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Miquel Barceló posa durante la presentación de su libro en Barcelona. El artista revisa sus referentes creativos, su infancia, la naturaleza y la memoria. EFE/Marta Pérez
Pintar, nadar, leer.Pero también escribo
Miquel Barceló

Pintar, nadar, leer.Pero también escribo

'De la vida mía' es un autorretrato inacabado del artista en tres tipografías distintas donde confluyen el cuaderno de campo, lo escrito y lo pintado

Guillermo Balbona

Santander

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Viernes, 15 de noviembre 2024, 07:29

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Es difícil saber si en él fue primero la lectura o la pintura. Lo cierto es que la textura de sus obras rezuman una solapada sucesión de estados sobre el mundo fruto de leer la vida y de pintar un relato inacabado. Miquel Barceló publica estos días 'De la vida mía' (Galaxia Gutenberg). Un libro que parece un cuaderno de campo sobre su propia cartografía emocional. Una paleta visual salpicada de palabras a modo de caleidoscopio. Un boceto de verbos que manchan y de impresionismo biográfico. El artista mallorquín, entre ilustraciones y fotografías, deja que fluya la memoria, el apunte fugaz y esas páginas impregnadas de naturaleza como si hubiese escrito los textos con tierra y la escritura saliera de una acuarela descarriada, recobrada a veces, desgarrada otras. «El mar delante, los botes de pintura en la arena, éramos uno con la pintura y el mar».

Un mapa de lugares y recuerdos, de sombras, de pintor solo y de pintor en el mundo, que habla por primera vez 'de la vida mía', «a través de sus carnés, su pintura, sus dibujos y una larga serie de textos sobre su infancia, sus padres, su Mallorca natal, su relación con el mar, con los animales, con la creación: «Pintar, nadar, leer. Hago eso desde que tengo memoria», subraya. Y eso lo sabemos por sus cuadros y su manera de mirar las cosas y a los demás. Un océano de referentes humanos, literarios y artísticos.» La fascinación por África y por el arte prehistórico. Sus distintos talleres y formas de trabajar en Mallorca, en París, en Mali». Su relación con la pintura, la escultura, la cerámica. Su reflexión sobre los trabajos monumentales en la Catedral de Mallorca, en la sede de la ONU en Ginebra, en la Biblioteca Nacional de Francia en París. La huella de Barceló (Felanitx, 1957) a pesar de su profundo vínculo con Mallorca, es la de un nómada, un perseguidor de inspiración en diferentes lugares, viviendo y trabajando intermitentemente en Barcelona, Portugal, Palermo, París, Nueva York, el Himalaya y Mali.

La publicación

La publicación
  • Título De la vida mía

  • Autor Miquel Barcelón

  • Editorial Galaxia Gutenberg. Colección Ilustrados.2024.

  • Precio 32 euros

De su querencia por la experimentación, donde asoman los materiales no tradicionales como cenizas volcánicas, frutas, algas, sedimentos y pigmentos caseros, «sus obras llevan las huellas de la energía feroz que impulsa su proceso creativo».Ya en los ochenta Barceló comenzó a eliminar elementos narrativos de sus obras, creando un espacio cada vez más irreal, marcado por agujeros, grietas y transparencias. 'De la vida mía', no debe olvidarse, es un verso de Góngora que vuelve a ahondar en esa condición de pintor-lector, especialmente de poesía. En la presentación de estas memorias de palabra e imágenes –«no he trabajado nunca, me he equivocado cada día de mi vida con mi pintura»– se conoció que el artista prepara ya tres grandes tapices bíblicos para la reconstruida catedral de Notre Dame. Como reza su editora francesa, Colette Fellous, en la introducción, el libro es un reflejo de «tres o diez líneas para extraer un recuerdo, fijar un instante. Una, dos o tres páginas para contarnos: « Mallorca es mi isla natal, nací de ella. Lo he aprendido todos de mi infancia. El mar es mi respiración.Mi cuerpo forma parte de la naturaleza».

En la puesta de largo dejó claro que ha escrito «toda la vida sin voluntad artística». Un libro que «se parece a una fotonovela y tiene algo que ver con un cuadro, porque se conforma con muchas capas, con gestos brutales y sencillos, y una parte oculta». Un pintor que se define mal escritor pero que antes de adentrarse en sus evocaciones, de nombrar lo que pinto, confiesa con firmeza: «Tengo la impresión de que, en pintura, a los diez años ya había hecho casi todo lo que luego he rehecho y sigo rehaciendo». Joan Tarrida, su editor, destacó ayer la paradoja de que Barceló tenga doce títulos en su sello pero solo este con textos originales. Tarrida le encargó las memorias, que salieron a la luz antes en francés, «hace casi veinte años», pero el artista no tuvo ganas hasta que en un viaje a Japón empezó a mirar fotos, cuadernos y recuerdos familiares.

Es una obra figurativa, la de su figura, y gramatical, la de su pintura. Ambas entrelazadas con una naturalidad extraña, sin artificios, como la que se desprende en ocasiones de su pintura. La infancia vuelve al final, como un eterno retorno. «Siempre volvemos a las misma figuras. Sucede así: me pongo a dibujar, por ejemplo, una mesa, luego le pongo cosas encima y poco a poco el cuadro va cobrando forma». «Nombrar es pintar, pero no se aprende a pintar mirando la naturaleza. Se aprende mirando pintura», sostiene.

Tumbado mirando hacia el cielo. Bucear, pintar, leer. Sopas, Picasso, siempre Picasso... «El color es deseo, no es algo pensado. El blanco sería el pensamiento. El color, puro deseo».

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