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Sara Mesa durante una firma de libros en Barcelona, en la festividad de Sant Jordi. Lorena Sopêna / Europa Press
Palabras con arte, un expediente sobre la incomunicación
Oposición

Palabras con arte, un expediente sobre la incomunicación

Sara Mesa, con su nueva novela, vuelve a ascender otro peldaño en esa construcción suya de una disidencia desde el lenguaje y la mirada sobre el mundo

Guillermo Balbona

Santander

Viernes, 21 de marzo 2025, 07:20

«Realizar era mejor que hacer y recepcionar mejor que recibir. Los problemas eran problemáticas; las personas, sujetos. Indicar era mejor que poner, cumplimentar mejor que rellenar. Los informes se emitían, de las reuniones emanaban decisiones». La burocracia, la rutina, ese museo de los esfuerzos inútiles, están en la médula espinal de la última novela de Sara Mesa, 'Oposición' (Anagrama). Pero esa es su trama, el argumento, la envolvente. En realidad, como casi toda su construcción literaria, la nueva obra de la narradora (Madrid, 1976) es el retrato de un ecosistema sobre el lenguaje y, por ende, la incomunicación.

El libro

El libro
  • Título: Oposición

  • Autora: Sara Mesa

  • Editorial: Anagrama, 2025

  • Páginas: 223

  • Precio: 18,90 euros

Aquí caben pequeñas desobediencias y disidencias y, quizás por ello, asoma una oposición, un contraste, un combate entre los eufemismos y las palabras que vuelan libres, entre la edificación de un código y el ejercicio de dejar a la intemperie nuestra relación con el otro, desde la complicidad, o desde la negación. Sara Mesa, a través de la primera persona, casi ajena en otras libros suyos, fundamenta su trayecto narrativo en un hecho: la protagonista ha logrado un puesto de interina en una oficina administrativa, y afrontar una oposición parece ser el paso lógico en su carrera. Sin embargo, existe otro tipo de oposición –el lenguaje siempre primordial– la interna, basada en su observación del día a día funcionarial, que hace que no lo tenga nada claro. En su novela lo laberíntico burocrático tiene su reflejo casi físico y el edificio, un lugar de jerarquías incomprensibles, «la expulsa al mismo tiempo que la absorbe».

Ahí comienza la necesidad de improvisar, de disimular por vergüenza y registrar su malestar con dibujos y poemas tan desplazados de la realidad como el propio trabajo. Funcionarios, singularidades, conflictos, tics y manías, rutinas laborales y la obediencia acrítica. Pequeñas decisiones subversivas y posibles consecuencias disciplinarias configuran el juego y el pulso, el latido de 'Oposición'. La autora de 'Un amor' ya había abordado en un breve ensayo, 'Silencio administrativo', la pobreza en el laberinto burocrático y la crueldad de un sistema que exige más a quien menos tiene. Pero aquella era un visión desde fuera. Y en este caso, a través de la ficción, es una visión desde dentro.

«Elegí la primera persona, la de alguien que no soy yo, pero que observa cosas que yo observé. Esta es una novela sobre los trabajos inútiles»

En 'Oposición', tedio e ingenio, observación y disección, inquietud y desasosiego tejen una historia que propicia preguntas, radiografían el absurdo y apelan a las palabras para abrir estancias en la condición humana. Como en anteriores libros, Sara Mesa evita los estereotipos, depura la escritura, desnuda las reflexiones, elude los lugares comunes y traza una historia, que son muchas, áspera y amarga y que impregna una mirada sobre el entorno, su complejidad y sus retos.

La propia Sara Mesa ha confesado que planteó el libro, desde esa primera persona, como un diario de campo. La observación de un personaje que pasa de lo contemplativo a la toma de conciencia y su respuesta ante otras criaturas de la narración. La propia autora describe su intención e implicación desde la escritura: «He intentado encontrar un lenguaje propio, desacomplejado y directo para hacer visible la violencia estructural sobre la que se sostiene esta burocracia y tratar de comprender, al mismo tiempo, por qué este sistema perdura, qué es lo que lo mantiene».

Mirada de alerta

Poemas, papiroflexia, muestrarios, glotis, imágenes, dibujos, caligrama, serie fotográfica y, sobre todo, juegos de palabras, siembran la narración. Se suceden expresiones equivocadas, frases hechas utilizadas en el lugar erróneo, erratas conscientes, coloquialismos…

Todo ello forja un camino que, al margen de que encuentre su final o no, está asfaltado por una mirada de alerta, al acecho, tendente a no acomodarse.

«Yo lo observaba todo con distancia y frialdad, como si aquello no me incumbiera a mí, sino a otra persona que se hiciera pasar por mí, mientras seguía percibiendo con extraordinaria precisión los detalles alrededor...». En una reciente entrevista de promoción de su libro, la autora de 'Cicatriz' casi editorializa su novela: «La burocracia está rodeada de tabúes, uno de ellos es la infelicidad que produce, porque la imagen de los funcionarios es la de privilegiados, pero yo me pregunto en serio qué motiva a las personas a presentarse a una oposición, cuánto hay de decisión vocacional y cuánto de desesperación, y qué piensan realmente, en su fuero interno, los funcionarios de su trabajo». Tras 'La familia', su nuevo trayecto narrativo exuda esa materia prima hecha de observación, absurdo y humor, palabras incisivas y todo un caleidoscopio en un juego doble que reproduce las trampas de la burocracia no solo para el ciudadano, paciente y afectado, sino para el que la provoca y también sufre.

Séptima novela de la escritora de origen madrileño pero ligada a a Sevilla, se adentra decidida en «esa vida extraña» del funcionariado. Bajo la burocracia como medio dominante, asoman la libertad y el desencanto, esa autopsia de la normalidad que anida en casi toda su obra. Pliego de cargos y pliego de descargo estructuran, a modo de capítulos, el itinerario del personaje. Ritmo, como un latido interno, intrínseco, que mece al lector y lo zambulle en una inundación sobre el mundo alrededor: «Se rió de buena gana y me pidió que le describiera todo al detalle: cómo era mi lugar de trabajo, dónde estaba sentada, qué se veía por la ventana, cómo me habían acogido los compañeros, ¿había hablado ya con mi jefa?, y, sobre todo, ¿por qué susurraba todo el rato? No quiero molestar, dije, y ella dio por hecho que estaba rodeada de gente, que era una más entre otros. Ea, pues no te entretengas, me dijo ilusionada, ponte a lo tuyo y ya me contarás con más calma. Colgué con una indefinible sensación de fraude».

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