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Si existe un título que verdaderamente 'pierde' en la traducción, ése es el más emblemático de Bernhard Schlink, 'El lector'. Y no nos referimos a la versión al castellano que firmase en 1997 Joan Parra Contreras –magnífica, por otro lado–, sino al propio título, cuya esencia semántica resulta, básicamente, intraducible: 'Der Vorleser', en alemán, significa «el que lee en voz alta». Un matiz que en nuestra lengua no se puede distinguir con la misma precisión o, al menos, con la misma economía de lenguaje que es necesario aplicar en las cubiertas de los libros.
Y es que el 'lector' de la novela de Schlink no es un lector para sí mismo, sino para otros. O, más en concreto, para otra. Corre 1958 en la Alemania dividida, y el pipiolo Michael Berg –quince añitos– cae enfermo en plena calle. Le socorre Hanna Schmitz, que a pesar de ser veintiún años mayor que él, y del precario estado de salud del muchacho, le impresiona profundamente. Tres meses después –la enfermedad era ictericia–, Michael vuelve a casa de Hanna, dispuesto a agradecerle su ayuda. Bueno, en realidad dispuesto a todo. Y enseguida surge la pasión entre ellos.
Una pasión que tiene su liturgia, por cierto: consiste en tomar un baño juntos, hacer el amor y que luego Michael lea para Hanna en voz alta. Por cierto, siempre grandes clásicos. Pero la felicidad –al menos la de Michael, que es quien lleva la voz cantante en esta historia– será efímera: un día acude a su cita pero Hanna no está. Sin explicaciones.
Autor Bernard Schlink
Editorial Editorial: Anagrama, 2006
Páginas 208
Precio 17 euros
Tardará varios años en volver a saber de ella. Michael es entonces estudiante de derecho, y asistirá con su profesor a uno de esos terribles juicios de la época, en el que el que se dirime la responsabilidad de las guardianas de un campo de concentración en una masacre atroz. Entre las acusadas, el joven descubrirá a Hanna. Pero la sorpresa será todavía mayor, cuando descubra que su amada se niega a defenderse.
En una tercera parte emotiva y demoledora, años después Michael descubrirá por fin no sólo qué sucedió realmente, sino los motivos de la errática y aparentemente incomprensible conducta de Hanna.
Con 'El lector', Schlink logró un sonado éxito internacional. Y eso que la novela recibió algunas críticas muy severas cuando se publicó originalmente en alemán en 1995, en la editorial Diogenes. Esencialmente, por cuestiones políticas, ya que algunas voces creían ver una voluntad revisionista, relativizando la culpa de los implicados en crímenes de guerra nazis. Un crítico del Süddeutsche Zeitung llegó a acusarle de «pornografía cultural». También la cuestión de la diferencia de edad entre los amantes suscitaría algunas controversias; no olvidemos que a mediados de los noventa comienza a fraguarse el 'nuevo orden' neoliberal.
Otros críticos, en cambio, vieron en la novela una nueva forma de abordar un pasado que, en su país, resulta especialmente doloroso. Aunque la sentencia la dictarían los lectores, que se lanzaron sin complejos a comprar un libro que, actualmente, se cuenta entre las lecturas obligatorias de los estudiantes de secundaria de muchos estados alemanes, suizos y austríacos.
Un éxito que se repitió en Europa –en España sería Anagrama quien la tradujera dos años más tarde– y en todo el mundo. Logró incluso entrar al habitualmente hermético mercado estadounidense, donde no calan demasiado los autores teutones, y tras un recomendación de la televisiva Oprah Winfrey la edición de bolsillo disparó sus ventas –un millón de ejemplares, según los editores, aunque ya se sabe de la grandilocuencia del marketing editorial–. La adaptación al cine, 'The reader', sería dirigida en 2008 por el británico Stephen Daldry y contaría con un reparto estelar: Kate Winslet, Ralph Fiennes o Bruno Ganz, entre otros.
Hasta la irrupción de 'El lector', Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) había publicado cuatro novelas negras que pasaron discretamente por las librerías, pero sobre todo estaba centrado en el derecho: fue profesor universitario y magistrado, entre otros, del Tribunal Constitucional. A pesar del éxito internacional, logró mantener ambas carreras hasta jubilarse en 2009, lo que explica lo exiguo de su producción literaria posterior. Deliberadamente o no, lo cierto es que logró eludir las presiones de una industria acostumbrada a explotar el éxito.
Quizá el mayor mérito de Schlink en esta novela radique en una inusitada capacidad para la sorpresa, allí donde apenas cabe. Y es que su obra va mutando constantemente en la cabeza del lector, que trata inconscientemente de ir encajándola en diversos subgéneros narrativos. Porque tengamos en cuenta el relato arranca a como una novela de formación –recuerda poderosamente al mejor Thomas Bernhard, el de 'El sótano'–, continúa entre lo romántico y lo erótico, con un toque hasta –¿quién no ha recordado leyendo sus páginas la célebre 'En brazos de la mujer madura' de Stephen Vizinczey?–, para mutar luego hacia el desamor y –¡oh, sorpresa!– el drama judicial. Sin embargo, el asunto no termina ahí, sino que también transita posteriormente por la novela histórica y por la psicológica, hasta que el lector cae en la cuenta –y vamos a tratar de evitar el 'spoiler', si es que alguien desconoce el desenlace– de que en realidad se encuentra ante un artefacto en buena medida metaliterario, porque de lo que Schlink está hablándonos de la palabra, de la oralidad, de la escritura… De la literatura, en definitiva.
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