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Un revulsivo cultural a 45 revoluciones
Sotileza

Un revulsivo cultural a 45 revoluciones

Con uno de los catálogos más importantes de Europa y Latinoamérica, la compañía Hispavox fue la puerta hacia nuevas corrientes sociales. Ahora, su historia se recupera en el libro del cántabro José María Díez Monzón

Jueves, 9 de mayo 2024, 20:06

El Día de la República de 1977, un joven ingeniero cántabro cruzó las puertas de la discográfica Hispavox. Cumplió una meta y, sin saberlo, se convirtió en testigo directo de la evolución de una sociedad autárquica, templada aun por los rescoldos de la dictadura, que cambiaría a través de canciones y nuevos ritmos.

José María Díez Monzón (Santander, 1950), acababa de terminar el servicio militar en Ceuta y mientras repostaba en la gasolinera de la calle Torrelaguna, vio aquel gran edificio que albergaba toda una apuesta cultural. Cruzó la pasarela, no la del programa televisivo, sino la que pasaba por encima de la autopista y pidió trabajo en aquel «sancta sanctorum donde no entraba cualquiera», recuerda. Hacía solo dos semanas que había muerto Waldo de los Ríos, uno de los productores clave en la definición del sello. Y apenas quince días después, tomaría los mandos de la compañía José Luis Gil, que cambiaría por completo el enfoque de la producción musical. La historia de Hispavox está cuajada de nombres propios. No solo los de los artistas que pasaron por aquellos estudios, sino los de quienes tras las pantallas, los instrumentos o los despachos, dieron forma al Sonido Torrelaguna. «El boom», como lo define Díez Monzón. Con un formato de ensayo que combina recuerdos propios y relatos ajenos, el cántabro ha recuperado la historia de la discográfica cuyo catálogo «no ha sido igualado», en 'Hispavox. El sonido de una época' (Lenoir Libros). Lo presentará el día 14 en la Universidad Complutense de Madrid (13.00 horas) y el 18 en el IMB Festival que se desarrollará en el WiZink Center.

Hispavox. El sonido de una época

  • Autor: José María Díez Monzón.

  • Editorial: Lenoir Libros.

  • Páginas: 336 páginas.

  • Precio: 28,00 €

El primer nombre propio a tener en cuenta en esta historia de acordes y acuerdos es el de Antonio Ródenas, mecenas, humanista, que puso su dinero a disposición del arte. En el año 1953 aportó cerca de 400.000 pesetas para el desarrollo de Hispavox. Por contextualizar; en aquella época, un piso costaba unas 7.000 pesetas. Un presupuesto casi a fondo perdido, en una sociedad aún anestesiada, aprendiendo a mirarse, que derivaría en una catarsis cultural.

De la música clásica llegaron los hermanos Vidal Zapater, Joaquín y Luis, que se unen al productor Bonmatti, que ya cuenta con un sello en Francia donde se dedica a editar jazz o las primeras guitarras eléctricas. Su aportación a la incipiente empresa fueron dos prensas de discos. «Parece poco, pero estamos hablando de que, en aquella época, en España no había casi ni carreteras», dice Díez Monzón. Ni siquiera vinilita, el policloruro base con el que se fabrican los discos; había que importarla para cumplir su función principal: prensar discos para otras compañías; Telefunken o Columbia, por ejemplo. Poco a poco irán cogiendo experiencia y afinando los colmillos creativos ante la posibilidad de fichar a artistas.

José María Díez Monzón ante lamesa de sonido y Enrique Sierra, de Radio Futura, durante una sesión de grabación. JMDM

Cuatro años después de aquellos primeros pasos, Hispavox comenzó a producir sus propios contenidos. «Gracias a ello tenemos el catálogo de clásico más importante de aquella época», indica el autor. Se pudieron hacer grabaciones que no hubieran existido: óperas, música sacra, sinfonías, zarzuelas. Hoy están consideradas «míticas» y son buscadas por los discófilos.

El proyecto crece en ambición y también en tamaño. Sus promotores deciden crear los estudios en la calle Torrelaguna. En Inglaterra, el arquitecto responsable de la obra se fija en las instalaciones de Emi, curiosamente, la industria que con el tiempo absorberá Hispavox, y crea un concepto similar: aislados, en una zona poco frecuentada de Ciudad Lineal, levanta el edificio de los estudios para grabar música moderna, en directo y con grandes formaciones simultáneamente.

La cantante murciana Mari Trini. trabajó con Hispavox durante dos décadas. DM

Continúan los nombres propios que definieron la historia de la discográfica con el de un milanés que tocaba el piano; Rafael Trabbuchelli y terminaría siendo director artístico. Otro futuro productor, Waldo de los Ríos, acudió a hacer una entrevista en el año 65. Se hicieron amigos. Se entendieron. Ambos admiraban la forma de trabajar del otro y se inició una simbiosis con las mismas dosis de perfeccionismo que de pasión, que daría grandes frutos. Concibieron una forma distinta de enfocar la música. Los Pekenikes del año 63 no tienen nada que ver con los del 66, después de haber pasado por su filtro. «Es como ver las películas que Hitchcock graba en Estados Unidos y las que graba en Gran Bretaña; te pueden gustar ambas, pero no tienen nada que ver», explica el autor.

Módulos, Los Ángeles, Los Pasos, Karina, Pic-Nic, Raphael, CRAG, Massiel, Alcatraz, Juan Pardo...son algunos de los nombres cuya historia está ligada a ese logo medievalista diseñado por el propio fundador. Ródenas creó ese yelmo con un escudo que ha perdurado en el tiempo. La palabra Vox, explica Díez Monzón, «no estaba utilizada con el fondo político actual», sino que era «la voz de España». Esa combinación de elementos en su característico color azul es identificativo para distintas generaciones.

La banda granadina Los Ángeles grabando en el Estudio 2, en el año 1968. JMDM

Hispavox era una empresa que «no se prodigaba» en tener gente contestataria. Edito a poetas como Atahualpa Yupanqui, Alberto Cortez o María Ostiz «que hizo grandes temas para popularizar el romanticismo del proletariado». No tenían como meta proyectar el progresismo, pero, ironías del destino, su éxito más grande fue el 'Himno de la Alegría' de Miguel Ríos. En el bicentenario de Beethoven Trabucchelli y Ríos decidieron actualizar uno de sus clásicos. «Cuando aquello salió creyeron que les iban a dar palos por todos sitios, y sin embargo, fue un éxito internacional». Se atrevieron. «No arriesgaban, hasta que lo arriesgaban todo».

En 1978, los estudios de Torrelaveguna se remodelan, se actualizan adaptándolos a las nuevas necesidades y «ahí empieza el gran cambio», afirma Díez Monzón. «Hispavox es el origen de lo que escuchamos hoy en día; la forma de dirigir esos grupos y esas producciones fueron el germen, aunque no nos dábamos cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir». Ni siquiera aquel Teddy Bautista que grababa 'Chica de Ayer' con unos jóvenes Nacha Pop, concibiendo un tema que sigue tan vivo como entonces e interpretado hasta la extenuación.

Los Pekenikes son el ejemplo más claro del cambio de sonido marca Hispavox. JMDM

Aquellos jóvenes, que venían de una cultura social distinta a la que imperante, percibían los aires nuevos, que se plasmaban en la lectura, el cine y, claro, la música. «Los abanderados de lo que sería la Movida». Hispavox fue la primera que se dio cuenta. Gil, director general de la compañía, lo tuvo claro: «Quiero eso aquí».

Los conceptos se abrieron, dando al arte más importancia que al género, la corriente o la posición. «¿Qué importaba si uno era gay o no si tenía ideas?», reflexiona el ingeniero. La Movida aglutinaba esa efervescencia y los discos producidos en Hispavox –Alaska, RadioFutura, Ramoncín, Banzai– le dieron un altavoz imparable.

En el año 1985, EMI –que fabricaba por igual lavadoras o neveras que montaba estudios de sonido– adquirió la discográfica. Para aquel entonces, José María Díez Monzón había vuelto a casa y trabajaba en Radio Nacional en Cantabria. Y tiene clara cuál era la meta de ese movimiento comercial y estratégico: querían «el gran archivo de Hispavox, su patrimonio inmaterial», que a día de hoy forma parte de Warner, quien a su vez adquirió más tarde DRO, haciéndose con el catálogo referencial de una época.

'Chica de ayer', tema icónico de la banda Nacha Pop, se grabó en los estudios en el 80. JMDM

Díez Monzón ha contado un 55% de todo lo vivido entre las paredes de la discográfica. Y le parece lo justo. Como en un confesionario, a pesar de su agnosticismo, cree que no se debe desvelar el total, para no perder el encanto, ni el respeto. «A quien lo cuenta, le deshumaniza, pierdes la ética y al otro le empequeñeces». Por eso, dice, siempre le ha gustado Velázquez, que engrandece la imagen del retratado. «Podía ser un bufón, pero cómo le pone al lado del rey». Para él Alberto Cortez era un humanista de la canción. Un juglar «capaz de erizar el vello de quien escuchaba al grabar». Mari Trini «te cantaba al corazón» y José Luis Perales «tenía una facilidad tremenda para repartir canciones a otros».

En las desmanteladas instalaciones de Torrelaguna ya solo queda silencio. En Hispavox nunca dejaron de grabar en microsurco. Consideraban que era lo que iba a salvar la música en el mundo. «Fueron unos adelantados porque tenían gente con talento, con conocimiento y con mucho mundo». Un mundo que sigue girando. Y sonando.

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