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La colección Prúa de la editorial Difácil, a la que deseamos larga vida, echa a andar con dos poetas de renombre, el soriano Fermín Herrero y el asturiano Pedro Luis Menéndez, poeta este último que, después de un largo silencio, ha recuperado su actividad creativa y editora de manera firme. Por lo que respecta al género poético ―además de participar en algún proyecto colectivo como el libro 'Parada Gijón-Xixon. Poemas', en el que intervino junto a poetas como Juan Muñiz, Álvaro Díaz Huici, José Luis Arguelles, César Iglesias y José Carlos Díaz, alguno de los cuales están detrás de este nuevo proyecto editorial al que hacíamos mención más arriba―, su última publicación fue 'La madriguera', libro con el que obtuvo el Premio de Poesía José Luis Hidalgo.
Autor Pedro Luiz Menéndez
Editorial Difácil
Precio y Páginas 62 páginas y 10,00 euros
si mencionamos este dato es porque los poemas de 'Pasajeros de andén', están íntimamente ligados a ese libro. Son, podríamos decir, una continuación temática en ... torno al paso del tiempo y la mella que dicho trascurso hace en el proyecto vital. No es que la conciencia de la temporalidad contribuya a que el poeta ofrezca una visión deformada de la realidad, antes, al contrario, lo que se gana es lucidez a la hora de interpretar lo signos que la vida nos envía, de ahí que Pedro Luis Menéndez interpele al lector y busque su complicidad desde el primer poema con un lenguaje ligado al mundo físico ―el movimiento interior, el del pasajero de andén― con el que articula la necesidad de compartir su soledad: «Doncella soledad, en tu regreso, / enervada de miedo y de doctrinas, / la patria se deshace / como un crespón sin llanto, / un trapo sucio / que abandera / la sed de los cadáveres callados».
Esta sucesión de detalles se repite en muchos de los poemas. Descripciones pormenorizadas que reflejan el tumulto de la reflexión verdadera, sin subterfugios y tratan de absorber las tensiones propias de una conciencia en convulsión: «En un hotel de paso, / en su montaña de noches sin cobijo, / te sientas a mirar y no ves / nada, mientras la sombra va ocupando / la cavidad creciente de otro miedo, / frontera de tu carne». No debemos, sin embargo, dejarnos engañar por ese desplazamiento identitario que adquiere aún mayor relevancia en la serie de poemas que tienen a Celine como pantalla porque su punto de vista es dolorosamente honesto, casi despiadado en algunas ocasiones, como en el poema 'Imprevistos': «Alguien decidirá mi muerte. / Su poder sobre mí evitará preguntas / que los criterios médicos estima accesorias». En otros, como en el titulado 'Vejez', aflora la nostalgia, pero sin pesadumbre ni lamentos, lo que hace al poema más digerible para sus lectores, que advierten además las posibilidades de la poesía para meditar sobre su propia mortalidad sin dramatismo, lo que no resta, por otra parte, capacidad de asombro ante los hechos aparentemente irrelevantes de la vida humana: «Un hombre cruza / el arco de su sombra / y reclama al invierno / las últimas monedas, / otro vaso de vino, / algunos versos, unas piernas que abracen, / en pasión de lenguas demoradas, / un diciembre infinito». La poesía, como decimos, la palabra, en suma, presta al poeta una forma de permanencia que solo ella puede regalar.
La mente se desplaza por la página y construye la memoria de un cuerpo línea a línea, lucha contra la degradación y la ambigüedad de ciertos significados en favor de la realidad, por cruel que esta sea: «Retrocedes entonces. Ya no es tiempo / de jugar a la ternura, llega tarde / a tus manos cansadas, / como ese equipaje solitario / que no deja de girar en la cinta de las maletas». No puede extrañarnos que este ejercicio de autoconciencia, casi excesivo, desemboque en una época como la de la adolescencia del poeta, recreada en el poema '1975' que tiene un cierto aire al 'Inventario de lugares propicios para el amor' de Ángel González. No es la única referencia que percibimos en estos poemas, quizá los más obvios sean el de Quevedo y su 'Amor constante, más allá de la muerte' que logra sobreponerse a este tiempo «de sombras sin abrigo» o el de Calderón, percibido en la sextina ―una difícil estrofa que ensayó con acierto el trovador occitano Arnaut Daniel y que, en nuestra lengua, Gil de Biedma convirtió en un alegato político―con la que se cierra el volumen, todo un ejercicio de virtuosismo poético que refleja la acusada reocupación por la forma y la técnica de Pedo Luis Menéndez, y cuya estrofa final captura todo el sentimiento de fugacidad del ser humano: «Y ya el tiempo codicia humo y alma / para que el sueño se convierta en sombra, / ceniza y bosque, polvo, tierra, cuerpo».
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