrame cerebral de su madre la deja muy mermada y con la memoria borrada. Esa especie de ironía del destino une en el tiempo a la narradora con su propia novela.
Un libro en el que de forma constante, lírica o reflexivamente, surgen las alusiones al recuerdo, a las huellas, a la disolución temporal, al diálogo metafórico de aridez y fluido, de tierra drenada y muerte, y de agua y sed. «Consciente, inconscientemente, dejó estar aquella huella. Al principio, en los primeros días de desesperación, se había permitido mitificar la prueba, buscar consuelo en su idea mística. Su dolor exigía una prueba de lo Eterno y la huella de su mujer era la prueba circunstancial de su propia sed».
Hay que recordar en la trayectoria de la autora de 'John Dollar' (1989) que vivió en Europa casi veinte años. Londres, París, Bruselas y Roma. Y en enero de 1988 se casó en la capital británica con el novelista Salman Rushdie. Un año después el ayatolá Jomeini emitió una fetua ordenando el asesinato de Rushdie por supuesta blasfemia en su libro 'Los versos satánicos'. Aunque Wiggins le dijo a Rushdie, apenas unos días antes, que deseaba el divorcio, se ocultó junto a él al conocer las amenazas. La relación, no obstante, concluyó en 1993, ruptura y divorcio. La escritora con el tiempo, en declaraciones a determinados medios, criticó la personalidad del escritor.
Marianne Wiggins recorre en la primera capa de su inmenso libro el reverso del sueño americano, pero por detrás transcurren las voces que permiten que lenguaje, composición espacial y estructura se conviertan en la verdadera identidad de su novelar. «Cuando escribo, veo cada página del libro como un lienzo y me gusta dar pinceladas de frases». Y los sangrados, las frases como poemas, los puntos aparte conforman los meandros de su ritmo. Esa corriente narrativa expresada a través de las once enseñanzas (propiedades) que otorga la sed, de la sorpresa a la memoria. La vida enredada en el paisaje.
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