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En su escritura siempre cabe el presagio de un alumbramiento. Hay una poética narrativa-dependiente donde asoman las cosas del mundo con pausado asombro. Contarlo se convierte en una delicada obligación doliente, acto que tiene como fruto encontrar las palabras necesarias, aunque suene a himno finalista. Hace poco menos de un año John Banville (Wexford, 1945), con motivo de la publicación de 'Las singularidades', confesaba: «Sé que nunca podré volver a escribir un libro así. Es como todos mis libros unido en uno solo».
Pero la nostalgia, la inteligencia, cierta audacia y el humor impregnan una trayectoria literaria que, tras la supuesta decisión de dejar la ficción, ha regresado con una obra de memoria y sobre la memoria en la que el autor parece guía, sherpa, espejo y reflejo de sí mismo, de su forma de estar en el mundo y del equipaje de su obra. Un paseo de flaneur activista de la novela, aquí plasmado en 'La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés' (Alfaguara). Si precisamente en su anterior obra recobraba lugares y escenarios y hasta personajes, su desembarco permite rescatar a su vez sus propias palabras expresadas hace ya ocho años: «Pensaba que con el tiempo sería más sabio, pero la vejez sólo trae confusión».
Titulo La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés
Autor John Banville
Editorial Editorial Alfaguara. Colección Literaturas. 2024
Páginas 192
Precio 20.90 €
Un trayecto sentimental y cultural a modo de compilación azarosa, pensativa y rotundamente literaria. Como novelarse mientras discurre entre estancias de recuerdos y una ciudad, su ciudad, que se antoja tan fantasma y borrada como resulta asidero recurrente e inevitable. Un antidublineses de Dublín, ciudad que solo empezó a tener una presencia sólida en su obra cuando firmó con el pseudónimo de Benjamin Black la serie de Quirke. En 'La alquimia del tiempo' el autor de 'Antigua luz' deja al lector adentrarse en una hoja de ruta histórica, arquitectónica, social, política... pero la materia prima sigue siendo su obra, sus vínculos iniciáticos, su formación, su manera de ver el mundo. Es radiografía, construcción poliédrica donde afloran nombres y lugares. Y, como es norma en Banville, las palabras mandan, buscan y se buscan, priman, se elevan y nosotros con ellas. El ganador de los premios Príncipe de Asturias, Man Booker y Franz Kafka, como en casi toda su obra, solapa e intercala capas de miradas, experiencias y vivencias en una mutación constante. Y esa atmósfera de redención, también de autocrítica, vuela entre los pliegues de su paseo, en el que vuelve una y otra vez a revelar «su inteligente, honda y original creación novelesca», como definió entre elogios el jurado en Oviedo. Una cartografía de lo vivido y de lo encontrado, de lo supuestamente olvidado o transformado. «Dejo de escribir novelas literarias antes de que me cueste encontrar las palabras», sostenía Banville, consciente de que solo ese esfuerzo conlleva un salvoconducto literario camino de la exploración y la hondura.
El autor de 'El mar' presenta ahora unas memorias que no lo son, o no lo parecen y, como tal, suelen ser las mejores piezas de este género. Una mirada hacia dentro y a las afueras de él mismo. Escenarios, personajes, colegas históricos se suceden en la obra marcada por su ajuste de cuentas particular del autor de su menos conocida, 'Tetralogía científica', antes de ser Banville. A su último libro se le pueden asignar esas frases cargadas de imágenes y metáforas que siembran su trayecto: «El pasado late en mí como un segundo corazón». O aquella reflexión de 'El mar': «Qué pequeño recipiente de tristeza somos, navegando en este apagado silencio a través de la oscuridad del otoño». Un poeta que escribe novelas. Y, ahora, también memorias. En su totalidad, una mirada sobre el mundo: «El arte es un esfuerzo constante por ir más allá del simple quehacer diario de la humanidad para llegar, o al menos acercarse lo más posible, a la esencia de lo que es, sencillamente, ser».
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