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Delimitado al oeste por las plazas de la Puerta del Sol y Benavente, al norte por la carrera de San Jerónimo, al este por el Paseo del Prado y al sur por la calle Atocha se configura en el plano del centro de Madrid un trapecio que lleva por nombre Barrio de las Letras o de las Musas, también de los Escritores, pues hay calles, estatuas, casas y placas en memoria de los grandes del Siglo de Oro y de otras figuras de primer orden de las letras españolas.
Como se sabe, de los cuatro mayores autores de ese siglo (Cervantes, Lope de Vega, Quevedo y Calderón de la Barca) los tres últimos son de ascendencia cántabra, aunque nacieran en la capital. De familias hidalgas de los valles pasiegos proceden Félix Lope de Vega Carpio, cuyos padres eran de Vega de Villafufre (o de Carriedo), donde se conserva la casa solariega, y Francisco de Quevedo y Villegas, con progenitores de Vejorís, en el valle de Toranzo. En Viveda, municipio de Santillana del Mar, se encuentra la casa-torre de los Calderón de la Barca.
Uno de los edificios mejor conservados del Barrio de las Letras, ahora convertido en museo, es precisamente la casa de Lope de Vega, situada en la calle Cervantes no muy lejos de donde estuvo su vivienda. Irónico destino para la memoria de Lope, quien apasionado por su rivalidad, llegó a escribir que en ese siglo no había poeta «tan malo como Cervantes ni tan necio que alabe a don Quijote».
Paralela es la calle dedicada a Lope que va desde la calle del León al Paseo del Prado: antes se conoció con el nombre de Cantarranas –como constata el plano de Teixeira de 1656– y en ella se encuentra el convento de las Trinitarias Descalzas, donde profesó la hija de Lope de Vega y donde fue enterrado Cervantes. Al final de esa calle Lope de Vega se halla una presencia cántabra, pues en la esquina con el Prado está situada la sede madrileña de Mutua Montañesa, la aseguradora fundada en el paseo Pereda santanderino en 1905. Una calle pequeña que une estas dos vías es la dedicada a Quevedo, donde una placa recuerda que allí vivió el «poeta eminentísimo claro ingenio» entre 1620 y 1630. En el barrio el recuerdo de Calderón es doble: el teatro que lleva su nombre en la plaza de Benavente, ahora especializado en comedias musicales, y la estatua en la plaza de Santa Ana, con alegorías de las formas teatrales (tragedia y comedia), la poesía y la guerra. Calderón de la Barca también está presente en la fachada del teatro Español que contempla la figura de Federico García Lorca en esa misma plaza.
La calle del León es el centro del barrio y en ella se encuentra la Real Academia de la Historia, un edificio sobrio diseñado a finales del XVIII por Juan de Villanueva, el mismo arquitecto del Museo del Prado. Resulta llamativa la puerta principal, con enormes bloques de granito de una pieza; según las crónicas, las gentes veían asombradas desfilar «los carretones que conducían las jambas y el dintel de la puerta tirados por veintiocho pares de bueyes». En esa fachada se recuerda que en el edificio vivió entre 1894 y 1912, en calidad de bibliotecario y luego de director, don Marcelino Menéndez y Pelayo, sin duda el ensayista de mayor alcance de la historia de Cantabria, a quien se califica de «Gloria de España y de toda la República de las Letras». Menos conocido es otro cántabro miembro de esa Academia de la Historia un siglo antes: Tomás Antonio Sánchez y Fernández de la Cotera (1725-1802), nacido en Ruiseñada (Comillas), quien en su deambular fue canónigo magistral de la Colegiata de Santillana, reconocido filólogo medievalista, académico de la Española y autor de sátiras, entre otras la del curioso título 'Carta de Paracuellos, escrita por don Fernando Pérez a un sobrino que se hallaba en peligro de ser autor de un libro'.
La calle del León desemboca en la del Prado a la altura del Ateneo de Madrid, una de las instituciones más respetadas por su tradición liberal, difusión del conocimiento y respeto por la pluralidad. Al menos hay tres ateneístas cántabros en su célebre Galería de Retratos: Menéndez Pelayo, que impartió cursos sobre 'Los grandes polígrafos españoles', José María de Cossío y Santiago González Encinas. Vallisoletano de nacimiento, la vinculación con Cantabria de Cossío fue notable a lo largo de toda su vida desde el foco cultural de la Casona de Tudanca, que alberga manuscritos de los principales autores de la generación del 27. Presidente del Racing de Santander, director de la Biblioteca Menéndez Pelayo y alcalde de Tudanca, destacan sus estudios sobre escritores y rutas literarias de Cantabria, además de su enciclopédico tratado sobre la tauromaquia. Figura en esa Galería de Retratos por haber sido presidente del Ateneo a lo largo de casi un decenio, en los años sesenta del siglo XX. El lebaniego Santiago González Encinas (1836-1887), nacido en Lomeña (Pesaguero), fue catedrático de Cirugía y autor de trabajos sobre innovadoras técnicas quirúrgicas. Afiliado al partido republicano, tuvo acta de diputado durante el Sexenio Democrático por los distritos de Santander y Cabuérniga y senador en tres legislaturas. A estos retratos del Ateneo hay que sumar el del artista de origen cántabro Federico de Madrazo y Kuntz, pintor de cámara de Isabel II y director del Museo del Prado, hijo del fundador de la saga de pintores, el santanderino José de Madrazo y Agudo.
Dos edificios del Barrio de las Letras testimonian presencias de ilustres cántabros. Al arquitecto castreño Leonardo Rucabado (1875-1918), renovador de la arquitectura nacional con un estilo ecléctico de fuertes reivindicaciones regionalistas, le debemos la mansión más llamativa de toda la zona: la casa Allende en la plaza de Canalejas. Realizado en caoba cubana, el mirador de madera que da a la carrera de San Jerónimo con su amplio alero remite a la tipología más frecuente de solana de las casonas montañesas. El torreón en esquina, la ornamentación escultórica y la cerámica de Daniel Zuloaga contribuyen a la majestuosidad y presencia rotunda de un edificio que combina con sabiduría materiales diversos –piedra, madera, ladrillo, pizarra, hierro y azulejo– resultado de su formación modernista y aprecio por las industrias artísticas, como han estudiado Celestina Losada y Miguel Ángel Aramburu-Zabala.
Junto a Ramón Pelayo y Antonio López, marqueses respectivamente de Valdecilla y Comillas, uno de los tres indianos más notables de Cantabria es el santoñés Juan Manuel de Manzanedo, duque de Santoña y marqués de Manzanedo, que construyó los edificios en curva que configuran el lado norte de la Puerta del Sol. Este empresario y banquero compró el edificio de la calle Huertas esquina a Príncipe que había sido diseñado inicialmente por Juan Gómez de Mora (1630) pero que debe su más llamativa fachada barroca a la reforma (1731-1735) de Pedro de Ribera por encargo de Juan Francisco de Goyeneche Irigoyen, Correo Mayor con Felipe V. Una reforma completa del interior, con un resultado ciertamente suntuoso, tiene lugar en 1874 y se debe a Domingo de Inza por encargo de los marqueses de Manzanedo cuando adquieren el inmueble. Fue residencia del presidente del Gobierno José Canalejas, que se dirigía desde el palacio a su despacho en la Puerta del Sol cuando fue asesinado en 1912 ante el escaparate de una librería. Conocido y catalogado como Palacio de Santoña, desde hace varias décadas es sede de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid.
Dos referencias cántabras son relevantes en el vecino barrio de Lavapiés, cuya calle central lleva el nombre de Argumosa, en referencia al médico de Villapresente (Reocín) y catedrático de Cirugía en la universidad madrileña Diego de Argumosa y Obregón (1792-1865) que destacó por sus innovadoras técnicas de anestesia con éter y cloroformo. Bachiller por los escolapios de Villacarriedo, inició sus primeros años atendiendo heridos de la guerra de la Independencia en el Hospital de San Rafael, hoy sede del Parlamento de Cantabria. De ideas liberales, fue diputado por el Partido Progresista y testificó en el proceso judicial donde se dictaminó que los estigmas milagrosos de sor Patrocinio eran úlceras provocadas que se podían curar con facilidad, lo que le supuso una jubilación anticipada.
La mejor opción para culminar este paseo cántabro por el Barrio de las Letras es acercarse al mercado de Antón Martín para degustar alguno de los platos del restaurante de nombre tan nuestro como Sincio, que regenta Jorge González, experimentado chef de Pechón (Val de San Vicente). Lleva de Cantabria carnes y legumbres y, entre otras exquisiteces, en su carta ofrece tartar de tudanca y tarta de quesos cántabros.
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