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María Saro Alonso no nació en una familia ilustrada con aspiraciones culturales. Vino al mundo en un pueblo donde escribir sobre sentimientos era una actividad inútil y extraña. Así que sus poemas habitaron un exilio interior durante mucho tiempo. Cuando contaba dos años su familia se trasladó de Guarnizo a La Abadilla de Cayón, que fue su verdadera patria. La niña tenía una memoria extraordinaria que conservó toda su vida y que la permitió recitar poemas propios y ajenos.
Aprendió a leer y escribir a una edad muy temprana, pero a los doce años la sacaron de la escuela porque en el internado de las Hijas de la Caridad ya había aprendido lo necesario para ser mujer a principios del siglo XX: algo de ortografía, de historia y de operaciones matemáticas básicas.
Después de cuatro años la suerte llamó a su vida en forma de necesidad. Sus padres no sabían medir fincas y mandaron a María, la menor de sus tres hijas, a tomar lecciones de geometría con don Ángel, el maestro de Sarón, a quién sorprendió el talento y la disposición de la muchacha y le enseñó todo lo que sabía de todas las materias.
María comenzó a ser consciente de que llevaba dentro de sí algo diferente a las demás muchachas de su pueblo, una necesidad de narrar, de mirar la naturaleza, de expresar sentimientos. Tuvo la fortuna, por segunda vez en su vida, de poder volver a estudiar y se matriculó con veinte años en la Escuela de Enfermería en Santander, carrera que truncó la enfermedad de su madre y que acabó por libre en Valladolid.
Cuando consiguió su título de enfermera estalló la Guerra Civil y ejerció en hospitales militares en Santander y Sigüenza. Curiosamente ahí empezó todo. Se aficionó a la poesía leyendo versos a los heridos, explica la filóloga Elena de Riaño. Tanto que al volver a su pueblo, acabada la contienda bélica, adquirió un libro sobre métrica y empezó a escribir poemas. Lo hacía en papeles que ocultaba detrás de los cajones y en los rincones más insospechados de la casa.
Fue un desahogo vital secreto durante muchos años. Ni su propio marido, Ambrosio San Emeterio –que tenía una droguería en Sarón– supo de la vocación poética de su mujer hasta mucho tiempo después de estar casados. Una boda que se celebró en 1939 cuando María regresó a su pueblo.
Esa afición se rebeló con más fuerza cuando perdió a su único hijo, un niño que nació a los ocho meses y que apenas vivió unas horas. Así que María Saro crecía como poeta en un intimismo disimulado ante los demás mientras cumplía su papel de ama de casa. Era su «deporte espiritual», como confesó ella misma en alguna ocasión. No habitaba en ella un ansia de ser leída, sino una fuerte necesidad de desahogo. Escribía en la soledad de la cocina, cuando su marido estaba en la tienda. Cuando él finalmente se enteró reaccionó como el resto de familiares, amigos y vecinos: con la misma indiferencia e incomprensión que acusó durante toda su vida. Si bien no se opuso, tampoco la apoyó.
Pero su cuerpo menudo escondía una mujer perseverante, valiente y decidida que nunca renunció a su sueño. Hasta los años sesenta no se animó a participar en la vida cultural y los poemas despertaron del letargo de silencio y oscuridad de los cajones y escondites de su casa para publicarse en periódicos y revistas locales, como El Diario Montañés o La Gaceta del Norte, e incluso algunos nacionales. A partir de ahí participa con asiduidad en recitales poéticos en foros como el Ateneo de Santander, la Universidad Menéndez Pelayo y en ciudades como Madrid y Valladolid. Para no depender de nadie, se sacó el carné de conducir a los setenta años.
Su amiga, la escritora Gilda Ruiloba, narra una anécdota del carácter «independiente y feminista» de la poeta quien para editar su primer libro fue al banco a retirar su propio dinero pero como en esa época las mujeres necesitaban la firma de sus esposos para hacer este tipo de operaciones, los empleados se lo negaron hasta que lo firmase su marido. Ni corta ni perezosa cogió el formulario, fue a su casa, falsificó la firma de su marido y volvió al banco. Así vio la luz su primer libro, 'La braña. Poemas y pensamientos' en 1975', al que siguió un segundo volumen 'Bajo un cielo gris'.
La poeta participó en la actividad cultural y social de su pueblo e inspiró y presidió las Aulas de la Tercera Edad del Valle de Cayón hasta 1989. La última década de su vida –María falleció en 2007, viuda desde hacía 25 años– se apasionó indagando la historia de su querido Valle de Cayón, una investigación histórica que realizó en numerosos archivos y que no ha visto la luz.
Después de una vida poética intensa e incomprendida, María Saro, con 84 años, entró a formar parte de la Academia Mundial de Literatura Moderna de la Unesco, que la propuso como una de los cinco mejores poetas españoles. Dejó con la boca abierta a todos aquellos que habían ninguneado a la mujer de pueblo, al ama de casa que escribía versos en los papeles del azafrán mientras cocinaba.
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Equipo de Pantallas, Leticia Aróstegui, Oskar Belategui, Borja Crespo, Rosa Palo, Iker Cortés | Madrid, Boquerini, Carlos G. Fernández y Mikel Labastida
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