Secciones
Servicios
Destacamos
Poeta, ensayista, periodista y musicólogo, José Ramón Ripoll nació en Cádiz en 1952. Entre sus libros de poemas destacan 'La tarde y sus oficios' (1978), 'Sermón de la barbarie' (1981), 'El humo de los barcos' (Premio Nacional de Poesía Juan Carlos I en 1983), 'Las sílabas ocultas' (1990), 'Niebla y confín' (Premio Tiflos en 1999), 'Piedra rota' (2013) o 'La lengua de los otros' (Premio Fundación Loewe de Poesía, 2017). Es también responsable de varias ediciones antológicas de otros autores, como Caballero Bonald, Pilar Paz Pasamar o Carlos Edmundo de Ory. Dirigió desde su creación la RevistAtlántica. También ha sido un excelente, aunque breve, compositor, llegando incluso a componer alguna obra vocal sobre un poema propio.
Autor José Ramón Ripoll
Editorial Centro Editor
Precio 18,05 euros
Su vida profesional ha estado dedicada a la música como redactor de programas en Radio Clásica de Radio Nacional de España (Música y contexto, Música y pretexto, etc.). Ha publicado también numerosos artículos, ensayos y monografías literarias y musicales, muchas de ellas dedicadas a estudiar ... la relación entre música y poesía, como 'Variaciones sobre una palabra', 'Cantar del agua', 'El son de las palabras, Beethoven y Listz' o 'Poesía en música'. En este ámbito podemos encuadrar 'La música del verbo', ya que en sus cinco ensayos reflexiona sobre lo estrechos vínculos que unen, no solo a la música con la poesía, sino con otros géneros artísticos, como la pintura. «Tanto la música como la poesía ―escribe en el texto preliminar― se alimentan de la misma savia y surgen como frutos, con formas y colores diferentes, de un común árbol milenario». Ripoll analiza la relación de la palabra con la música, pero no rehúye otros asuntos especialmente conflictivos, como la perversión que sufre el lenguaje en manos de políticos sin escrúpulos y embaucadores (perdón por la redundancia). En el primer texto, 'La poesía más necesaria: conciencia, lenguaje y otredad', afirma con rotundidad que «la poesía se hace más necesaria que nunca, tal vez porque sitúa a las palabras en su justo lugar, recupera el significado de los objetos, concede vida a la abstracción, escarba la identidad de los nombres y se rebela contra quienes pretenden manipular el lenguaje con pretensiones ideológicas». Esta reflexión conduce inexorablemente a cuestionarse la función del poeta, quien, «además de escribir, [debe] preguntarse por qué lo hace, qué pretende con sus versos y qué cometido tiene en un mundo que, sustentándose en ella para representarse a sí mismo, la falsifica y adultera, movido por su propia tendencia a la sumisión y por los intereses de quienes lo manipulan». La defensa que hace Ripoll de la palabra poética, a tenor de cómo evolucionan los hechos, es imprescindible también para percibir las partes menos visibles de la realidad, las que, a fin de cuentas, la determinan y el poema se concibe entonces como una puerta de acceso a lo invisible, además de ser un espacio de convivencia, de respeto hacia el otro. No faltan en este ensayo la justificada crítica a la proliferación de la seudopoesía en las redes ni a que su lectura conduzca a leer a los grandes poetas, no obstante, en lo que hace más hincapié Ripoll en este libro es en la musicalidad de la poesía, tema del segundo texto: «La poesía, como la música, nace de una célula rítmica o melódica, producto de un pálpito o un impulso a veces irracional, sin otra explicación que sus propias correspondencias sonoras, frutos de un sueño, un eco o una alucinación. Poco a poco, a partir de su planteamiento o desarrollo, esa célula genera un pensamiento que, a su vez, se une a la forma para otorgar solidez al poema». Este argumento, verificable en innumerables ocasiones y en los ejemplos que desgrana (menciona que Poe «elegía las palabras más por su sonoridad, que por su significado») no siempre se cumple. Hay poetas ―el mismo Horacio lo afirmaba― que no dudan en sacrificar en cierto momento la música del poema en favor del contenido semántico, algo que ya pudimos comprobar en el siglo XV, cuando algunos poetas apostaron, por ejemplo, por los «decires» en detrimento de las «cantigas». Ni que decir tiene lo que ha ocurrido desde entonces y lo que ocurre con gran parte de la poesía contemporánea. Ripoll apuesta por una poesía que provoque perplejidad, ambigüedad semántica, compleja no necesariamente en su prosodia, pero si en su alcance, una poesía que provoque una especie de comunión espiritual con el poeta, una poesía, en fin, que tenga como fin la verdad, por supuesto, entendida esta en el sentido aristotélico. La implicación de la música con la poesía se remonta en la práctica al origen de la escritura, por eso Ripoll hace un somero recorrido que se extiende desde Homero hasta la actualidad confrontando las actitudes de músicos y poetas, como Beethoven y Goethe, por ejemplo. La presencia de la música en la poesía de Ripoll es constante desde su primer libro ―«Todo lo que escribo es un pretexto para la música», ha escrito―, por eso nadie mejor que quien piensa que «la música es más que envoltura física de la palabra: constituye su osamenta y configuración fisiológica. La palabra se hace sentir por su música» para abordar este estimulante estudio, estudio que, por su trascendencia, merece divulgarse no solo entre poetas y músicos sino entre otros colectivos, sean artísticos o sociales.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Estos son los mejores colegios de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.